En vista a las reiteradas acusaciones de que nuestras críticas no vienen acompañadas de nada positivo, voy a explicar mi posición a partir de cuatro preguntas fundamentales. La estructura de la argumentación pretende ofrecer un diagnóstico, apuntar a las causas de los problemas, constatar la posibilidad de una cura, y promover un tratamiento. Esas cuatro preguntas son:
1- ¿Cuáles son nuestros problemas?
2- ¿Cuáles son las causas de nuestros problemas?
3- ¿Cuál es el ideal de convivencia y desarrollo que nosotros imaginamos?
4- ¿Cuáles son las medidas básicas que necesitamos implementar para alcanzar ese ideal?
1-¿Cuáles son nuestros problemas?
a- Hay un problema ecológico: estamos destruyendo la base material de nuestra existencia.
b- Tenemos un problema de justicia social: estamos descartando amplios sectores de la sociedad para sostener nuestro proyecto de crecimiento.
c- Tenemos un problema político: el gran capital controla y distorsiona la democracia a través de los mass media, el entretenimiento y la continua exacerbación del consumo.
2- ¿Cuáles son las causas de nuestros problemas?
Nosotros vemos dos causas «cosmovisionales» fundamentales detrás de todo esto:
a- Una concepción de la persona, del yo, del individuo, que lo imagina arrojado en un espacio de competencia natural, salvaje, con todos los demás individuos. Es decir, una concepción individualista radical.
b- Una concepción del desarrollo humano que solo pone atención a una clase muy peculiar de libertad (la libertad negativa), en la que se pretende que lo único a lo que tenemos que comprometernos es a evitar cualquier obstáculo para que la gente pueda hacer lo que quiera con su vida. Esta noción de libertad está acompañada de una peculiar manera de entender el bien o el fin humano, en términos de progreso económico, material, capacidad de consumo, productividad, etc. Estas dos concepciones las defendemos «religiosamente», es un dogma moderno que ha impuesto la «escolástica» liberal y que se ha convertido en una suerte de «sentido común» de nuestra época.
3-¿Cuál es el ideal de convivencia y desarrollo que nosotros imaginamos? Es decir, ¿Es posible encontrar una solución?
Nosotros creemos que si. Imaginamos un mundo que esté más en acuerdo con los Evangelios cristianos, con la Iglesia primitiva, con la visión budista de la compasión y la Sangha, con el comunitarismo político, y no con el exclusivismo liberal de los derechos que imagina lo supraindividual y lo suprafamiliar como amenaza.
Parece incuestionable que, desde el punto de vista ontológico, somos individuos sólo en la medida de nuestra participación en nuestras comunidades de pertenencia. La comunidad, además de preservar nuestra existencia material, nos inicia a una lengua, ofrece las condiciones para el desarrollo de nuestra personalidad. En la medida de los dones recibidos, nuestras obligaciones y deudas. Nuestras acciones deben contribuir a asegurar la continuidad y la sostenibilidad de dichas comunidades. A nuestro modo de ver, el dogma liberal del individuo atomizado y la libertad negativa radical mina dicha continuidad y sostenibilidad.
4- ¿Cuáles son las medidas básicas que debemos implementar para alcanzar nuestro ideal?
De manera general, debemos cambiar nuestra manera de pensar acerca de lo que es la persona humana y el lugar que ocupa en el concierto de la naturaleza. Eso significa romper, por un lado, con la visión instrumentalista de la modernidad, y en particular, romper la fascinación que produce la ideología liberal. No somos entidades autónomas cuya tarea consista en dominar indiscriminadamente la naturaleza (el mundo animado e inanimado) con el fin de extraer el mayor beneficio de la misma, ni atomos social que podamos autodefinirnos con independencia absoluta de la comunidad de pertenencia que ha hecho posible nuestra individualidad. Somos animales, dependientes y racionales, como le gusta decir a MacIntyre. Es decir, somos, ineludiblemente, seres naturales, que desarrollan sus habilidades específicas a través de la participación comunitaria (dependencia), especificidades que tienen que ver con el desarrollo de nuestras «virtudes» racionales.
Ahora vamos al detalle:
a- Frente al problema ecológico:
Ya hemos hecho referencia más arriba al instrumentalismo, y lo hemos tratado más extensamente en otras entradas. Para lo que nos interesa ahora mismo, cabe agregar que las corporaciones y la burocracia estatal son los estamentos o esferas sobre los que debemos establecer la mayor responsabilidad en lo que respecta a la continuidad de las condiciones de posibilidad de la existencia viviente en el planeta y su calidad. Y esto en vista a la medida del daño que producen los agentes sistémicos; y en la medida de los beneficios relativos que dichas prácticas sistémicas significan para quienes participan de dichas esferas. Por eso necesitamos una legislación y un aparato judicial-policial que asegure controles y sanciones que pongan coto a la ambición indiscriminada o domestiquen las tendencias intrínsecas a la racionalización indiscriminada de los recursos cuando estos hagan peligrar la salud de nuestro hogar planetario y la supervivencia de sus habitantes (humanos y no humanos)
b- Frente a la injusticia social:
La propiedad privada no puede ser un bien absoluto (esto no lo dijo Marx, sino Santo Tomás de Aquino, el llamado Doctor Angélico). La propiedad privada tiene como límite la necesidad humana. Eso quiere decir, como sostiene el Dalai Lama, que la acumulación exponencial de capital, el aumento de la brecha de la renta entre ricos y pobres, y las prácticas financieras usureras que ponen en peligro la economía productiva, son inmorales. Inmorales quiere decir que quienes las practican no merecen nuestro respeto, como no merecen nuestro respeto los chorros, los mentirosos, los maltratadores y los asesinos. Estamos instalados en la creencia de que las prácticas económicas y financieras son «neutrales» moralmente. Es decir, que no les cabe a ellas los juicios de bondad o de maldad, de justicia o de injusticia. Ese es otro de los dogmas de la «religión» liberal.
d- Con respecto a las amenazas que penden sobre la democracia:
Todo lo anterior, es decir, nuestros problemas y concepciones erróneas, se sostienen porque la práctica política se ha puesto al servicio exclusivo de los intereses económicos. Estos grupos económicos se encuentran decididamente involucrados en la saturación del discurso con el fin de confundir a la opinión público. En buena medida, los grandes medios de comunicación y las fabricas de entretenimiento, son las que están detrás del concertado esfuerzo por hacer razonable una ideología que en realidad es perniciosa para todos nosotros.
Por lo tanto, desde el punto de vista político nos urge reconstruir una sociedad democráticamente más participativa. Necesitamos poner coto a la concentración de medios, escapar a la imposición de una cultura exclusivamente individualista y consumista (de eso se trata la telebasura ¿no es cierto?). Debemos volver a debatir, discutir, pensar conjuntamente. Debemos tomar decisiones soberanas desde la base social.
Conclusión:
Hay muchos que aun creen, pese a las evidencias en contra, que la solución pasa por crecer más, por desregular la economía, por liberar al poder de los obstáculos al ejercicio de su voluntad. La razón detrás de esta convicción es la creencia de que el progreso es fruto exclusivo de la libertad individual, fuente última de la creatividad, reducida en nuestra época a la soberanía técnica que imponemos a lo real.
Hay muchos que aun creen, pese a las evidencias en contra, que el problema a la inseguridad social(la contracara de la injusticia social)se resuelve aislando, encerrando, removiendo de «nuestros» barrios, a la población «inservible», a los «desperdicios humanos», como decía Bauman, creados por nuestra sociedad de consumo. Esa exclusión puede ser física, pero también informativa. Un ejemplo de ello son las víctimas del hambre anunciadas con estrépito antes de la llamada «crisis» económica que han sido «desaparecidas» por silenciamiento.
Hay muchos que aun creen, pese a las evidencias en contra, que el problema ecológico se resolverá exclusivamente con la aplicación de tecnologías más eficientes, acompañadas de una práctica new age, es decir, poniendo «tachitos» en las esquinas para que los individuos atomizados practiquen el reciclaje. Esta ecología soft no hace alusión alguna a nuestros hábitos de consumo, ni al marco capitalista que lo precipita.
Estamos, por lo tanto, frente a dos ideologías opuestas. Lo que nos toca es elegir la «racionalidad» de cada una de ellas. No se trata de elegir una estética determinada, o preguntarse qué personas o partidos están detrás de cada una de estas posiciones. Esas son cuestiones que se resolverán en cada caso llegado el momento de la aplicación práctica de las transformaciones o la conservación del status quo.
Determinar la racionalidad de nuestras posiciones es la primera responsabilidad que tenemos como agentes morales. Eso implica poner en cuarentena nuestros deseos e intereses particulares para juzgarlos en vista de criterios superiores. La racionalidad de nuestras posiciones, sin embargo, no la ofrece el hecho de seguir una cara famosa a la hora de construir nuestro discurso, ni al hecho de que la misma esté en consonancia con nuestros prejuicios.
Creo que esto último es algo a tener en cuenta, especialmente en estos días en los que los grandes medios de comunicación no sólo nos imponen sus argumentos, sino que adjudican a sus voceros (periodistas, intelectuales, artistas y famosillos de turno) un prestigio estético como alternativa a la racionalidad de sus críticas y propuestas. O para decirlo de otro modo, lo primero es saber qué es lo que defendemos. Una vez tenemos esto en claro tendremos que determinar quienes embanderan nuestra lucha. Pero como dice el dicho popular: no hay que poner el carro delante del burro.
Desde nuestra perspectiva, el proyecto «liberal» que aquí ponemos en entredicho acabará convirtiéndose en esa pesadilla de la ciencia ficción que todos conocemos, esa pesadilla largamente anunciada que se está haciendo realidad con cada día que pasa: un mundo con centros privilegiados de consumo, rodeados de un desierto de hambre y de penuria. Eso sí, el consumo de esos pocos será un consumo monumental que crecerá en paralelo a el creciente distanciamiento entre la renta de los ricos y la renta de los pobres.
Nosotros, en cambio, soñamos con un mundo donde, aunque perduren las diferencias, nuestro goce personal no necesite para lograrse del sufrimiento de los muchos. Por esa razón, ahora más que nunca, creemos que debemos defender la educación, la salud y el retiro público. Público no significa estatal, aun cuando ahora mismo el estado sea la mejor herramienta política disponible para lograr que estos bienes estén al alcance de todos. Eso no significa que el que quiera asistencia, educación y retiro privado no pueda optar por ello. Pero la sociedad en su conjunto tiene que comprometerse con lo público, con la creación de condiciones de inclusión. Eso implica poner coto al saqueo continuado que el gran capital realiza de los bienes públicos y la complicidad de la burocracia estatal en dicho saqueo.
Coda:
Espero que estas cuatro respuestas a las cuatro grandes preguntas planteadas despejen la pretensión de nuestros contrincantes en el debate que no dejan de acusarnos de escupir nuestras críticas por el mero placer del insulto, sin acompañar las mismas con solución alguna.
Puestos a ello, creemos que dicha acusación no hace más que confirmar que la confusión reinante en el debate es una cortina de humo que nuestros contrincantes en el debate se empeñan en producir a través de ataques ad hominem, chicanas de todo tipo y la indiferencia consabida cuando llevamos algo de seriedad a la discusión. Puede que todos estos estratagemas no tengan otra función que esconder la imposibilidad de sostener racionalmente las posiciones que se defienden. Es en este sentido que algunos de nosotros hablamos a veces del dogmatismo liberal y la fe en el consenso de los poderosos como de una «religión» de nuestro tiempo. Pero entiéndaseme bien, «religión» en el peor sentido de la palabra, y no en la bella acepción que evoca las esperanzas de un mundo mejor, un mundo renovado en la justicia y el amor, que es a lo que nosotros mismos aspiramos.
Ahora cedo la palabra al contrincante liberal para que defienda su programa.