A falta de ideología nos queda la información

El estribillo lleva varios años sonando en los primeros puestos desde algo así como el Departamento para la Reconstrucción de las Sinapsis planetaria. El propósito es loable. Se trataría más o menos del siguiente experimento: eliminar los restos de otra supersticiosa y añeja costumbre humana.

Habiendo hecho lo propio con las religiones tradicionales (que pese a todo se resisten a ser echadas por la borda) toca el turno de las ideologías (eso de izquierda y derecha que no suena bien a nadie), que además de ser una distinción éticamente reprochable de muchas maldades contra la humanidad, tiene la desgraciada suerte de ser estéticamente censurables. En breve, las ideologías son feas.

Los expertos en imagen lo saben. Y como ha quedado patente en alguna nota anterior, insisten a sus pupilos que hagan caso omiso de sus lealtades argumentales y se centren en lo más candente: lo que la gente quiere, y no lo que la gente quisiera querer aunque no puede por el momento hacerlo. Junto al olvido de las ideologías, por lo tanto, se promueve sin vergüenza, el desprestigio de los ideales.

Ser una persona ideológicamente posicionada es no haber caído en la cuenta de algo elemental: el universo (el mundo natural y social que habitamos) se caracteriza por estar libre de cualquier normatividad objetiva. Lo real es un espacio neutro que se encuentra a nuestra disposición para que hagamos con ello lo que nos plazca. Este es el Gran Secreto que repiten entusiasmados los hacedores de la opinión pública.

Los textos abundan. Tienen cabida en la esfera de la autoayuda y la nueva espiritualidad, que a un mismo tiempo denuncian y actúan como cómplices del mundo que nos ha tocado vivir. Los economistas más ilustres saben que han sido de los primeros en hacer rodar la bola de este orden moral moderno que habitamos. Los políticos más “piolas” se anotan en la listas de la vanguardia post-ideológica y pragmática a medida que crece en la masa la certidumbre que antaño sólo disfrutaban las élites. De modo análogo, los periodistas han reemplazado su convicciones ideológicas por sus compromisos corporativos.

Las claves del éxito se encuentra en la mente, en la construcción de la imagen del mundo que realicemos. Porque, tal como hemos dicho, el mundo es un océano de materia vacía y maleable a la espera de que los sujetos liberados de toda atadura, se hagan cargo de lo que les toca.

Basta con empujar una idea, y el mundo se habrá vuelto del color de nuestro pensamiento. Sólo cabe dedicarse con ahínco a semejante esfuerzo, y ocurrirá lo que siempre hemos querido: seremos ricos, jovenes y bellos.

Sin embargo, recuerdan los gurúes, no es fácil mantener la mente enfocada en el objeto de nuestro más «auténtico» deseo. Basta que se nos perturbe el alma con algún recuerdo, o que un personaje indecente o simplemente «negativo» se cruce en nuestro camino, para que el empeño de tantos días se haga añicos contra el cristal oscurecido de nuestra frágil conciencia.

De este modo llegamos a la más absoluta de las paradojas: aquellos que sostienen con tanta soltura el final de las ideologías son los mismos que aseguran al mundo que sólo cuentan las ideas que tenemos en la cabeza. Son los mismos que reclaman una realidad neutralizada donde poner en funcionamiento el diseño disciplinado de su universo imaginado, los que afirman con descaro la fealdad de las superstición ideológica.

Pero puede que no todo se haya perdido, cabe la posibilidad de establecer otros criterios que nos permitan deslindar la paja del grano. De otro modo, nos encontraremos desprotegidos ante el arrebato de sapiencia idealista que ha atacado al planeta: marketing, cosmética de la imagen, publicidad, relaciones públicas, consultores políticos, agencias éticas para la empresa, todo confluye y complota para evitar que nos interroguemos por la verdad.

Pero, ¿Qué es la verdad después de todo?
La verdad, en esta era del vacío, es lo ente reducido a esquema: imagen del mundo. No es la nada, pero es casi nada, «lo que tú quieras».

En fin, ante tal desbarajuste, cabe preguntarse si no será necesario reformular la directriz evangélica del siguiente modo:

“Los conocerás por sus deseos”.

Serán sus deseos y no sus argumentos explícitos los que nos dirán quiénes son los que nos hablan.

Repuestos del vaciamiento y humillación al que nos tuvo sometido el «nihilismo burgués» de las últimas décadas, y armados con nuestro reconquistado aparato ideológico, seremos capaces de enfrentarnos a la marabunda de expertos en el ocultamiento. Por lo tanto, nos queda la información, y ante ella la pregunta que volverá a devolvernos al equilibrio, al punto arquidémico de lo real, en el que seremos capaces de descifrar lo que ahora importa: ¿Qué es lo que quieren estos que dicen que todo es posible si nos atrevemos a quitamos las gafas que proyectan las antiguas supersticiones?

Bueno, en general, lo quieren todo: lo tuyo y también lo nuestro.

Por lo tanto, como dicen en España, ¡Ir al loro!