¿Argentina para qué?

Quisiera decir dos cosas sobre la cuestión de la identidad o auto-definición de la Argentina. Comenzaré explicando la pregunta que figura en el título de la nota: ¿Para qué algo como la Argentina?
O para decirlo de otro modo: ¿Qué sentido tiene seguir creyendo en la existencia de la nación Argentina?
O de otra manera: ¿Qué hay en el fondo de la argentinidad que merezca la pena ser preservado?
O: ¿Por qué razón no deberíamos, como propugnan algunos, reducir Argentina a una marca, un envoltorio vacío que sirva a los particulares a alcanzar sus fines privados?

La supervivencia de Argentina depende (ineludiblemente) de un tipo de lealtad que supere los intereses sectoriales que dividen al país. Pero esa lealtad sólo puede ser articulada si somos capaces de ofrecer respuesta a la pregunta acerca del por qué la nación, por qué y para qué la patria.

Ahora bien, si nos preguntamos ahora mismo cuáles son los factores que ponen en peligro la continuidad identitaria de la Argentina, su capacidad de auto-definirse de modo tal que sea factible la proyección de un futuro común en un escenario internacional caníbal como en el que nos encontramos, creo que debemos conceder que los mayores obstáculos giran en torno a dos cuestiones:
1.El modelo de Estado
2.El modelo de distribución de riqueza

Aunque los fantasmas golpistas permanecen en el imaginario colectivo, y en los discursos de los representantes políticos como acusación o amenaza, no parece que podamos regresar, de momento al menos, a la época de los cuartelazos. Eso no significa que no haya otros modelos destituyentes que puedan cumplir funciones análogas.

Sin embargo, lo que se encuentra en el camino (como obstáculo) para la construcción de una lealtad más amplia (es decir, la articulación de una identidad común que nos preserve) son las respuestas dispares con las que nos enfrentamos al ‘¿Para qué la Argentina?’.
Es decir, una vez que hemos asegurado acuerdo respecto a la cuestión del estado de derecho, lo que sigue es preguntarnos acerca de lo que nos motiva a participar en la construcción nacional.

La política, en última instancia, debe ofrecernos la ocasión de responder a las preguntas más sencillas. Pese al ruido mediático que la rodea, la persona ajena a los entreveros del poder tiene que ser capaz de decidir su propia lealtad eludiendo las cortinas de humo, la actividad panfletaria y las zancadillas que mutuamente se imponen unos a otros los candidatos.

Es por esa razón que empiezo por lo más sencillo, por una pregunta ingenua:
¿Argentina para qué?
O para decirlo de otro modo. ¿Por qué razón preferimos ser un ‘nosotros’ en contraposición a un ‘cada cual a lo suyo’?
¿Qué razones nos impulsan a compartir una identidad a chaqueños, catamarqueños, santacruceños y porteños de mestizajes diversos?
¿Qué es lo que nos motiva a imaginarnos ciudadanos de una misma patria?
¿Qué es lo que nos conduce a imaginar y cultivar una proximidad con esos otros desconocidos que viven bajo una misma denominación nacional?

Una manera de decidir al respecto es la que ofrecen los diversos modelos ‘ultra-liberales’, que pretende reducir la nación a la suma exclusiva de los intereses particulares. El ‘para qué Argentina’ se responde de manera puramente instrumental. Somos argentinos porque es lo que nos toca y nos conviene por las razones que fueren. La Argentina es un nosotros fragmentado, un conjunto de átomos en pugna por lograr sus conveniencias: crecimiento económico, seguridad personal, educación y status social, etc.

Sin embargo, la explicación adolece de raigambre en la experiencia. ¿Es así como vivimos nuestra patria? ¿Es de ese modo como imaginamos lo que somos? Si esto es cierto, nos da lo mismo ser argentinos u otra cosa. Pero basta con ver la tristeza y la alegría que estampamos en nuestro rostro cuando la selección nacional gana o pierde un partido (algo tan futil como un partido de fútbol) para comprender que no experimentamos nuestra nacionalidad como un medio para el logro de nuestros fines particulares. No podemos reducir lo que somos a lo que nos conviene. Pero, si no es así, ¿Cómo entendernos a nosotros mismos: los argentinos?

Para empezar, recordemos lo más obvio: nosotros pasaremos, pero nuestros hijos estarán aquí cuando hallamos dejado de ser. Nuestros padres y abuelos, venidos de donde sea, y por las razones que fueran, hicieron posible nuestra existencia en esta tierra. Además de los emprendimientos materiales, nos regalaron una lengua y un sentido, un escenario que muchas veces transitamos indiferentes, como si nos hubiera caído del cielo. En eso que llamamos la argentinidad de la Argentina, la esencia de lo que somos, se aglutina el pasado y el futuro, y transversalmente hace iguales a un desposeido analfabeto del impenetrable chaqueño, un estirado de Recoleta y un ciudadano con plenos derechos de la villa 31.

Por eso, la primera pregunta que debemos hacernos a la hora de hacer política, a la hora de participar como ciudadanos del modo que sea en el quehacer nacional, es para quién hacen política nuestros políticos, o para decirlo de otro modo ¿Cuál es el ‘nosotros’ al que sirven?

La derecha vernácula siempre ha tenido algo de ‘perverso’ cosmopolitismo. Habrá que ver si hay una alternativa que pueda imaginar una Argentina para todos, que anteponga los intereses particulares de hoy, en pos de un mañana que nunca está asegurado; una cesión en los privilegios circunstanciales en pos de aquello que nos congrega.