Dar forma a las resistencias

Hace poco más de un año, eran un puñado los que imaginaban que un cambio profundo podía ocurrir en el planeta. El hegemónico discurso liberal nos había enseñado a pensar en una única y concertada dirección. Las propuestas alternativas resultaban a los oídos de los ciudadanos el producto de la rabia y el resentimiento de unos pocos radicales incapaces de hacerse a la idea que la historia había encontrado su sendero y se dirigía (cualquiera fuera el costo que de este resultara) hacia su propia consumación.

Entre los que alumbraban esta interpretación de la historia, había quienes se lamentaban sinceramente por los resultados a los que nos conducía la globalización capitalista.
Otros, se dedicaban sin segundos pensamientos, a disfrutar de los excedentes de la economía virtual.

La llamada crisis financiera ha traído consigo muchas cosas terribles, pero ha venido acompañada de un verdadero revulsivo que puede ayudar a constituir nuevos entramados de poder, re-configurar tejidos sociales y políticos atomizados durante las décadas post-políticas del neo-liberalismo corporativista y de ese modo ofrecer una plataforma desde donde ejercitar un poder efectivo frente al poder flotante tras-nacional.

A nuestro modo de ver, existen dos importantes herramientas para lograr una afirmación del poder popular en estos días, y de un modo u otro están siendo utilizados con resultados favorables en algunos lugares del planeta. El caso Argentino en el 2001 es paradigmático. El imaginario de la revuelta: ‘¡Que se vayan todos!’, como ha señalado Naomi Klein en un artículo reciente, tiene ecos en otros escenarios: un ejemplo es el caso islandés.

Estas dos herramientas son:

(1) la movilización popular permanente, que fuerce a los gobiernos a tomar ciertas medidas ‘tabú’ que comiencen a deshacer las prácticas de consorcio de la política-mercado que ha reinado durante los últimos años, y que es uno de los factores clave para entender la des-legitimación de la soberanía popular cuando esta se enfrenta a los intereses financieros y comerciales, y

(2) una revuelta impositiva y jurídica. Un ejemplo de ello es, según Amy Goodman, el movimiento encabezado por la congresista Marcy Kaptur de Ohio, que ha estudiado los agujeros legales que permiten la resistencia de millones de familias afectadas por las ejecuciones hipotecarias. Goodman ha informado en estos días que en los Estados Unidos se han registrado 2,3 millones de ejecuciones hipotecarias en 2008 (algo más del 80% respecto al 2007 y más del 220% respecto al 2006). Kaptur llama a los afectados a convertirse en okupas en sus propias casas.
Mientras los bancos y otras instituciones financieras han recibido sumas millonarias de dinero que se han embolsado sin necesidad de dar nada en contraparte, los principales afectados del pueblo norteamericano han sido abandonados a su suerte.

En Europa, los acontecimientos de las últimas semanas están mostrando claramente que las instituciones bancarias y financieras, no están dispuestas a colaborar en la recuperación de la economía de base (en primer lugar, porque esas estructuras institucionales no tienen capacidad para realizar este tipo de actividades, sólo pueden ser forzadas por medio del poder político a realizar este tipo de movimiento), sino que están comprometidas con sus propios procesos de saneamiento y recuperación de pérdidas.

Los escándalos que los medios tienden a minimizar muestran claramente que estas entidades reafirman su independencia del poder político y de la soberanía popular de modo radical, lo cual exige por nuestra parte, como afectados directos de la crisis, una radicalidad análoga.

Los gobiernos europeos están profundamente involucrados en las prácticas políticas fracasadas, y sus imaginarios están articulados estrechamente con el paradigma en discusión. La fragmentación social y política a la que han sido sometidos los pueblos resulta evidente cuando tomamos conciencia de la dificultad que encuentran las protestas para ofrecer un imaginario de futuro común, y articularlo de tal modo que se vuelva un efectivo factor de cambio.

Por otro lado, el discurso mediático, tiende a dinamitar el propio proceso de cambio ofreciendo relatos desvinculados de la protesta social en marcha, por medio de un tipo de gramática des-legitimadora y atomística a fin de neutralizar el potencial proceso de confluencia de los diversos sectores volcados a la protesta.

La única política viable es una política de confrontación militante, que tome las calles y agite la insurrección jurídica e impositiva a gran escala. Una movilización de este tipo no producirá un efecto inmediato, pero ofrecerá ocasión para la re-articulación de una identidad ciudadana a partir del descontento creciente de la población, antes que ese descontento sea utilizado por la derecha populista xenófoba y el activismo religioso, des-conectando al pueblo de sus auténticos relatos reivindicativos.

Las instituciones democráticas europeas están profundamente embebidas en la política-mercado. Un cambio real sólo puede ser el producto de un giro paradigmático de enorme envergadura, que sólo puede resultar de la recuperación de un quiebre del imaginario en la esfera social, que re-edite modos de confrontación agonística, como proponía Mouffe, y fuerce de este modo a un tipo de consenso confrontativo sin el cual la muchedumbre se encuentra en una posición estéril para negociar su parte en la distribución del esfuerzo y sacrificio social que la llamada crisis exige.

Si los desposeídos, desempleados, sub-empleados, trabajadores acorralados por el temor al despido, universitarios, etc. son incapaces de ofrecer un frente común, el resultado será definitivo y las posibilidades de justicia futura impensables.