“Tenemos un problema comunicacional” – insisten algunas figuras mediáticas del gobierno cada vez que se les pregunta qué se hizo mal. El periodismo militante asiente cada vez más incómodo ante la aseveración de los referentes políticos que se excusan. Pero todos saben que ya no alcanza con la crítica formal. Lo que está en cuestión es el fondo de la cuestión.
El presidente parece confirmar la excusa de sus “ineficaces comunicadores”. En una muestra más de arrogancia política, se pone abiertamente contento cuando un cómico manifiesta de manera chabacana “su más genuino pensamiento” (lo que el presidente piensa verdaderamente de una parte de la ciudadanía) y participa del abuso enviándole un guiño a través de las redes sociales (el flan) que, acto seguido, produce la enervación de una parte de la ciudadanía que se siente justamente indignada ante el mamarracho mediático, mientras quienes se encuentran del otro lado del espejo de la grieta festejan orgásmicamente la patoteada.
Mientras tanto, el propio Macri reconoce que (otra vez) se incumplirán las expectativas presupuestarias. El precio del dólar está por las nubes (muy lejos de lo proyectado para este año) y las expectativas de crecimiento asumidas están cuatro puntos y monedas por debajo de lo esperado. La economía real está descalabrada. Los despidos se multiplican. Los sectores más vulnerables viven una experiencia cotidiana de desesperación.
El encorsetamiento del FMI augura años de malvivir para los argentinos de a pie. Esto servirá para asegurarle a los grandes jugadores del mercado que sus expectativas de ganancia no serán defraudadas. Mientras tanto, se desmantelan junto a las políticas sociales todos los proyectos de investigación y desarrollo inaugurados durante la última década, y todas las herramientas de incentivo para la industria nacional, cuyo éxito relativo hacia presumir a algunos que el futuro del país era próspero, pese a las evidentes limitaciones estructurales que supone nuestra situación geopolítica en un mundo en crisis, y nuestro heredado rol en el marco de la economía mundial en la era pos-imperial del todos contra todos.
Mientras tanto, “el mayor escándalo de corrupción de la historia argentina” anunciado con estridencia en todos los medios oficiales, que la “Justicia” de Bonadio y sus secretarios investigan, para no ser menos, con igual corrupción en su rubro (violando todas las garantías procesales y parcialidad manifiesta) no alcanza para tapar el sol. El temor del gobierno (y de Wall Street, dicho sea de paso) es que a Macri no le alcancen los votos del año que viene para imponer los ajustes fiscales que (dicen) se necesitan para asegurar que Argentina no vuelva a la morosidad.
Como señala Wolfgang Streeck, un “Estado deudor” tiene dos grupos políticos de referencia, “los ciudadanos y los acreedores”, a los que llama “dos pueblos”: el Staadvolk (la ciudadanía) y el Marktvolk (comunidad del mercado). En la década kirchnerista, en contra de las aspiraciones de la izquierda local, se trataba de ser leales a ambos “pueblos”. El kirchnerismo “honró” las deudas contraídas, excepto en aquellos casos en los que se reconocía un abuso flagrante que ponía en duda la viabilidad de la misma ciudadanía. La negativa del gobierno kirchnerista a pagar a los fondos buitres respondió a este posicionamiento. Razones no faltaban para sospechar que el disciplinamiento jurídico en Nueva York por parte del juez Griesa traería cola. Consecuencias a la vista.
El macrismo, en cambio, actúa, según la categorización de Streeck, como un “Estado consolidado”. En el marco de la crisis fiscal que azota el país, el gobierno se ha decidido de manera rotunda a favor de la comunidad del mercado, poniendo en primer plano los compromisos con los acreedores en desmedro de los compromisos público-políticos que tiene con la ciudadanía.
Sin embargo, un espectro acecha al gobierno de Macri, un espectro que se ha puesto de manifiesto ante la perspectiva del “tiempo intermedio”. El tiempo intermedio es el calculado período que se extiende entre la irrupción patente del colapso financiero que agita la amenaza aún teórica del default y las proyectadas elecciones generales. Algunos hablan ya de adelanto de elecciones para esquivar al espectro, conseguir legitimidad política, y aplicar con dureza el «proceso de reorganización nacional» que, dicen, necesita la patria («después de 70 años», insisten, «de irresponsabilidad popular»).
Sea lo que sea que ocurra en los próximos meses, lo cierto es que a esta altura ya podemos decir que el camino emprendido el 10 de diciembre de 2015 fue la peor opción disponible. Eso no significa que «podamos volver» al pasado. En política no solo el fatalismo es malo como consejero, también la nostalgia es una invitación al fracaso. La construcción de una alternativa kirchnerista o peronista no puede ser una repetición de los douze années glorieuses. Entre otras cosas, porque entre nosotros hay un «nombre que nos sucede». Ese nombre es Macri, y todo lo que Macri representa para una parte de ese “nosotros” que a duras penas es la sociedad argentina.