Ayer Página12 publicó una nota sobre algo que advertimos en su momento. Pese a la importancia de la cuestión, no fueron muchos los medios que se hicieron eco de la información: a partir del testimonio y denuncias realizadas por un eurodiputado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la “carne” de uno de sus directivos (el director adjunto Keiji Fukuda), está siendo investigada por el Consejo de Europa en Estrasburgo por supuestas exageraciones en los diagnósticos que promovieron las compras masivas por parte de los Estados miembros de las vacunas para enfrentar la gripe A. Algo similar había ocurrido durante la supuesta pandemia de la gripe aviar. Por lo tanto, el fenómeno no es nuevo.
En primer lugar, recordemos que entre las curiosas anécdotas que nos regaló la presente “pandemia”, una que resulta particularmente interesante es la que gira en torno al modo en el cual algunos medios de información corporativos atacaron violenta y repetidamente a quienes se convirtieron en portavoces de las denuncias de manipulación mediática que las empresas farmacéuticas estaban imponiendo sobre la opinión pública con el fin de realizar el lucrativo negocio.
Un ejemplo grotesto de esta estrategia de descrédito la protagonizó el diario El País de España, que incluso tuvo que ofrecer disculpas por la reacción masivamente negativa que produjo entre sus lectores una nota humillante sobre la monja benedictina que se hizo famosa por sus investigaciones respecto al asunto divulgados por internet.
Ahora que ha pasado el ruido mediático, la justicia nacional y la política europea se ha visto obligada a tomar cartas en el asunto. Se han descubierto conexiones sospechosas entre la OMS y las corporaciones farmacéuticas y documentación que compromete a la organización en la campaña “publicitaria” que mantuvo atemorizado al planeta durante varios meses que, como hemos dicho, permitió y justificó, en medio de una profunda crisis económica-financiera la transferencias de importantes cantidades de dinero del sector público al sector privado en forma de venta de millones de dosis de vacunación. Aunque un porcentaje importante de pedidos se ha suspendido, sigue siendo un negocio estupendo lo sucedido.
La gripe, como una tormenta, ha pasado sin dejar rastro en nuestra memoria. Pero haríamos mal en permitir que las escenas vividas durante aquellos días se esfumaran de nuestra conciencia sin sopesar antes bien el significado de las mismas. Debemos parar, recoger nuestra mirada y pensar en el asunto. De otro modo, la aceleración mediática nos hace presas fáciles, una y otra vez, de las estrategias que ponen en funcionamiento los poderosos. Recordemos que no sólo en los estamentos internacionales, sino también en la política nacional y local, las repercusiones de la gripe fueron utilizadas para sacar diversos tipos de ventajas.
Pensando en este asunto, hay dos cuestiones que me gustaría recalcar. En primer lugar, creo que debemos tomar conciencia que las sospechas que ha provocado la actuación de la OMS son particularmente preocupantes si tomamos en consideración que la mayoría de las agencias nacionales de salud tomaron decisiones de acuerdo con los diagnósticos y recomendaciones de dicha organización. El encadenamiento burocrático, en efecto dominó, permitió ejecutar una estrategia manipulativa llevando falsa información desde lo más alto de las jerarquías burocrático-corporativas hasta el último rincón de servicios educativos y sanitarios, afectando de ese modo la vida de los individuos de maneras difícilmente mensurables.
Por lo tanto, la primera cuestión que me preocupa gira en torno al modo en el cual la difuminación de la frontera entre las funciones del estado-burocrático y la corporación-capitalista amenaza hoy más que nunca a colonizar los últimos rincones del mundo de la vida.
La segunda cuestión gira en torno a un pronunciado olvido. Peter Berger y Th. Luckmann adelantaron en los años 60 la noción de “cosificación” en el ámbito de la teoría social. Aquí cosificación se refiere a un fenómeno bastante común. Dice Berger y Luckmann:
“La cosificación es la visión de los productos humanos como si fueran otra cosa que productos humanos: como si fueran hechos naturales, como consecuencias de leyes cósmicas o manifestaciones de una voluntad divina. La cosificación implica que el hombre es capaz de olvidar su autoría del mundo humano.”
Esta noción tiene especial relevancia para el asunto que estamos tratando. Recordemos que la gripe en cuestión, que fue conocida en primer término como gripe “porcina”, no es producto de una circunstancia meramente natural, de un accidente ocurrido independiente de la actividad del hombre, sino todo lo contrario, que dicha gripe tuvo origen en la manipulación inapropiada y largamente denunciada de algunos mataderos de cerdos en las megafactorias mexicanas cercanas a la frontera estadounidense donde las grandes corporaciones del sector han decidido deslocalizar sus instalaciones a fin de esquivar la legislación preventiva que existe en los Estados Unidos.
Aquí la noción de cosificación resulta muy apropiada, como resulta apropiada la utilización de dicha categoría para pensar catástrofes como las ocurridas en estos días en Haiti, en la que además de la desgraciada ocurrencia del terremoto, la mano del hombre ha fabricado las condiciones necesarias para que el suceso natural pudiera potencializar sus efectos. Pero también es apropiado para pensar otras circunstancias, como es el conflicto palestino-israelí, o la guerra en Irak y Afganistan, que a muchos de nuestros contemporáneos se les aparece como si fueran designios que son ajenos a las voluntades humanas, producto de alguna maldición divina, o de la dotación genética o racial de los habitantes de esos lares.
Pero, definitivamente, no es así. Todos estos terribles acontecimientos son productos del quehacer humano, de decisiones que toman los seres humanos, muchas veces enmascarados y atrapados en sus roles corporativos o burocráticos, como parte de un mecanismo demoledor que es incapaz de pensar con un entendimiento no instrumental las circunstancias con las que se enfrenta.