Diego Armando Maradona, «El Ché»

Estamos en Sudáfrica. La ocasión: una conferencia de prensa. Un periodista pregunta a Maradona:

-¿Qué siente al saber que los sudafricanos, cuando se les pregunta por Argentina, dicen “Maradona-Messi”?- La pregunta tiene trampa, pero Maradona no se inmuta. En cambio le responde:

-Me parece bien. Pero deberían decir “Ché” Guevara-

El periodista se siente decepcionado. Pensó que iba a incomodar al Diego, pero Maradona lo sacó fuera de la cancha, le mostró que en su mente, incluso a pocas horas de comenzar un mundial, la vida no se reduce al rectángulo donde veintidós jugadores en ropas íntimas persiguen una pelota. Para salvar el escollo, el periodista desubicado agrega:

-También Mandela- Maradona, que le acaba de hacer un golazo al periodista atrevido, le dice:

-¿No me preguntaste por Argentina? Bueno, Argentina es el “Ché” Guevara.

Hoy, en el diario El País, publican una crónica en la que se dice que Maradona es un “populista”. Es cierto que nadie sabe muy bien qué quiere decir “populismo”. Los politólogos discuten, los sociólogos no se ponen de acuerdo, los filósofos hacen malabares intentado determinar el lugar que ocupa el término en sus categorias. Pero en la mente de un periodista del diario El País se trata, indudablemente, de una predicación despectiva contra el Diego. Todas las declaraciones que no tengan que ver con la “redonda” son juzgadas por el autor de la nota como estrategias de marketing que no merecen nuestra atención. Pero, ¿Por qué este empeño en reducir sus expresiones extradeportivas a la mentira?

La pregunta es interesante. Pongámosla en contexto. No cabe la menor duda que Maradona ha sido el mejor jugador de fútbol del mundo. Pero no sólo ha sido el “forjador” de una zurda magistral, sino que se ha convertido en un héroe popular por derecho propio. Por supuesto, es posible debatir acerca de si Pele es mejor que Maradona, o si el talento deportivo de Messi es mayor o menor que el talento del Diego, pero ni Pele ni Messi son héroes populares. Son excelentes, magistrales jugadores de fútbol, pero Diego pertenece a otra “raza”, la raza de los «héroes».

Entre otras cosas, lo que distingue a Maradona de sus “colegas” es que el siempre se ha resistido a convertirse en un mero espectáculo. Habiendo probado ser el mejor jugador del mundo, se ha resistido a ser “meramente” el mejor jugador del mundo, y esto tiene una grandeza indiscutible. No se ha conformado con ser un maestro de su arte y eso le ha convertido en una especie de héroe homérico, muchas veces arrebatado por la ira y por la pasión que en su corazón los dioses precipitan. Como ocurría con Agamenón o Aquiles, Maradona sigue siendo un héroe pese a sus arrebatos o, quizá, justamente debido a sus arrebatos. Maradona es un héroe destinado a ser recordado en el canto de la tribu, inmortalizado por los poetas y los cineastas.

Los “negocios”, la “corpo” deportivo-mediática, quiere que los jugadores se acomoden a “las reglas del juego”. Quiere convertirlos en engranajes de esa monstruosa máquina de hacer dinero. Los “responsables” deportivos adiestran concienzudamente a los jugadores para convertirlos en caballeros a-problemáticos, obligándoles a guardar un bajo perfil en lo que toca a la realidad extrafutbolísticas. El jugador de fútbol es una apariencia apetecida. Es recibido con los brazos abiertos para participar en los spots publicitarios de Nike o de Adidas, pero se le mira con una mueca de desagrado cuando expresa sus opiniones políticas, especialmente si se trata de un tercermundista. Un jugador de fútbol está autorizado por sus dueños a convertirse en representante de las Naciones Unidas u ofrecer su imagen para apoyar alguna campaña de ayuda al tercer mundo, pero cuando lo mueve la indignación, como ocurrió recientemente con un jugador musulmán que públicamente condenó la masacre del pueblo palestino, las amonestaciones del poder son veloces y contundentes.

Maradona, en cambio, es una reivindicación de lo humano. Es un No rotundo a la pretensión de hacer de todos nosotros “muñecos”, aunque sea bien remunerados. El más grande jugador de la historia, del deporte más popular que ha conocido la humanidad, se rebela y dice que no, una y otra vez. Su no es una puteada monumental, un arrebato de rabia, un escupitajo en la cara del poderoso. «Maradona, decía Galeano, es un Dios sucio con el cual el pueblo se identifica.»

Algunos europeos no entienden su lenguaje chavacano, su desalineo, su sabia locura. Pero no se dan cuenta que su indignación ante la “mala educación” del pibe de oro no es otra cosa que una expresión de la internalización de los valores “muñequiles” que nos ha impuesto un sistema que sólo vela por la apariencia. Un sistema que sólo pide al criminal que asesine con buenas maneras, que «afane»(*) haciendo ostentación de su eficaz eficiencia.

Maradona es, a su manera, una rebelión contra las verdades establecidas de los falsos señores. Pero ellos no se dan cuenta, como señoras gordas que son (anoréxicas sería más acertado en esta época de espejos distorsionantes), mientras comen “masitas” a la hora del té, se revuelven en sus asientos, incómodas cuando escuchan que el Diego se desboca y las manda a ejercer su oficio más auténtico. Pero cuando pasa la tormenta, lo que queda es la verdad. Diego sigue siendo fiel a sí mismos, mientras los otros se arrebatan los residuos que ofrece la obsecuencia. De este modo se explica por qué razón, para Maradona, Argentina es también, y por sobre todas las cosas, el “Ché”.

(*) «afanar» – voz lunfarda que significa hurtar, estafar, robar.