En esta nota quiero decir algo negativo. Escucho muchas veces que los entrevistadores televisivos demandan a sus interlocutores buenas noticias. Especialmente cuando es evidente que las malas noticias se multiplican, como ocurre actualmente en la Argentina. El listado de desaguisados perpetrados por el actual gobierno, y el cúmulo de engaños cotidianos que se despliegan para tapar la “catástrofe” socio-económica y política que vive el país, es aparentemente interminable. En ese contexto, se ha convertido en un latiguillo pedir alguna buena noticia. ¿Qué podemos hacer en estas circunstancias? En esa encrucijada, el entrevistado se ve compelido a dar alguna señal de aliento, alguna expresión esperanzadora. ¿Pero qué pasaría si reconocemos abiertamente que “estamos en el horno”? Eso no significa necesariamente adoptar una posición fatalista. Desde mi perspectiva, lo que nos está ocurriendo (lo que hemos manufacturado cultural y electoralmente) nos condena a un fracaso estrepitoso e irreversible, y aceptar que el país está en bancarrota, atrapado en una jaula financiera que lo convertirá una vez más en un moroso crónico y, por ello, en un paciente terminal conectado a un respirador artificial, un gesto de realismo.
Otra manera de decirlo es que “Argentina fue”, pese a que el nombre persevere en el tiempo. Es posible que quien lea estas líneas me juzgue un agorero pasado de moda que anuncia el fin de la historia, nuestra historia. Y desde cierto punto de vista, la percepción es acertada. Argentina vive hoy el fin de su historia. Aunque eso no significa necesariamente que vayamos a desaparecer. Todo lo contrario, se multiplicarán los conflictos, la represión, incluso la guerra de todos contra todos por los desperdicios que dejen caer los poderosos a los esquilmados habitantes de la patria. Es posible que haya un nuevo amanecer, pero durará un pestañeo reconocer que es al mismo día de fracaso y traición que despertamos. Argentina como proyecto histórico colectivo está acabada.
Tuvimos nuestra oportunidad, pero no supimos aprovecharla como debíamos. No hay una tercera vencida para nosotros. El 2001 nos sirvió para convertirnos en fénix, el 2018 en cambio nos trae de regreso a la jaula de hierro del endeudamiento, esta vez doblemente blindada por el poder financiero internacional que se prepara para dar su golpe de gracia.
Para ese poder financiero, el éxito de Macri no es otra cosa que su fracaso como presidente de los argentinos. El programa político era desde el comienzo empujar el país a una debacle económica y social, producir un terremoto, una tormenta, un tsunami, que permitiera en medio del pánico y la bronca colectiva llevarse al país al huerto. El Estado argentino agoniza. Las riquezas colectivas quedan a disposición de sus herederos privados que se repartirán las joyas de la familia para cobrarse las deudas pendientes. Deudas que se multiplicarán año tras año, convirtiendo al pueblo argentino en un pueblo esclavo.
Si me piden buenas noticias, no las tengo. Pero no soy pesimista, simplemente intento ser realista. La gente se muere, las parejas se separan, los Estados dejan de existir. Argentina fue. Habrá que inventar otra patria. Necesitamos volver a pelear por nuestra independencia.