La imagen que encabeza este post es el satélite espacial lanzado por la empresa estatal ARSAT.
El actual gobierno argentino, entre muchas otras medidas en desmedro de los esfuerzos realizados en los últimos años en esta materia, pretende reducir la inversión presupuestaria en ciencia y tecnología. 23.000 científicos y estudiantes han firmado hasta el momento un manifiesto y han convocado una movilización al congreso para oponerse al giro político que se pretende.
Frente a esta situación y la alarma que ha suscitado, el ministro Lino Barañao (ex ministro de ciencia, tecnología e innovación productiva durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, y actual ministro del gobierno de Mauricio Macri) acude a la inversión privada en busca de ayudas con vacilantes razones.
Pero ¿qué puede significar esta movida?
Simple: los «privados» fijarán las prioridades, establecerán los objetivos, y la ciencia y la tecnología (una vez más) se pondrá al servicio de la ambición de los poderosos (que no tienen patria, ni lealtad hacia nadie) y no al servicio de la necesidad de los que menos tienen. Se repartirán los logros del esfuerzo colectivo de los últimos años, y los publicitarán como producto exclusivo de su esfuerzo, riesgo e innovación.
No nos olvidemos, la ciencia y la tecnología en Argentina es el producto de un enorme esfuerzo colectivo, nos pertenece a todos. Como las universidades públicas, que tanto denigran, las cuales son el gran motor de la movilidad social. No dejemos que nos las roben.
Miles de estudiantes, cuyos padres apenas si habían podido acabar la escuela primaria, se introdujeron en el sistema de educación universitaria. Pero nuestros antagonistas dicen que nuestras universidades públicas están politizadas. La respuesta es esta: ¡faltaba menos!, hay que defenderlas de quienes pretenden tener la hegemonía cultural. Luchemos a favor de la educación pública universal y su autonomía.
Si todavía no te diste cuenta, se llama «ideología». Ellos tienen la suya. La nuestra no es la felicidad frívola que festejan las élites en desmedro de las grandes mayorías. Para nosotros el cambio no puede ser un retroceso, tiene que traducirse en nuevas oportunidades para todos, inclusión. El actual modelo es de exclusión, miseria y privilegio para unos pocos.
Nuestros antagonistas aplican la vieja receta depredadora de siempre y la ocultan bajo eslóganes pegadizos que sólo intentan ponerte de rodillas.
Cuando dicen «sinceramiento» quieren decir «baja la cabeza y acepta lo que tienes y quién manda».
Cuando dicen «meritocracia» quieren decir que los mejores asientos están reservados para ellos, para sus hijos y sus amigos.
Por eso tenemos que reinventar la retórica del amor y la justicia. Hay que reinventar la retórica de un país en el que «la patria es (y siga siendo) el otro», y no una jungla de tristeza, violencia y muerte como a la que parecen querer conducirnos, en parte, para facilitar el proceso de saqueo. No olviden que, en todos los rincones del planeta, la estrategia de las grandes corporativas comienza con una política de Shock que paraliza a la población, y luego la somete a un programa de recuperación en la que se regala la soberanía por migajas de promesas.
Por otro lado, no queremos la felicidad hueca que se mira el ombligo, la estrategia de un individualismo sofisticado que trueca el bienestar colectivo, por pseudo-milagrosas correcciones en la psiquis de los individuos para convertirlas en «almas buenas», pero inútiles.
Por supuesto, todo esto no significa defender lo indefendible del pasado. Todo lo contrario. Pero tampoco significa renunciar a lo que nos hizo bien, como individuos y como sociedad. No hay que tirar el bebé con el agua de la bañera. Sino discriminar qué es lo que queremos defender, a posteriori extender, y consolidar.
Finalmente: la grieta es un hecho global, no la ignoremos, ni pretendamos que es un problema local fruto de nuestra idiosincrasia. En todos lados, el 1% pretende someter y explotar al 99% restante. Ellos dicen que la responsabilidad es de los populistas de izquierda que le hacen creer a la gente que tienen derechos que no son razonables.
Por lo tanto, la grieta es un hecho: «acá y en la china» – como se decía cuando era chico.