Hace unos días entrevistaron a Marcos Aguinis. Sin pelos en la lengua, el tipo animó al Estado a entrar a sangre y fuego en Villa Soldati y otros lugares conflictivos tomados por los pobres, y quiso ilustrar la recuperación violenta de los predios haciendo referencia al “gran Brasil” (la expresión es suya). Ni tonto ni perezoso (a diferencia de su entrevistador), interrogó a su anfitrión acerca del modo en que Lula se hizo cargo del problema: ¿Entraron repartiendo flores? No, claro que no, dijo el novelista “liberal”. Entró a sangre y fuego. Y por supuesto que murieron inocentes. A quién puede caberle alguna duda que así fue. Lo importante es que se hizo lo que se tenía que hacer – sentenció.
¿Está diciendo Aguinis que hay momentos que exigen de nosotros el sacrificio de los otros?
Ayer, el exdictador Jorge Rafael Videla ofreció su alegato ante el tribuntal que lo juzga en la ciudad de Córdoba por delitos de lesa humanidad. Videla se defendió de las acusaciones haciendo referencia a las motivaciones de sus enemigos. De acuerdo a Videla, el accionar represivo de las fuerzas armadas había sido reclamado por la sociedad civil en vista a la amenaza marxista que se cernía sobre la nación. De acuerdo con este relato, la Unión Soviética y su satélite, la Cuba castrista, estaban detrás de las insurrecciones guerrilleras.
En síntesis: las torturas, los secuestros de niños, la desaparición de personas (sus cadáveres), la privación ilegítima de libertad, las violaciones y abusos de todo tipo, es decir, todos estos delitos aberrantes y, desde su propia perspectiva, gratuitos, podían justificarse si uno tenía en cuenta que los enemigos tenían el propósito de asaltar el Estado para transformarlo en una dictadura marxista.
De nuevo nos encontramos con una lógica curiosa. Entre las víctimas, hay aquellas que eran inocentes de los crímenes perseguidos por los dictadores. Ellas también merecían ser sacrificadas en nombre de la cruzada emprendida: Una guerra justa, sentenció Videla.
El expresidente Duhalde no escapa a esta lógica del terror. Con cierto énfasis desmedido, atento a las posibilidades electoralistas, pretende que el principal problema de la Argentina de hoy es la ausencia del Estado, y con ello, la anarquía y la inseguridad que reina en su geografía. Nos ha regalado con ello una resuelta justificación del uso de la fuerza del Estado para atizar entre los ciudadanos el razonamiento de linchamiento social que su socio político del momento promueve desde el gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Parafraséandolo, sentenció: El Estado tiene que aprender a matar cuando hay que matar.
Estas coincidencias son mucho menos coincidencia de lo que uno podría creer. Desde tiempos inmemoriales sabemos que el modus operandi más efectivo a la hora de recavar votos y apoyos populares con facilidad es a través de la promoción del miedo y los más bajos instintos de la población. Si los argentinos cayeran prisioneros de esta lógica no sería la primera vez que un pueblo actúa en contra de sus propios intereses. La historia argentina es una anécdota interminable que ilustra esta situación.
Sin embargo, téngase en cuenta que la Argentina de hoy tiene en su acervo una experiencia que pocos pueblos tienen a su disposición. No me refiero a la dictadura militar. Época espantosa de nuestra historia. Quizá, lo más ilustrativo de nuestra historia institucional fue lo ocurrido en el 2001.
Sabemos que los Duhalde y los Macri y los Aguinis jamás pusieron en duda la legitimidad de las instituciones internacionales, las entidades bancarias y financieras y la complicidad política en uno de los fraudes más pornográficos de la historia contemporánea.
Millones de argentinos vieron como se les robaban sus ahorros sin que nadie hiciese nada para protegerlos. El país fue lanzado al abismo del caos y la pobreza sin que nadie moviera un pelo.
El Duhaldismo y el macrismo, dos retoños del menemismo noventista, tienen las prioridades muy bien definidas en lo que respecta al lugar que le otorgan al pueblo en la construcción de la patria.
Ellos representan a otros intereses, en franca oposición con los de la más amplia mayoría ciudadana. Sin embargo, nada de esto puede ser explicitado sin que produzca una suerte de revulsivo en el electoral. Por lo tanto, como ha ocurrido desde siempre, la manera de ejercer su populismo descarado es ir a buscar al votante atemorizado y rabioso que pide sangre, ese monstruo feo que todos llevamos dentro y que la educación (al menos eso es lo que quisiéramos) debería estar dirigida a dominar.
Es muy curioso y edificante saber que Marcos Aguinis fue secretario de educación en la época de Menem. Es un dato que dice muchas cosas. Lo emparenta a ese otro gran actor catastrofista (Abel Posse) que presidió durante unas pocas semanas la cartera de educación en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires en la presente administración de Macri.