Corrumptio optimi quae est pessima

Estimada Cande,

Primero que nada, te agradezco mucho que hayas decidido continuar con esta conversación. Como has visto, he publicado tu carta y escuchado tus razones. Ahora me gustaría decir algunas cosas al respecto.

Es innegable que cualquier persona que se encuentra en una posición semejante a la tuya tiene que experimentar un enorme sufrimiento. Como te decía en alguna de mis respuestas anteriores, aquellas personas que se han enfrentado a los delitos comunes de sus familiares y amigos, y les han acompañado en sus procesos y condenas, han experimentado cosas muy similares a las que vos misma estás expuesta.

Con respecto a esta cuestión, creo que hay dos temas que hay que señalar. En primer lugar, los crímenes de los individuos no son transferibles a sus familiares. Como vos, pienso que los descendientes de quienes cometieron delitos tienen derecho a hacer sus vidas, a contar su propia historia. Si como decías en otra comunicación, algunos de ustedes (me refiero a los familiares de acusados y condenados por crímenes de lesa humanidad) son discriminados por ser hijos o familiares de procesados y condenados, habría que tomar cartas en el asunto porque ese tipo de actitud no debería tolerarse en una democracia.

Sin embargo, es evidente que la justicia humana es imperfecta, en cuanto, al castigar al delincuente ineludiblemente daña a quienes le rodean. En este sentido, pese a que la intención original de la legislación liberal a este respecto es proteger al círculo social del delincuente de esa transferencia de penas que no le corresponde, parece de suyo que esta pretensión se enfrenta a una realidad ineludible que es el hecho de nuestra pertenencia comunitaria. Como somos seres comunitarios, el sufrimiento de los “nuestros” nos afecta. Por lo tanto, lo primero es darse cuenta que hay un conflicto, entre los bienes estrechos, aunque no por ello despreciables, a los que aspiramos como miembros de un clan familiar, y aquellos otros a los que aspiramos como ciudadanos. El conflicto entre estos dos aspectos de nuestra identidad que se definen a partir de bienes que a veces resultan contrapuestos, está en el fondo de tu dilema. La tragedia de la Antigona de Sófocles ilustra perfectamente la situación. La pregunta, como explicaba MacIntyre, es si existen o no elementos para superar la dialéctica que se establece entre la defensa que realizamos de nuestra familia y los deberes que tenemos como ciudadanos, o si en cambio, la tragedia se debe a que de suyo, de manera inherente, estos conflictos son irresolubles.

Creo que existe un tipo de racionalidad que puede rescatarnos de esta tragedia en la cual todo tu argumento parece estar atrapado. De acuerdo con tu línea de razonamiento, el único modo de resolver dicho conflicto es a través del olvido. O si no querés llamarlo de ese modo, a través de una indistinción de lo ocurrido. Cuando ponés a Gorriarán Merlo y a Videla en la misma ecuación, asumiendo una equivalencia de las responsabilidades, ofrecés a los enemigos de tu padre una legitimidad que hace aún más perversa la estrategia adoptada para combatirlos. Desde cualquiera de los dos puntos de vista que lo veas, sea que le concedas el estatuto de combatientes, o resuelvas que sus actividades fueron exclusivamente delictivas, la cuestión sigue girando en torno a la legitimidad de la estrategia asumida, la aniquilación de los grupos armados, y el asesinato y amedrentamiento de adherentes, simpatizantes y distraídos, junto a la promiscua necesidad de hacer cómplices del abominable crimen a la sociedad en su conjunto, al hacer de la desaparición de los que nos rodeaban un signo inequívoco de nuestro silencio traicionero a la verdad.

Además, como me referiré de manera más extensa a continuación, las fuerzas armadas, tentadas por una parte de la sociedad civil, comprometida con un proyecto político-económico muy preciso, asumieron voluntariamente un rol que se atribuyeron en función de una pretendida estatura patriótica y moral que les convertía – de acuerdo con su relato – en el último bastión del bien y de la legalidad del país. En este contexto, las violaciones cometidas a la patria durante aquellos años hacen inconmensurables los crímenes de unos y de otros en un sentido muy específico, en lo que respecta a la esencia de lo que somos como país.

Al actuar en representación de todo, al asumir el rol del Estado, los crímenes de las fuerzas armadas y los círculos civiles involucrados en el genocidio llevaron a la propia argentinidad al abismo, socavando de ese modo la articulación última que es condición de posibilidad de eso que llamamos Argentina. Es decir, la asunción maniquea que orienta la labor asesina del Estado, conduce a la Argentina al extremo de su disolución, al negar a sus partes su derecho a la existencia y a la responsabilidad. Eso significa, en el caso de las violaciones más flagrantes a los derechos humanos, fabricar la figura del no sido, del desaparecido, primero sujeto a la humillación de sí, para luego ser reducido a la nada de sí, proyectando una desmemoria radical de toda la sociedad al silenciar lo que había sido a partir de la justificación de procesos de reorganización nacional volcados al futuro de todos.

Pero fijate que esto no era nuevo en la Argentina. No era el producto exclusivo de la violencia setentista con la cual continuamente se justifica el accionar homicida. Se trató en realidad de un nuevo capítulo de silenciamiento que tuvo su ilustración más histriónica en la proscripción grotesca (durante 18 años), que fue acompañada con la persecusión inútil de un nombre y la complicidad concertada de una parte de la sociedad civil que se prestó a una sucesión de elecciones fraudulentas de suyo, al estar la soberanía popular de la inmensa mayoría de los argentinos arrinconada por decreto. No fue la primera vez. Hay entre los bombardeos a Plaza de Mayo y los fusilamientos sumarios en el ’55 y Montoneros un vínculo innegable que convierte en inútil cualquier pretensión de que la violencia setentista fue producto exclusivo de las voluntades corrompidas de una generación obnubilada con la lucha revolucionaria.

Sin embargo, todo esto no explica por qué razón matar de esa manera, por qué razón hacer de los prisioneros objetos de tortura y humillación, por qué razón hacer desaparecer los cadáveres y robar a los niños y asesinar de manera espantosa a las madres que les habían amamantado, al tiempo que se sometía a la población civil a un amedrentamiento feroz, y a un concertado quiebre de su autoestima y moralidad que acabaría grotescamente en la pasión menemista por la impunidad y el derroche, la borrachera, el bacanal de injusticia insolidaria que llevó, por primera vez en su historia, a una Argentina de miseria indecible, de muerte por inanición.

Pasemos a la segunda cuestión. Dividamosla en dos partes. El primer tema es la cuestión procedimental. De acuerdo con tu relato, los juicios son nulos debido a la violación de aspectos procesales y probatorias esenciales en el derecho penal. Por otro lado, sostenés que los juicios que se están realizando están siendo promovidos por antiguos miembros de las organizaciones Montoneros y ERP. De esta forma, estas acusando al gobierno nacional y ponés en duda a todos los jueces.

Ahora mismo no tengo elementos suficientes para ofrecerte una respuesta fundamentada sobre estos dos extremos. Prometo investigar el asunto con detenimiento. Sin embargo, hay algo que resulta particularmente curioso acerca de tu acusación, el hecho de que resulte tan difícil condenar a los procesados. Si los juicios son una farsa, si todo está manipulado y amañado como decís, ¿por qué razón estas dilaciones? No hay duda que los delitos de los que se hablan se han cometido. Hay infinidad de pruebas al respecto. Y a menos que uno quiera convertirse en un negacionista haciendo pasar los crímenes por una farsa/espectáculo y defender, como hacen algunos, que no hubo desaparecidos y que los terroristas están disfrutando de largas vacaciones en Europa, este punto debilita la pretensión de que no existen garantías de ningún tipo, y que todo se hace con especial arbitrariedad. Por otro lado, las Naciones Unidas a través de sus relatores y otros organismos internacionales han dado fe de la probidad de los procesos en cuestión.

Por otro lado, las investigaciones y juicios que se están llevando a cabo no tienen como objeto juzgar la “dictadura” como totalidad, sino que están dirigidas, como no puede ser de otro modo, a deslindar las responsabilidades puntuales respecto a crímenes particulares que deben ser probados en cada caso individualmente. Todas las condenas que se han hecho hasta el momento, y todas las causas abiertas se refieren a crímenes cometidos por personas concretas contra personas concretas que deben ser probados de manera concreta, estableciéndose de manera individual la responsabilidad a partir de pruebas fehacientes. Por lo tanto, aunque no puedo ofrecerte una respuesta absoluta sobre la probidad de todas las causas y las posibles irregularidades en los mismos, tu afirmación me resulta meramente ideológica.

Hay una segunda cuestión que me interesa recalcar, y ésta es la importancia que das a la legitimidad de los juicios y los procedimientos con los cuales se juzga a los acusados. Digo que esto me interesa porque lo que aquí se pone de manifiesto es que los dos coincidimos en que este aspecto es esencial. De hecho, es el único argumento importante en tu defensa. Pero es justamente esto lo que la sociedad le achaca a quienes participaron en esos horrendos crímenes.

No cabe la menor duda que pese a que podemos poner en entredicho algunos de los procedimientos que se han llevado a cabo en estos últimos años en relación con los juicios, establecer cualquier paralelismo con los crímenes y ofensas a la dignidad de la persona ocurridos durante la dictadura resultaría patético. Se están realizando juicios, que no sólo son de público conocimiento sino que se encuentran publicitados en todos sus detalles. Muchos de los procesados se han acogido a toda clase de garantías, que se les ha concedido en vista a sus diversas circunstancias, sin hablar de la absoluta libertad que han tenido de utilizar todos los mecanismos legales nacionales e internacionales posibles para hacer conocer sus respectivas posturas.

Sé que existen organizaciones de hijos y nietos de militares detenidos, procesados y condenados que sostienen que sus familiares son presos políticos. Estas organizaciones, que tienen todo el derecho de manifestarse, pretenden que la situación que viven sus seres queridos es análoga a la que vivieron las organizaciones pro derechos humanos que surgieron como respuesta al aparato represivo del Estado. Pero seamos honestos, plantear un paralelismo es absurdo. De manera semejante, es absurdo plantear un paralelismo entre la respuesta del aparato represivo del Estado y la amenaza insurreccional de los 70.

El sufrimiento que vos experimentas es tan inmensamente diferente a lo que padecieron muchos de los hombres y mujeres que hoy piden justicia, que en tu relato te ves obligada a hablar de circunstancias ajenas a las causas para mostrarnos el dolor que sentís. Pero aquí estamos hablando de hombres y mujeres que saben que sus seres queridos fueron sometidos a suplicios indecibles, padres que saben que antes de ser asesinadas, sus hijas fueron repetidamente violadas, picaneadas, etc.

Yo tengo hijos. Cuando de noche me acuesto en la cama y pienso que uno de ellos puede ser raptado y desaparecido, toda mi alma se retuerce en pena, todo mi ser se llena de temor y salto de la cama para verlos dormir. ¿Vos creés realmente que se están juzgando crímenes políticos? Si es así, estamos hablando en dos lenguajes muy diferentes.

Por lo tanto, todas las detenciones, procesos y condenas que se se realizan se refieren a crímenes puntuales. No hay un juicio general contra “la dictadura” o contra “los genocidas”, sino juicios específicos por cuestiones concretas: torturas, asesinatos, apropiaciones ilegítimas, cometidas contra personas concretas, personas concretas como vos y como yo. En segundo término, sabemos que la justicia argentina es lenta (lamentablemente lenta), lo cual es terriblemente injusto, especialmente para aquellos que eventualmente sean sobreseídos o declarados inocentes. Pero esto no es algo que ocurra de manera exclusiva en el caso de estos crímenes (con toda la complejidad que los mismos tienen), sino que es una circunstancia general de la justicia que está a la espera de una profunda reforma administrativa.

Confucio decía que el vicio moral está asociado a la confusión en el uso de los términos. Yo creo que eso es verdad, y por lo tanto, si queremos debatir, discutir con seriedad y tratar de esclarecer la verdad histórica y ética que nos concierne, lo primero es no confundir peras con manzanas. Tenemos que ser precisos, de otro modo nos convertimos en sofistas. Propagandistas de ideología. No podemos llamar a una persona acusada por la comisión de delitos de lesa humanidad, cuya mejor defensa es la prescripción de los delitos en cuestión o el orden procedimental de los juicios que lo procesan, un prisionero político. Eso es un atentado al lenguaje, un crimen contra la verdad. Y aquí no estoy utilizando una metáfora, estoy hablando en serio. Si queremos entendernos, si queremos construir un futuro en paz para las generaciones futuras, este futuro tiene que estar fundado en la verdad. Y aquí la verdad la han certificado los muertos, los años de dictadura, la censura prolongada, el temor que llevamos en la piel, y doscientos años de historia patria que certifica que el último caso fue una reincidencia desaforada de algo que se venía practicando desde el comienzo en nuestra patria. Por lo tanto, el lugar de la discusión tiene que ser otro. Y estoy dispuesto a encontrar una alternativa, estoy dispuesto a buscar una solución que minimice el sufrimiento de todos (incluidos aquellos que de manera directa experimentan el dolor de ver a sus familiares sentados en el banquillo de los acusados después de tantos años), pero no sobre la base de una tergiversación de la realidad.

Un buen soldado no tortura, no chupa a la gente y la liquida, no participa en la desaparición de personas. Un buen soldado sabe que hay reglas de la guerra, convenciones inviolables. Un buen soldado, si además es cristiano, sabe que los hombres no pueden confundir los fines y los medios. Un buen soldado sabe que de la existencia de Auswitch, de Pol-Pot y los campos de concentración stalinistas fueron construidos, implementados y administrados de manera eficiente por soldados como él mismo, y por lo tanto, después de un siglo de terror totalitario, no caben ya justificaciones, no caben respuestas opacas como: “no sabíamos a qué clase de enemigo nos enfrentábamos”, como leí en la entrada principal de la página de “Hijos y nietos de prisioneros políticos”, la organización de la que te hablé más arriba. Un buen soldado sabe lo que es debido y lo que no es debido a un hombre de bien. Por lo tanto, no se trata de una guerra, se trata de lo que en ese conflicto (sea que le llamemos guerra o mera represión) se hizo que no debía hacerse.

Otra cuestión es la facilidad con la cual se utilizan algunos términos que no hacen más que confundir el pensamiento. No podemos llamar a una persona acusada por delitos de lesa humanidad “prisionero político”, como tampoco podemos decir que los errores cometidos fueron el resultado de la falta de habilidad de las fuerzas armadas para enfrentarse a una guerra revolucionaria. Si queremos llevar a buen puerto nuestros razonamientos deberíamos ser honestos con nosotros mismos. Lo que se juzgan no son hechos cometidos en combate, la totalidad de los delitos cometidos son flagrantes violaciones a la dignidad humana. La tortura, el encarcelamiento ilegal, el fustigamiento ensañado a la que se sometió a los prisioneros, el robo de bebés, etc., incluso si consideráramos el asunto desde tu perspectiva, serían considerados delitos de guerra que merecerían el mayor de los castigos, pero es aún peor cuando pensamos que a lo largo y ancho de Latinoamérica cientos de miles de personas perecieron debido a la obnubilada afirmación de una ideología espantosa a la que algunos todavía siguen apoyando neciamente, pese a las muchas muestras que nos ha dado la historia desde entonces.

Como te decía, nuestra coincidencia en lo que respecta a las cuestiones procedimentales pone de manifiesto un bien al cual los dos nos adherimos. Los dos creemos en ese bien que es la justicia, y creemos que un Estado tiene la responsabilidad de ofrecer garantías a sus ciudadanos de que los mecanismos de coerción y represión no van a utilizarse de manera indiscriminada. Estoy convencido, como vos, que estas cuestiones son fundamentales, que es absolutamente imprescindible asegurar, garantizar los derechos fundamentales de los reos, independientemente de los delitos que estos hayan cometido. Esto es justamente lo que se encuentra en el núcleo de la discusión que estamos teniendo. Y aquí es donde pasamos al tema central que debemos resolver entre nosotros, que consiste en determinar dónde tiene que ponerse el acento en esta circunstancia. Porque de tu relato, lo que se desprende es que no deberíamos realizar ningún tipo de distinción respecto a los crímenes cometidos, que la mera existencia del enemigo terrorista explica y justifica lo ocurrido después. Pero lo que yo creo, si querés que lo diga en términos contemporáneos, es que ningún 11 S justifica Guantánamo. Que Guantánamo es un medio a través del cual se disciplina y aterroriza a toda la sociedad. No hay ninguna necesidad de utilizar esos mecanismos de persecusión y represión. Si así se hace, lo que tenemos es un plan concertado con el fin de mantener bajo el zapato cualquier reivindicación de la sociedad civil. Algo análogo ocurrió en la Argentina.

El efecto que produjeron las actuaciones cívico-militares durante los años de la dictadura en la Argentina no fueron casuales. Si uno vuelve la mirada hacia atrás, al imaginario de nuestra historia, cae en la cuenta que fueron el resultado trágico de una interpretación antidemocrática y elitista que ha imperado en la sociedad argentina, probablemente, desde el comienzo mismo de su historia como imaginario postcolonial.

Otra cuestión importante que planteas es el tema de los crímenes cometidos por los guerrilleros, subversivos o terroristas (cualquiera sea el término que quieras utilizar). Creo que aquí hay un malentendido. Yo no defiendo las actividades de los grupos armados. Creo que esa no es la cuestión que se esta planteando de modo alguno. Pero dejame que te diga por qué me resisto a calificar un argumento de este tipo como apropiado para resolver la cuestión. Lo voy a explicar utilizando una sentencia latina que me enseñó un maestro jesuita que tuve:

corruptio optime quae est pessima.

Es decir, la corrupción del mejor es lo peor.

En primer lugar, no me estoy refiriendo a tu padre. Me estoy refiriendo a aquellos que sean culpables de los crímenes que se les imputan. Si tu padre está aun siendo juzgado, aun podemos y debemos presumir su inocencia. Pero la cuestión es que hay quienes han sido juzgados y a quienes se les ha probado un crimen. Un crimen o unos crímenes que no se asemejan a los de sus enemigos militares en el hecho de que se esperaba de ellos lo mejor, lo apropiado, lo justo, porque en cierto modo tenían sobre sí la responsabilidad absoluta del destino de la patria.

Lo voy a poner en los propios términos castrenses. Yo conozco bastante bien el mundo militar porque durante muchos años estuve muy cerca de círculos emparentados con la oficialidad de las tres fuerzas. Los crímenes cometidos fueron una verdadera traición a la Nación. Porque lo que estamos juzgando es una herida y una vergüenza terrible que pesa sobre todos nosotros. Yo no me siento avergonzado por los criminales y los delincuentes. A ellos se los persigue y se los reprime, y así se hizo. Pero cuando el poder público que tiene que estar allí para protegernos física y moralmente comete crímenes de la naturaleza de los que estamos hablando, su corrupción es inconmensurable, porque es la corrupción del mejor, de quien debía cuidarnos, de quien se había hecho cargo, de quien se había hecho responsable de actuar con justicia.

De nuevo, no estoy hablando de tu padre, estoy hablando de aquellos que hayan cometido esos crímenes. Pero hay algo más que quisiera decir, como ilustración, como ejemplo, sobre un tipo de crimen en particular que aun hoy día se sigue cometiendo mientras sea el caso que existan individuos que desconozcan su identidad. El argumento es un poquitín complicado, pero vale la pena pensarlo porque echa un montón de luz y nos hace entender de manera más justa lo que está en juego en el presente del pasado, y por qué resulta ineludible si queremos construir un futuro auténtico no hacer simplemente borrón y cuenta nueva.

Cuando una persona es apropiada, su cuerpo físico no cambia un ápice. Sigue teniendo el mismo cuerpo físico que tuvo antes de la apropiación. Decimos que hay una apropiación de identidad porque lo que se le roba a esa persona es su genealogía. ¿Qué es la genealogía? Es el relato de nuestros orígenes a partir del cual podemos contar nuestra historia. El problema es que cuando le preguntas a alguien ¿Vos quién sos? Todas las respuestas que damos tienen que ver con nuestra historia. Nadie dice algo como: soy este cuerpo que tenes delante. Porque eso no nos dice nada. La identidad es el tránsito que nos lleva del pasado al futuro, que comienza con esa película a la que llegamos cuando ya estaba empezada, que es la historia de los nuestros.

Apropiar la identidad de alguien es eso, robarle su genealogía, robarle su historia. Pero aquí hay algo curioso, ¿Sabés cómo empiezan los Evangelios? ¿Sabés cuál es la primera frase del Nuevo Testamento? Bueno, el primer capítulo dice así: Genealogía de Jesús. Libro del origen de Jesucristo. Jesucristo hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac. Isaac engendró a Jacob. Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, etc. etc.

Independientemente de tu padre, independientemente de lo que nos pasó a vos y a mi en aquellos años y lo que estamos viviendo ahora mismo debido a eso. ¿Te das cuenta lo que significa que el Estado, no un criminal, un delincuente, un terrorista, sino el Estado, las Fuerzas Armadas y sus socios civiles, que pretendían ser el baluarte de la moralidad, que juraban por Dios y la patria sobre la Biblia, que llegaron con la pretensión de devolver a la patria el orden y la dignidad perdida, lo que significa la corrupción de los mejores? Significa lo peor, lo más abominable.

Por eso creo que no debemos mezclar los argumentos. No hay ningún crimen de los enemigos que pueda justificar lo que ocurrió en esos centros de detención, ningún crimen que justifique haber dejado parir a esas madres y después de haber dado a luz, haberles arrancado a sus hijos de entre los brazos para ejecutarlas, ninguna justificación para hacer que alguien sufra durante treinta años la desaparición absoluta de un ser querido. Y te digo más, Cande, si sólo hubieran sido combatientes, pero no, murieron maestros, profesores, sindicalistas, obreros, abogados, periodistas, tontos que pasaban por la esquina (¿Te acordas de la frase de Camps?), y quienes los mataron fueron aquellos que tenían el poder del Estado (los mejores) que con su actividad se convirtieron en los peores.

Creo que tu argumento es muy débil, sobre todo porque no hay arrepentimiento alguno, no hay juicio moral alguno. Lo que pretendés es llevar la discusión a un terreno en el cual los crímenes se neutralicen por medio de un silogismo salomónico que haga que los horrores inimaginables de unos (quienes cometieron esos delitos de lesa humanidad) contra todos nosotros (no sólo contra sus enemigos, porque el silencio fue para todos, porque la represión fue para todos y cada uno de nosotros, porque el miedo y la rabia y los años de vergüenza y de culpa fueron para todos nosotros), lo justifique el hecho de que esos otros, a los que perseguían, eran criminales. Pero es que aún siéndolo, a ellos no se le puede exigir lo que se le exige a quien ha tomado por voluntad propia hacerse responsable de la nación.

Corruptio optimi quae est pessima.

Yo creo que lo primero, si queremos entendernos, es tomar la decisión radical, generosa con la patria, corajuda y valiente, de hacernos cargo de lo que nos toca. Aquellos militares que asesinaron, torturaron y se apropiaron indebidamente de niños, aquellos civiles que diseñaron y empujaron a esos militares al crimen, deberían recordar las enseñanzas sobre el honor que recibieron en las academias y en los colegios cristianos donde estudiaron. Deberían comprender que con su falsas bravuconadas de hoy, vuelven a poner al país en una encrucijada, a este país nuestro que juraron defender, y que sin embargo, por ignorancia, por miedo, o por lo que sea, ayudaron a quebrar, material y moralmente durante tantas y tantas décadas.