Campos de sentido: Bien común o intereses de clase

Hace casi siete años, fueron muchos los que auguraron la catástrofe política, social y económica a la que conduciría el gobierno de la entonces coalición Cambiemos. Había razones históricas y evidencias empíricas basadas en el gobierno del PRO en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, además del constatable alineamiento ideológico de dicha coalición, que la asociaba a una tendencia global de gobernanza que ha causado estragos en todas las dimensiones de la experiencia social e individual en el planeta, implementando un programa extremo de apropiación y desposesión.

Si echamos un vistazo a las opiniones críticas que se expusieron públicamente por entonces, alertando sobre la deriva que se avecinaba, no solo en el país, sino en el continente, es sorprendente la «precisión» de dichos augurios. En todo caso, lo que cabe subrayar es la cautela relativa de las predicciones si tenemos en cuenta que el resultado de los cuatro años de gobierno encabezados por Mauricio Macri fue mucho más catastrófico de lo imaginado.

En cambio, si prestamos atención a las predicciones de los intelectuales y analistas que apoyaron la propuesta de Cambiemos, lo que descubrimos es un total desatino interpretativo. A nivel global, todos conocen la anécdota en la que la Reina Isabel, en ocasión de la crisis financiera del 2008, demanda a los expertos de la economía de su país que expliciten las razones de su incapacidad para predecir la debacle que se avecinaba. Cabe destacar que estos expertos del establishment, entrenados en las universidades más prestigiosas del mundo, y asociados a los think tanks más influyentes, ridiculizaban los estudios de sus pares heterodoxos que venían anunciando desde hacía tiempo que había un elefante en el baño. Efectivamente, la pregunta que uno debe hacerse si echa una mirada retrospectiva a lo que aconteció es cómo fue posible que estos expertos y sus ayudantes de cátedra o soportes en sus sofisticadas instituciones de investigación no hayan visto el elefante, permitiendo una catástrofe humana que dejó al mundo patas arriba, beneficiando a unos pocos y lanzando a las grandes mayorías del planeta a una situación de mayor precariedad en el mejor de los caso, y la exclusión pura y dura entre los más desfavorecidos. 

Algo semejante ocurrió en la Argentina. Las consecuencias de las políticas implementadas por el gobierno del Ingeniero Macri, no solo fueron catastróficas, sino que fueron extensamente denunciadas por su capacidad destructiva por los expertos e intelectuales críticos que, de manera transparente e informada señalaban que el resultado sería un nuevo ciclo de desposesión que ampliaría la desigualdad, y conduciría al país a la bancarrota. De modo que, siguiendo a la Reina Isabel uno debería preguntarse. ¿Cómo es posible que el mejor equipo de los últimos cincuenta años, junto con todos los expertos que abiertamente apoyaron las políticas de endeudamiento, fuga, y desguace del Estado, hayan errado su diagnóstico de manera tan rotunda? 

La razón es que no hubo equivocación alguna. Aunque inexpresables públicamente, los motivos y objetivos de la coalición Cambiemos de entonces, como de todas las fuerzas políticas actuales que se oponen por derecha a la coalición del Frente de Todos, tienen como objetivo exclusivo beneficiar a «los nuestros». El problema es que «los nuestros» en el imaginario de esta fuerza política ha sido, históricamente, solo una parcela de la totalidad de ese nosotros más extenso y pretendidamente omniincluyente que dice representar la actual fuerza gobernante, más allá de sus límites y contradicciones. 

Un gobierno del actual «Juntos» – sea este espacio conducido por Rodríguez Larreta, Vidal, Manes, Santilli o el mismísimo Macri (hoy denigrado o negado por sus antiguos seguidores) – solo puede conducir al país a más de lo mismo. Esto no es fruto de la falta de habilidad en la gestión, o errores de diagnóstico, sino, sencillamente, porque ocupan un campo de sentido radicalmente diferente al que ocupa el campo de la política popular, cuyo objetivo no puede ser otro más que el bien común. Para «Cambiemos», «Juntos por el Cambio», «Juntos», o como quiera llamársele, como para todos los engendros que le presidieron, la política no tiene como objetivo último el bien común, sino exclusivamente el beneficio de clase, que viene acompañada de la falaz promesa de que ese beneficio de clase redundará, mágicamente (después de haber creado las condiciones de acumulación que exigen explotación y desposesión de las mayorías) en la mejora de las condiciones de vida de todos a través de ese mecanismo fantasioso que ellos llaman de manera insolente «el derrame».