Chile: el fin de una ilusión

Alienígenas y comunistas

María Cecilia Morel Montes, la primera dama de Chile, la esposa del presidente Sebastián Piñera, caracterizó a los manifestantes que «invadían» las calles de Santiago como “alienígenas” y “extranjeros”. La prensa internacional de derecha no tuvo reparos en secundar sus dichos, calificando a las masivas protestas en el país andino de “comunistas”, fruto de la actividad subversiva de «países villanos» como Cuba o Venezuela. La estrategia es bien conocida.

La explicación resulta estrambótica y sintomática, especialmente si se conocen los datos de la desigualdad en Chile, un país que ha estado en boca de analistas, periodistas y académicos durante las últimas décadas como ejemplo de lo que tiene para ofrecer un buen programa de austeridad fiscal, y una economía ordenada y obediente a las recetas neoliberales que alientan los organismos multilaterales.

Hoy, esos acérrimos publicistas del paraíso chileno «descubren» lo que para cualquier persona «decente», libre de prejuicios ideológicos, resultaba una evidencia palpable: que el «paradigma chileno» era una ficción oportunista. Chile es el país más desigual de Latinoamérica, una región – dicho sea de paso – cuyos registros estadísticos demuestran que es la más desigual del planeta. Chile, el ejemplo predilecto de periodistas, profesores y expertos liberales para validar sus recetas de buen gobierno, ocupa el décimo lugar entre los países más desiguales del mundo. ¡No es poca cosa saber esconder semejante realidad detrás de las máscaras del buen hacer!

La herencia pinochetista

Sin embargo, Chile no ha empezado a ser desigual ayer, ni antes de ayer, sino que ha forjado su hipotético éxito económico a través y gracias a esa desigualdad e injusticia social.

Lo ha hecho blindando las estructuras de poder político para evitar la porosidad institucional que permitiría cuestionar el carácter elitista de su democracia, fundada (recordémoslo) en un régimen dictatorial que supo implementar el primer programa neoliberal integral de la historia. Un programa en cuyo diseño participaron, personalmente, sus más prominentes promotores internacionales: Milton Friedman y Fredrick Hayek, quienes desde el primer momento afirmaron su absoluta preferencia por la libertad de mercado por sobre la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos, ignorando la crueldad y la muerte que sus programas de ajuste fiscal y privatizaciones exigían. Hayek decía en una famosa entrevista concedida al diario ultraconservador El mercurio en su visita a Chile de 1981:

Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la mantención de vidas: no a la mantención de todas las vidas, porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto, las únicas reglas morales son las que llevan al «cálculo de vidas»: la propiedad y el contrato.

Por lo tanto, el descalabro en Chile viene de lejos, y tiene fuentes ideológicas de calado. Frente a ello, sin embargo, la ciudadanía chilena no ha permanecido dócil. Muy por el contrario, la historia reciente ha estado marcada por protestas cívicas de estudiantes y trabajadores, a las que los gobiernos, tanto de centro izquierda, como de derecha, han respondido con una represión asesina. Recordemos que el saldo de la represión de los últimos días es de 18 muertos.

Lealtad de clase: una izquierda para «los de arriba»

Las declaraciones del expresidente Ricardo Lagos en las últimas horas dan testimonio de la lealtad de clase que inspira a la dirigencia chilena. Pese a las diferencias cosméticas y estratégicas respecto a sus contrincantes electorales, la «izquierda» chilena ha sostenido de manera incuestionada la estructura de explotación que define al país.

Es cierto, frente al carácter pornográfico de las declaraciones de la primera dama llamando alienígenas a sus conciudadanos, acusando de las revueltas a una supuesta internacional marxista, y reconociendo atemorizada ante el desborde social que tal vez había llegado el momento de «disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás», las de Ricardo Lagos o Michelle Bachelet parecen equilibradas e inteligentes. Pero, bien miradas, son expresiones que apuntan al nudo del problema.

La clase dirigente chilena, de «izquierda» y de derecha, responde a una lealtad de clase por sobre cualquier formalidad democrática. Las opiniones del presidente Lagos sobre lo que está ocurriendo en su país lo ponen de manifiesto. Sus explicaciones falaces sobre las causas del malestar, y, con ello, la condena implícita e inmisericorde de los manifestantes, desnuda la visión de clase que lo informa.

De acuerdo con Lagos, Chile ha hecho mucho por los pobres, aunque no haya sido suficiente. Los pobres, para Lagos, son la «alteridad» de Chile, alienígenas o extranjeros que los privilegiados disciplinan y soportan, una amplia mayoría de la población hoy disfrazada de clase media a través de aceitados malabares estadísticos. Porque, más allá de lo que indica el PBI, la pobreza es endémica en el país andino. Afecta a un enorme porcentaje de la población, mientras otro minúsculo porcentaje concentra de manera obscena el grueso de la riqueza.

En ese sentido, los asesinatos perpetrados por las fuerzas policiales y militares en estos días, y las denuncias de torturas y abusos que no resultan difíciles de imaginar a la luz de lo que hemos visto en las pantallas televisivas, dejan al descubierto la mezquindad y complicidad de la izquierda chilena, que ha co-gobernado y facilitado la gobernanza pinochetista en el país, perpetuando la estructura neocolonial que le ha valido el aplauso del establishment global.

La posdemocracia europea contra la igualdad

Pero, el terremoto político de Chile no es un hecho aislado en la región. El fracaso estrepitoso del gobierno de Mauricio Macri en Argentina, que ha regresado al país al abismo financiero y a la pauperización masiva de la sociedad; la catástrofe social y política que ha producido el gobierno de Bolsonaro en Brasil, que ha dinamitado las políticas de igualdad implementadas por el gobierno anterior y las políticas de integración regional con sus «trumputeadas misóginas, eco-negacionistas y racistas»; y la fragilidad institucional que hoy aqueja a Ecuador, debido a la traición electoral de su presidente, quien ha impuesto un programa de ajustes y privatizaciones salvaje contra quienes lo condujeron al Palacio de Carondelet; todo esto, sumado a lo que acontece en otras latitudes de la región, marca un nuevo giro con dirección incierta.

En este escenario, los intereses de Washington parecen estar en entredicho. Su apuesta por las derechas locales para sepultar los proyectos populistas de integración regional parece haber encontrado su límite en la resistencia popular a los salvajes programas de saqueo y desposesión impuestos sin miramientos sobre las ciudadanías.

También la «centro izquierda» europea se encuentra comprometida, para no decir nada de la centro derecha y su parentela extremista. La ambigüedad consistente en sus discursos frente a la emergencia neoconservadora y neoliberal alineada a Washington, so pretexto de ser el mal menor frente al «populismo de izquierdas»; la connivencia en la promoción de programas de ajuste y reendeudamiento impulsados a través de los organismos multilaterales; la intimidad promiscua entre las élites posdemocráticas para imponer un encaje a tono con la propia política interior de la Unión, definida en función de un orden económico y social en el cual la salud se mide en términos de libertad de mercado, en desmedro absoluto de la igualdad y la justicia social, acaba desautorizando (una vez más) cualquier pretensión europea de apego a la democracia y los derechos humanos.

La austera y brutalizada Europa, que hoy se desangra a través de todos sus orificios territoriales debido a los malestares profundos que ha generado con sus políticas de desprecio hacia los intereses populares, y el oportunismo de sus élites regionales que los han traducido en reivindicaciones nacionalistas y xenófobas, había convertido a Chile en su niño mimado en América Latina y su ejemplo publicitario para contraponer a los Maduro, los Kirchner, los Correa y los Lula da Silva, la transparencia de un orden jurídico al servicio de la riqueza.

Sin embargo, en su explosión de furia, la sociedad chilena ha dejado desnudo al rey y su corte: el problema, finalmente, no era el populismo (en todo caso, un síntoma). El problema es siempre el mismo en nuestra historia de luchas políticas y sociales: la desigualdad, la injusticia social, la desposesión y la explotación de los pueblos, el desprecio a los de abajo. Lo demás son cuentos de ricos, para seguir robándole a los pobres, lo que por derecho les corresponde: vivir dignamente.