Ecos de la dictadura y remembranzas noventistas

Lo venimos diciendo desde hace tiempo. Ayer nos desayunamos con la bronca del gobierno ante una evidencia incontestable. El ex-ministro Lavagna comparó al gobierno de Cambiemos, electo en las urnas, con el modelo económico de Martínez de Hoz (símbolo civil de la dictadura militar) y Cavallo (el rostro perverso del menemismo y la Alianza).

La gracia de la comparación es que nos ayuda a mover nuevamente la frontera histórica en la cual intentó acorralarnos el relato macrista. Con gestos, y persecuciones mediáticas y judiciales, el macrismo pretendió escenificar una «refundación de la patria».
Dos elementos simbólicos así lo muestran: (1) la jugada institucional que consistió en crear una discontinuidad entre Cristina Fernández y Mauricio Macri, poniendo a Federico Pinedo como presidente interino durante 48 horas, dispuesto simbólicamente para escenificar un «estado de excepción».
Y (2) la judicialización «absoluta» de la década kirchnerista, no sólo en lo que concierne a cuestiones relativas a la corrupción, sino también dirigida a sus decisiones políticas, como ocurre con la llamada «causa dólar futuro», o la acusación a expresidenta Cristina de «traición a la patria».
En este último caso, algunos hitos resultan expresivos: (i) la embestida contra el acuerdo con Irán, por el caso AMIA; (ii) la teatralización mediática de un asesinato político (que nos regresó oscuramente a los ’70) – el llamado «caso Nisman; (iii) la amenaza de proscripción política de la presidente, y la persecución política a su familia que parece ir in crescendo en el imaginario de sus bases.
Ahora bien: ¿qué significa «mover la frontera histórica»? Significa ayudar a los argentinos a reconocer a quiénes tenemos enfrente. La historia argentina no comenzó el 10 de diciembre de 2015, después de una larga era «prehistórica» de salvajismo y superstición kirchnerista. El macrismo no es, ni ha sido nunca «la nueva política».
Todo lo contrario, es la vieja política que ha impedido el crecimiento industrial de la Argentina históricamente; la vieja política elitista, antipopular, que ha atentado contra los movimientos sociales y políticos emancipatorios, intentando silenciarlos, persiguiéndolos, encarcelándolos o incluso haciéndolos desaparecer cuando hiciera falta.
Pero ahora, con una estrategia de imágenes concertada (que asegura el monopolio casi absoluto de la información y el entretenimiento) la violencia física no ha sido (hasta el momento) necesaria. Hoy lo que se ejercita de manera brutal es «violencia simbólica», dispuesta como un dispositivo corrosivo dirigido a trastocar las huellas institucionales de la soberanía popular, a favor de los mecanismos impersonales del mercado y las finanzas internacionales.
El éxito del Cambiemos será la implantación de una violencia absoluta, sistémica. Una violencia que naturaliza el privilegio y su contra cara, la exclusión intrínseca de ese sistema.
Por lo tanto, es hora de «abrir los ojos», dejar de jugar el juego del gato y el ratón, y definir sin cortapisas, y asumir el modelo de Cambiemos como una continuidad de algo conocido y temido por todos, que ha logrado sumar a todas las fuerzas regresivas del arco socio-político (incluido el propio peronismo) en un proyecto de extrema peligrosidad.