Neoliberales y neokeynesianos se encontraron en Davos para afilar el discurso y ofrecer sus recetas para salir de la crisis. Los problemas son graves, y el aparato se ha movilizado, en primer lugar, para frenar los intentos de cambio real que exigen las circunstancias.
Para los neoliberales, de lo que se trata es de evitar a toda costa analizar el fracaso estructural del sistema capitalista, y referirse a la crisis en términos de abuso y falta de confianza. Se trata de ordenar, rearticular/conceder ciertas políticas reguladoras y continuar con la fiesta cuando haya pasado el temporal. Mientras tanto, y aprovechando los vientos que soplan, seguir haciendo beneficios a costa de cualquiera.
Los Keynesianos, ahora reconvertidos a obamitas esperanzados, se inclinan por ofrecer incentivos al consumo y encarar una política de obras públicas de gran envergadura que saque a la economía de su parálisis.
Volvamos a la historia reciente, que parece asunto de otro siglo. Pocos meses antes que estallara la llamada ‘Crisis’ se presentaron a la opinión pública mundial dos cuestiones:
1. ¿Recuerdan la polémica intervención de Al Gore sobre la cuestión medioambiental? ¿Recuerdan el revuelo que causaron las negativas norteamericanas a firmar los acuerdos de Bali? ¿Recuerdan el espanto que nos produjeron las proyecciones de deterioro ecológico que (finalmente, pese a los años de atraso) han sido reconocidas por la mayoría de los expertos del planeta sobre esta cuestión?
2. ¿Recuerdan la crisis alimentaria? ¿Recuerdan el escándalo que causaron las cifras de hambrunas hace apenas un año? ¿Recuerdan la reunión de la FAO en Italia y las proyecciones de mortandad para el próximo decenio? ¿Recuerdan las imágenes de gentes hambrientas luchando por comida en África, Centroamérica, Asia?
Estas dos cuestiones que parecen ahora olvidadas (al menos en los medios corporativos que los tratan con soberana liviandad), resultan clave para comprender la ceguera de los neoliberales y los neokeynesianos que ahora se disputan el privilegio discursivo.
Pese a las diferencias aparentes y reales, unos y otros son parte de una misma visión del mundo, en la que lo que cuenta es mantener las cotas del progreso en movimiento, aun cuando el resultado de sus esfuerzos a corto plazo acabe conduciéndonos (como nos ha conducido) a la destrucción sistemática del entorno (el espacio físico, psicológico y espiritual en el que vivimos) y a aquellos que habitan en dicho entorno (animales humanos y no humanos y otras entidades vivientes).
Como contrapartida, con la simpatía explícita o implícita de los ‘muchos’ de la tierra, los movimientos alter-globalización, ofrecen:
1. una ajustada crítica a la estructura y ontología del sistema capitalista;
2. una condena al posicionamiento moral y político del sistema y su modelo globalizador.
Desde el punto de vista estructural, la globalización capitalista es suicida (y eco-suicida). La razón de ello es de una sencillez que avergüenza: la incapacidad de hacer justicia (medir) a la tensión totalidad/particularidad, unidad/diversidad.
El enloquecido individualismo depredador acaba destruyendo al propio individuo y con ello las condiciones de posibilidad de un mundo global. La destrucción se produce en, al menos, tres frentes:
1. Los tejidos sociales, que se fragmentan voluntaria y violentamente, en pos del encumbramiento absoluto de los pocos.
2. La destrucción del entorno y de sus habitantes (el entorno físico, psicológico y espiritual) que se ve reducido a mero objeto de dominio e instrumentalización.
3. La historia (y sus tiempos) por medio de la desmemoria y la desacralización de la fiesta, el homenaje y la devoción, todo esto producido por la aceleración especulativa, que a su vez reduce el futuro a mero proyecto de beneficio bruto sin cualidad inherente alguna.
Desde el punto de vista moral, la crítica a la injusticia inherente del sistema viene acompañada de un llamado de atención a la degradación y anulación de todo reconocimiento de perfección intrínseca de lo real de suyo de las personas y las cosas. La visión del mundo capitalista (en cualquiera de sus variantes apuntadas) concibe lo existente como mera funcionalidad.
Frente a ello, la alter-globalización propone:
Anteponer lo social por sobre lo individual; y anteponer lo social a lo existente de suyo.
1. la cosa es.
2. la cosa es para nosotros.
3. la cosa es para mi.
Eso significa que no podemos someter la existencia y perfección de la cosa al uso exclusivo del ‘para mi’ en detrimento del ‘nosotros’, olvidando lo que de suyo la cosa es y reclama, articulada o inarticuladamente.
Se trata de reconocer lo que de suyo tiene la cosa, el mundo, la naturaleza. Primero, las cosas ‘son’, y después son ‘para nosotros’ los humanos que les damos nombre, respondiendo a la llamada de su ser.
El ‘para mí’ es un regalo del nosotros. Por lo tanto, eso que llamamos ‘propiedad’ necesita de:
1. el reconocimiento de la cosa como tal
2. y el reconocimiento social de lo ‘tuyo’ en la cosa
Cuando el ‘para mi’ reina a sus anchas, la cosa y el lenguaje se hacen nada.
Por tanto, entendemos la propiedad a partir de una ontología de lo en sí, en contraposición a una ontología del mero valor.
El sistema capitalista en cualquiera de sus formas nos propone participar en un proceso mecanicista de creación de riqueza por la riqueza misma. El motor es la experiencia huidiza de satisfacción. El resultado es la producción de basura. Se trata de revolucionar nuestra comprensión del consumo.
El sistema capitalista es creador de centralismos y periferias, de barrios residenciales y cloacas humanas, de centros de poder e instituciones de control y seguridad. De lo que se trata es de revolucionar el localismo, multiplicar los centros y ofrecer alternativas a los pueblos a volver a decirse a sí mismos, a volver a hacerse dueños de su destino.
Finalmente, las ‘maneras’. Lo que necesitamos es aprender un nuevo ‘saber estar’ y un ‘dejar hacer’. Eso nos lleva a la noción de ‘serenidad’: que las gentes y los pueblos encuentren su voz, lo que se contrapone a la retórica del imperium y otras formas de neo-colonialismo.