Cambiemos de Papa

Horas después que Elisa Carrió, parte del ala dura de la coalición Cambiemos, acusara al Papa Francisco de promover la violencia en Argentina, el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, señaló en rueda de prensa: «El Papa no es ni kirchnerista ni de Cambiemos».
Ansiosos, los funcionarios macristas se apresuran a poner paños fríos sobre la frialdad prodigada por Francisco a Mauricio Macri y su comitiva en el último encuentro en el Vaticano. Otros, menos propensos al dialoguismo que promueven de boquilla los contertulios de la «nueva política argentina», exigen que se ponga coto a la injerencia papal en los asuntos de Estado, al tiempo que se asume con cierta incomodidad que el Papa no dijo pío, ni hizo gesto discernible para la gran audiencia. Se insiste: las relaciones con la Santa Sede son cordiales y fructíferas. La sintonía entre los dos líderes de Estado, protocolar pero próxima.

Aunque es evidente que, más allá de las simpatías particulares, que corren por cuenta propia de cada uno de los protagonistas, no se puede aseverar con seriedad que el Papa sea kirchnerista o simpatizantes de Cambiemos, también es evidente que, a menos que queramos echar en saco roto sus intervenciones públicas y sus publicaciones recientes, el Papa Francisco se ha convertido en el mundo, al menos discursivamente, en un tábano, molesto por las críticas que articula contra el poder político y corporativo que gobierna el planeta.
Las quejas no se han hecho esperar. Angela Merkel o Donald Trump, hicieron saber su disconformidad públicamente. Jeb Bush, el hermano de George W., hizo una declaración semejante a la que hace unas horas replicó Elisa Carrió. El nudo del entuerto para el Partido Republicano fueron las veladas críticas del Papa a la política antiinmigratoria que pretenden imponer. La respuesta fue recordarle que no se meta en asuntos que no le conciernen: la tan mentada separación de la Iglesia y el Estado. Otros ejemplos que nos vienen a la memoria fueron (1) el escándalo que supuso su discurso en la Eurocámara, poniendo a parir a toda la Europa de los Partidos Populares, o (2) sus lacerantes discursos contra la estrategia de la Unión Europea ante la crisis de los refugiados.
Entre la derecha católica global, este Papa es una incomodidad. La incomodidad ha llegado a un grado tal que ya no se esconden ni maquillan las antipatías que suscita el Pontífice. Prelados, Arzobispos y Cardenales, de un lado y otro del Atlántico, se indignan ante su política «populista». En ese sentido, no asombra la reacción visceral de los «radicales» de Cambiemos, ni la puja mediática con los hacedores de imagen del macrismo, como ocurrió con Duran Barba recientemente, antes y después de las elecciones.
Más allá de las simpatías o antipatías personales, lo cierto es que la posición del Papa en la agenda global es contraria a la estrategia que está imponiendo Macri en Argentina, y otros gobernantes en la región y en el mundo. Denodado crítico del neoliberalismo, Francisco no puede permanecer incólume ante un gobierno que expresa con decidido empeño la voluntad de poder de los grupos corporativos, que encarna una concepción indiferente a la justicia social, que se regodea de una libertad absoluta en detrimento de los derechos humanos. Los gestos dicen algo, sin interferir institucionalmente, con el fin de preservar, justamente la exigencia de la política en una era secular. Eso no lo priva de poner en evidencia lo que considera contrario a su filosofía, encarnada en la Doctrina Social de la Iglesia, en consonancia con una larga tradición teológica y filosófica en América Latina.
Nos hemos acostumbrado a una estrategia comunicacional que se apropia de los símbolos políticos populares, como los del peronismo o el radicalismo, con el fin de desmantelarlos.
O se hace pasar por encarnación de valores cristianos o espirituales, con el propósito de transvaluarlos.
O se apropia de la retórica de los derechos humanos, la democracia o el republicanismo, para someter a su arbitrio sus instituciones y tergiversar la memoria de sus luchas.
Estamos ante una estrategia comunicacional que no sólo afecta nuestro bolsillo, sino que promete expropiar nuestros discursos y herramientas de resistencia.
Frente a la concertada e ininterrumpida campaña electoral en la que estamos sumergidos, nuestra tarea consiste en distinguir lo que promueven los voceros del multimedia y el conglomerado de intereses que representa, de lo que verdaderamente tenemos enfrente.
¿Qué es lo que tenemos enfrente? No hace falta caer en la caricatura personal para hacer notar que el macrismo es la expresión más acabada en la región de un neoliberalismo brutal, renovado discursivamente, pero fiel encarnación de la «voluntad de poder» de los grupos concentrados, al servicio de una visión del mundo que promueve una suerte de neo-darwinismo (la supervivencia del más fuerte), divorciado enteramente de cualquier noción justicia social y a favor de la eficiencia de los mercados, que se contradice enteramente con el genuino ecologista integral que demanda la sociedad civil y el compromiso con los derechos humanos de la «multitud» en la era de la globalización.
Todo esto, sin embargo, no es una invención local, como parecen querer hacernos creer algunos de sus más conspicuos representantes, sino la mera expresión rio-platense de una amenaza que se cierne contra el planeta en su conjunto.