Ahora me gustaría detenerme en una cuestión que surgió ayer cuando reflexionábamos sobre el aborto y la fertilización asistida. Intenté explicar muy sucintamente de qué modo la lógica de la identidad que impera en las argumentaciones de los contrincantes en el debate dificulta una mejor comprensión del problema que tenemos entre manos. Por supuesto, los más arrebatados y militantes se impacientarán con mi línea discursiva. Pero a nosotros nos toca pensar el asunto y echar luz sobre el mismo, aún a riesgo de complejizar la cuestión.
Decía, entonces, que existe entre los antiabortistas y los legalistas un afán reduccionista que podemos atribuir a una suerte de ”lógica de la identidad”. Con ello me refiero a lo siguiente. Debido a características intrínsecas de nuestra estructura lingüística y cognitiva, nuestra relación con los entes sólo parece posible cuando somos capaces de determinarlos de manera rotunda. Al aprehenderlos, los concretizamos de manera reificante: los hacemos “esto o aquello” de manera concluyente. Cuando hablamos de una mesa, por ejemplo, no nos referimos a una ventana. Las mesas y las ventanas son otras, en nuestra aprehensión habitual, de manera absoluta. Sin embargo, las mesas existen en nuestra esfera de convencionalidades porque existen también las ventanas y otros “pragmata” que en contra-distinción contribuyen a la constitución de nuestro mundo cotidiano.
Ahora bien, debido justamente a este condicionamiento inherente de nuestra cognición y nuestra «gramática», nos resulta ajetreado el comprender la relación que existe entre: (1) las entidades y sus causas; (2) las entidades y sus partes; y (3) las entidades y los conceptos que les otorgan a los mismos un rol funcional en la esfera de las convencionalidades de la que hablábamos más arriba.
Con respecto a (1), o bien diferenciamos de manera problemática a las causas de sus efectos; o bien equiparamos las causas a sus efectos disolviendo las complejidades de las dinámicas genéticas.
Con respecto a (2), solemos, o bien totalizar las entidades ocultando su diversidad constitutiva, estructural; o bien las hacemos desaparecer debido a nuestro afán analítico.
Con respecto a (3), oscilamos entre un problemático objetivismo y un subjetivismo proyectivista.
Nuestra tesis podría formularse del siguiente modo.
1) Con respecto a la relación de las causas y sus efectos, decimos que, en última instancia, esta relación no se adecúa a la lógica de la identidad porque las instancias comparadas (las causas y sus efectos) no pueden considerarse en términos de igualdad y diferencia.
2) Con respecto a la relación estructural de las totalidades y sus partes, decimos que, en última instancia, su relación no se adecúa a la lógica de la identidad porque las instancias comparadas (las totalidades y sus partes) no pueden considerarse en términos de unidad y diversidad.
3) Con respecto a la relación entre las entidades y los conceptos que a ellos se refieren, decimos que, en última instancia, su relación no se adecúa a la lógica de la identidad porque las instancias comparadas (las entidades y la conceptualidad) no pueden considerarse a partir de nociones objetivistas o proyectivistas de lo real.
De este modo, podríamos decir que existe un hiato irresuelto que la lógica de la identidad (la lógica que impera sobre las funcionalidades) no puede explicar. Desde la perspectiva de esta lógica, este hiato se convierte en una distancia insuperable entre dichas convencionalidades, lo cual se ve ilustrado por (1) los imaginarios atomizantes de la realidad (una suerte de libertarismo anárquico)y (2) su contracara reaccionaria que nos imagina a partir de una suerte de totalización totalitaria.
De este modo, lo que subyace a los malentendidos políticos que se multiplican son los extremismos que pendulan de manera excluyente entre el anhelo de una libertad entendida exclusivamente en términos de “individuación”, y un igualitarismo que hace tabula raza del reconocimiento de la diferencia. Lo que necesitamos es volver a pensar lo distintivo a la luz de la comunión fundante que subyace a todo lo existente.
Todo esto conlleva situar la discusión en un doble plano: político y ontológico, con el fin de devolver a la política (el plano que verdaderamente nos incumbe porque allí es donde ejercitamos nuestra responsabilidad, es decir, nuestra condición respondente) su raigambre en la naturaleza.
Pero entendámoslo correctamente, aquí “naturaleza” no se refiere a la naturaleza definida en contraposición con la agencia humana. No es ni la naturaleza del capitalismo que se ve reducida a su condición de mero recurso, ni la naturaleza de la “ecología romántica” que sofoca sus jerarquías de complejidad creciente, convirtiendo al hombre en «antinatural» en el pleno sentido de la palabra. Aquí “naturaleza” pretende recuperar alguna concepción análoga al antiguo concepto de “cosmos”, con el fin de escapar a esa política flotante que el postnietzscheanismo erigió como paradigma de los tiempos (voluntad de poder). Es decir, una política que no se atemorice ante su propio limite, que sea capaz de recuperar su tentacion positivista reificante.
Eso significa, desde otra perspectiva, volver a pensar la revolución. Es decir, reconocer que la institucionalidad (la positividad entendida como cristalización de las pugnas de poder) no pueden ser vehiculo de novedad alguna, que es necesario una ruptura para escapar a los imaginarios imperantes. Esa ruptura (esa “anomalía” diría nuestro amigo Forster) se manifiesta, en primer lugar, como negatividad de lo real funcional, pero no en sentido nihilista (no al menos necesariamente). Lo que viene es a devolver a las funcionalidades ineludibles de la existencia humana su raigambre ultima, allí donde la lógica de la identidad no llega.
Por supuesto, esto nos lleva a otra cuestión muy interesante: que la positividad se funda siempre en una injusticia radical que refleja la condición inherente finita de la existencia humana.
Ahora regresemos a la cuestión puntual que nos incumbía (el aborto y la fertilización asistida). Lo que pretendemos es una crítica a toda política nihilista entendida de tal modo que incluye, tanto a los positivistas de todo pelaje que ahogan la justicia en la verdad exclusiva de la ley humana, como a los que pretenden, con una actitud de enmascarado cinismo, condenar las convencionalidades a la luz de lo absoluto. Puede que la “solución” a muchos de nuestros conflictos pase por recuperar y asumir el carácter sacrificial de toda gramática política. Es decir, volver a pensar la “representación” asumiendo como trasfondo alguna nocion análoga a la de “communitas”, donde debería haber un lugar para los idos, para los porvenir, como asi también para lo que no pudieron ser para que nosotros seamos.
Nuestra existencia frágil recuperaría de ese modo su perspectiva de radical contingencia, su estatuto de existencia donada, dando paso, de ese modo, a una ética del perdón y de la gratitud.