La película lleva por título «22 segundos».
Todo parece fríamente calculado. No hay lugar para la improvisación en este guión.
Las secuencias siguen este orden:
Cámara 1. Mirtha Legrand hace una pregunta maliciosa al presidente.
Cámara 2 enfoca a Macri que muestra un rostro desencajado. Hay un gesto de pánico, el sonrojo que lo acompaña y una respuesta vacilante. Cuando acaba de dar la respuesta insegura, levanta la copa y bebe un sorbo de agua.
Cámara 3. Se abre un plano completo de la escena y se escucha una voz en off que desmiente al presidente.
Cámara 4. Zoom a la diva. El papelón evidente lleva a Mirtha a fugar la mirada a otro lado. Hunde su vista en el apunte que tiene delante. Sabe que acaba de ganarse otro momento estelar en la historia de la televisión argentina gracias a una de sus maldades preferidas.
Cámara 5. Plano completo del rostro de Mirtha. «No, no, no», repite entre apesadumbrada y terminante, como si fuera un veredicto que empuja al presidente al precipicio de su credibilidad.
Cámara 6. Vuelve el plano al presidente. mira a un lado y a otro. Mira primero a Juliana, pidiéndole ayuda. Comprende que Juliana no puede ayudarlo. Luego vuelve la vista a sus asesores (uno imagina que están agarrándose la cabeza). El presidente comprende que acaba de perder otros 3 o 4 puntos de aprobación en los estudios de opinión.
Cámara 7. Plano a Juliana. Pone cara de tonta. Mira a un lado y otro. Se siente perturbada. Le dijeron que el programa con Mirtha serviría para levantarle la imagen estropeada al presidente. Todo se está yendo al demonio.
Comienzan a caer los títulos:
Mauricio Macri
Juliana Awada
Mirtha Legrand
Cuando se encienden las luces de la sala uno se queda con la sensación que el presidente es un tipo que, más allá del dinero y el poder político que le prestaron los medios y las corporaciones, es muy parecido a Fernando de la Rúa. Peligroso, pero banal, como el mal que caracteriza a nuestra época.
También la sensación que Juliana Awada, más allá del esfuerzo denodado de la prensa rosa, es una chica ignorante, con una cara que pretende ser bonita, pero que está desencajada por el desencanto que supone el peligro evidente de acabar siendo la mujer odiada, de un hombre que la historia acabará condenando.
comprender el malestar que dio lugar al Brexit y amenaza con acabar con el proyecto europeo.
Algo semejante puede decirse del triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos. Necesitamos una perspectiva amplia para entender la emergencia de fenómenos de estas características. Por ello, trazar la genealogía del ascenso de Trump significa prestar atención a un largo proceso de deterioro del tejido social, fruto de la implementación del programa neoliberal y el triunfo del capitalismo financiero, que ha corroído la democracia y puesto al país en un escenario de creciente explotación y des-protección de sus ciudadanos, y una política de inseguridad crónica y conflicto.
La madre de todas las batallas
La lucha docente en Argentina es análoga a la lucha de los mineros en Gran Bretaña en la época de Thatcher. Los docentes son el bastión cuya caída, no solo definirá los salarios de todos los trabajadores argentinos durante este año 2017, sino que marcará el triunfo de un modelo económico de ajuste, flexibilización laboral, recortes en inversión social, apertura de importaciones y privatizaciones, es decir, el éxito definitivo de una política neoliberal que permite excluir del reparto de la riqueza nacional a grandes porciones de la población local, con el fin de aumentar la competitividad corporativa de los actores en pugna. Para el ciudadano de a pie eso significa asumir una vida de explotación, y el sometimiento a una nueva razón en la cual prima la competencia, el negocio financiero, y donde todos los resortes del estado están al servicio de las corporaciones con rentabilidad privilegiada. El resto debe esperar reducción de salarios, flexibilización laboral, inseguridad jurídica y la amenaza siempre latente del desempleo y con ello la exclusión social.