Catalunya, James Bond y la nueva «derecha española»

Los amantes de Dan Brown se frotan las manos. La causa catalana da para un thriller de dimensiones globales. Lo tiene todo. La presencia de los rusos le asegura todo lo que tiene que tener un thriller con los archimalvados de moda. Snowden y Assange, además de personajes públicos exiliados en Moscú o cautivos en la Embajada ecuatoriana en Londres, son personajes de películas taquilleras de Hollywood, y animan la ficción. Las declaraciones de Nicolás Maduro suman un toque “tercermundista” que favorece el guion. Su acento venezolano produce connotaciones largamente alimentadas por las empresas del entretenimiento. Dictadores, narcotraficantes, gobernantes corruptos e ineficientes. Todos ellos se suman sigilosamente detrás de la escena como espectros del mundo global de la Warner, Youtube y Netflix en el que vivimos.

La muerte del Fiscal José Manuel Maza en Buenos Aires es un punto álgido del relato. Aunque la información parece incontestable  (murió por una infección), muchos quieren creer que hay algo oscuro en el lugar y la fecha de su muerte. Primero el lugar, Buenos Aires, Argentina. Un país en el cual, en los últimos años, los espías están desatados. Donde se acusa a una expresidente de ser parte de un entramado mafioso que asesinó a un fiscal de la Nación para encubrir el más grave atentado terrorista cometido en su territorio en toda su historia. Un país con medio gabinete de gobierno en los Panama Papers, y la otra mitad en los Paradise Paper y el propio Presidente Mauricio Macri un archiconocido capo de la mafia contratista de origen calabrés.

Mientras en Argentina se habla de Teherán, el Mossad, sicarios venezolanos al servicio de la Revolución Bolivariana, y las oscuras líneas de fuerza entre Washington y Tel Aviv, el más ambicioso programa de ajuste, reendeudamiento y privatización de recursos naturales se ha puesto en marcha: el petroleo, el agua, las reservas de litio, las pensiones y el negocio audiovisual y de las comunicaciones en general, están hoy en disputa entre las corporaciones que de manera salvaje mantienen un pulso entre ellas, y a la población en vilo.

En la Argentina de los medios de noticias, más preocupados por poner en escena un entretenido relato que aumente la medición de la audiencia que informar eso que los ingenuos llaman “la verdad”, los fiscales de la Nación se suicidan o son asesinados, y tienen relaciones con prostitutas de alto standing y cuentas bancarias multimillonarias cuyos depósitos se rastrean hasta las cumbres de las finanzas globales (todo esto ha sido más o menos probado, con fotografías que circulan en las redes en las que aparece el honorable fiscal – a quien la derecha estadounidense y argentina ya le ha homenajeado con una Fundación –AlbertoNisman.orgfinanciada por el famoso Hedge Fund Manager Paul Singer – rodeados de conejitas que festejan con penes de goma y matracas en Cancún con el nuevo héroe de la libertad). Allí, en esa Argentina mediocre que convirtió en Presidente a su propio verdugo neoliberal y honra la memoria de un fiscal con antecedentes de corrupción notoria y oscuros vínculos con el espionaje internacional, otro fiscal, también convertido en héroe de la Justicia española, José Manuel Maza, murió – eso dicen – y no hay razón para no creer la versión, de una infección renal.

Pero, en Catalunya, el cine de acción no da respiro. El personaje que protagoniza Puigdemont, el Puigdemont de quien se afirma que es el “legítimo President de todos los catalanes”, acompañado por sus cinco heróicos consellers echados a la fuga (exiliados, dicen otros), combina la épica gandhiana y mandeliana de la noviolencia, con el aburguesado estilo convergente que los caracteriza. El itinerario se parece más al de un Zelaya, el expresidente de Honduras, que a un verdadero prócer de su patria.

Mientras tanto, desde Barcelona, Marta Rovira hace papelones melodramáticos frente a los micrófonos de las radios y las cámaras de las televisiones, intentando encender a sus seguidores con un moralismo que avergüenza a la política y pone en peligro la frágil convivencia de un país que ha pasado, en pocas horas, de ser una sociedad autodenominada «moderna y sofisticada»,  a convertirse en la «evidencia de una farsa superficial», una apuesta mediocre por construir una marca, sin contenido detectable de excelencia, exceptuando los dones naturales de una posición geográfica privilegiada y la generosidad de una sociedad pluralista que en los últimos años se ha intentado silenciar y menospreciar.

Las esencias de los pueblos no existen, como no existe ninguna esencia en el universo. Las tradiciones son sedimentos del pasado, venerables, cierto, pero siempre y cuando se las sepa definitivamente transitorias y abiertas al futuro, al cambio, a la hibridación y al mestizaje. 

Nosotros, inmigrantes de larga data o recién llegados, con nuestras lenguas, nuestros acentos, nuestras costumbres, nuestro incómodo recordatorio de que el mundo es de todos «aunque te joda», somos también herederos legítimos de esta Catalunya, de esta España, de esta Europa que insiste, por todos los medios de los que dispone, pese a su presuntuosa autoglorificación como modernidad y paradigma de sociedad avanzada, democrática y regida por los derechos humanos, a solidificar las negadas diferencias de clase y las ciudadanías subalternas. Somos legítimos herederos y nos negamos a ser objeto de estudiados exámenes, como pretendió el partido que inventó a sabiendas el «nuevo independentismo» en el 2006, cuando el entonces President intentó imponer el «carnet del buen inmigrante».

 

Ese CIU liderado por Artur Mas, fingiendo que es otro partido que el corrupto, condenado partido, que estafó al país durante los últimos treinta años, que encarnó privilegios y recortes, y que ayudó a consolidar los idearios del Partido Popular a nivel estatal y europeo, pretende recoger las sobras de la catástrofe en su rol permanente de «buitres del procés».

El independentismo en cualquiera de sus vertientes ha pasado de ser una pasión de multitudes, a convertirse en una vergonzante exposición de desengaños y veladas vergüenzas, de las que los independentistas fieles fingen no enterarse.

Mientras tanto, los malos y los archimalvados, sin un verdadero James Bond o Robert Langdon que les ponga límites, festejan el desaguisado. Lo que parecía una catástrofe se ha convertido en una oportunidad, un nuevo capítulo de la doctrina del shock.

 

Rajoy sale, pese a todo, bien parado. Su paciencia ha dado frutos. Le ha servido para relativizar la trama de corrupción que protagoniza en un escenario que le es desfavorable (los tribunales, a los que pese a todo no termina de controlar completamente), recuperar el terreno electoral perdido, devolver al PSOE a su cause habitual, hundir a Podemos entregándolo a los fantasmas históricos que acechan a la izquierda, y poner a Catalunya en conflicto abierto consigo misma.

 

El gran ganador, sin embargo, es Albert Rivera, el discípulo avanzado de José María Aznar, el héroe de las Azores, el golpista de Caracas, el ideólogo del engaño de Atocha. Hábil polemista, a Albert Rivera el Procés le ha servido para endurecer un discurso limitado por una época de tibiezas, ahora liberado gracias al 155 para poder expresarse sin tapujos. Pide mano dura, y sus alfiles y peones atizan el fuego para quemar vivos a los “golpistas”. Arrimadas, su alter ego femenino en Catalunya, quiere ser presidente. ¿Puede serlo? Macri en Argentina era impensable. Macron en Francia un sueño trasnochado. Trump un esperpento. La DUI, imposible. El 155 una pesadilla que jamás ocurriría. El Breixit una alucinación.  La historia tiene un lugar para las sorpresas que no son tal cosa. Aunque numéricamente improbable al día de hoy, «Aznar» tiene más votantes en Catalunya de los que jamás soñó en el pasado. Sumados al PP representan más del 25 % del electorado. Con ese dato sobre la mesa, no hace falta hacer cálculos. Incluso si los independentistas ganan las próximas elecciones, resultará una victoria pírrica.

Por su parte, el PSOE y sus adalides en Catalunya, aunque crecen electoralmente, lo hacen torcidos (o retorcidos) hacia la derecha, como debe ser, como mandan los herederos del Felipe González, quien abandonó su imaginario socialista para convertirse en un héroe de la Europa noventista que le regaló a Catalunya su «mejor» hora «olímpica», su punto de inflexión, su rostro de nuevo rico y su ambición europea ahora despechada.

Con un discurso de buenos modales, de talante «Zapatero» y fanatismo legalista, los socialistas catalanes quieren captar lo que queda de una izquierda nominal, deshilachada, desorientada, atrapada en sus propias contradicciones al haber perdido el horizonte y su ingenio para marcar la agenda política. La corrupción es hoy un tema menor para la ciudadanía, y la crisis un fenómeno natural que no le quita el sueño, ni siquiera, a quienes la padecen.

La historia es astuta, como ninguna. Se sirve de sus actores para conducir los destinos de los pueblos a sus espaldas. Por supuesto, hablar en términos de astucia por parte de la historia es una metáfora impropia. La historia no tiene voluntad, solo las personas, naturales y jurídicas. Las primeras, aún prisioneras de sus pasiones; las segundas orientadas exclusivamente por su voluntad de expansión a cualquier costo. Las mujeres y los hombres al servicio de los Estados, las corporaciones y las Iglesias de variados pelajes son piezas que, en su vida privada pueden mantener «felizmente» sus anhelos, pero están en manos de un solo Dios y sus vidas entregadas a un solo propósito. Dan Brown, de nuevo, tiene su círculo de perversos a disposición para brindarnos una nueva entrega de «ángeles y demonios».

Artur Mas lo anunció en 2012, un año después que la ciudadanía española saliera a la calle y diera una muestra de dignidad a través de sus indignados, el movimiento 15M, que con sus aciertos y sus “faltas” (ausencias y pecados) fue el punto de partida de la construcción de una alternativa política que pocos años después se convertiría en la tercera fuerza, ganaría las alcaldías de las dos capitales más importantes del Estado, y promovería, a veces con esfuerzo, a veces con tibieza, un programa progresista a favor de los desfavorecidos.

Artur Mas y sus acólitos, conscientes de que perdían Catalunya en manos de una juventud enardecida por el engaño y la decadencia de una democracia de prebendas, inventó el “nuevo independentismo”: absurda coalición en la que se mezclaron en un batiburrillo las exigencias maximalistas de los antisistemas posmodernos de la CUP, las buenas intenciones de moralistas amables con falta de perspectiva histórica y un surtido de eslóganes aprendidos en las Escoles de Normalització Política del Procés, notorios intereses de clase, burocracia funcionarial, e indisimulado supremacismo étnico-lingüístico.

El hito histórico más importante e ilustrativo de este colectivo variopinto fue el abrazo de oso entre el “buenazo” de David Fernández (CUP) y la sonrisa “incontinente” de Artur Mas (PDeCAT), con el cual sellaron el pacto entre los antisistemas de boquilla y los representantes políticos de la corrupción y el desfalco público en Catalunya.

De ciertos ridículos históricos, evidentemente, no se vuelve, pero puede que se repitan, para convertir la tragedia en farsa (hace unos días Fernández viajó a Bruselas para repetir la escena con Puigdemont, “exiliado President legítimo» de Catalunya).

El golpe de gracia, por el momento, ha sido eficazmente efectivizado. Los protagonistas del actual «nuevo independentismo» han sido los cómplices de la derecha española durante muchos años, pero luego intentaron montar su propio chiringuito. Como en las películas del agente 007, la saga del Código Da Vinci, o la trilogía de Bourne, los mafiosos menores acaban convirtiéndose en un daño colateral. Los usaron y luego los tiraron, «como un condón». Pero el independentismo progre no pudo con su genio y pese a las muchas advertencias, acabó privilegiando la cuestión nacional a la cuestión ideológica y ahora es un barullo de llanto y de rabia descontrolado.

Hoy la derecha festeja en toda España, y Europa comienza a mostrar cierto alivio. Cuando todo parecía perdido, se han librado, en parte por habilidad, y en parte debido a los errores de sus contrincantes, de dos obstáculos notorios. El regionalismo nacionalista ha perdido por el momento la partida, y la dureza de la respuesta es una suerte de escarmiento (análogo al infligido a Grecia por otros motivos) que será difícil de olvidar para los atrevidos en otras latitudes. Mientras tanto, nuevas imposiciones económicas y financieras se preparan para Catalunya.

Por otro lado, la izquierda «populista» de Podemos (como les gusta adjetivar a los representantes de la derecha europea a todo «descabellado» intento por reflotar la idea de la «justicia social»), parece haber sentenciado su irrelevancia para la nueva etapa que se abre. En Catalunya, Colau ha quedado cautiva por las circunstancias. Todo lo que diga, y todo lo que haga, puede ser usado en su contra.