La enunciación del principio neocolonial
El presidente Macri habló a la prensa y explicitó (de manera cruda), con el estilo «desestructurado» que lo caracteriza, el principio neocolonial que rige nuestras vidas desde su asunción.
Frente a las cámaras, en un gesto impensable en una democracia moderna genuina, el presidente de «todos los argentinos» utilizó una conferencia de prensa para defender a su «amigo inglés», Joe Lewis. Allí dejó planteado, de manera transparente, el imaginario de la geografía del campo de batalla donde se mueve. De un lado, sus enemigos, el pueblo argentino raso, caracterizado explícitamente como irracional, resentido, que ataca incomprensiblemente, a un hombre con el que deberíamos sentirnos agradecidos, el inglés multimillonario, latifundista (su amigo) que, con su sola presencia en nuestro territorio y su voluntad de poder, nos mejora.
Mientras el presidente articulaba su defensa de Joe Lewis y otros amigos íntimos sospechados de diversos delitos contra el Estado, en los cuatro puntos cardinales del país, diversos estamentos de las fuerzas policiales reprimían a la sociedad civil movilizada por diversas reivindicaciones, de las cuales el presidente no dio cuenta alguna («Te la debo»); al tiempo que el ejecutivo, generoso con el inglés y otros «blancos [u otras etnias pero] adinerados» (fiel al estilo Trump que lo caracteriza), lanzaba una campaña mass-mediática y policial-represiva para consolidar la tendencia discursiva que imperará en las próximas semanas, que consistirá, con beneplácito y complicidad ciudadana, en estigmatizar otros extranjeros de orígenes y razas más oscuras, pero sobre todo, pobres.
Dispositivos para el siglo XXI
Daniel Arroyo suele repetir en programas televisivos y radiales una frase afortunada para explicar la situación socio-económica de los argentinos. Dice Arroyo: «Hay argentinos que viven en el siglo XIX, argentinos que viven en el siglo XX y argentinos que viven en el siglo XXI.»
Lo que el macrismo tiene de novedoso es, justamente, que ha sabido construir poder, no solo a través de los dispositivos habituales utilizados para contener y dar forma a la población aun inmersa en las coyunturas e imaginarios de los siglos XIX y XX (fundamentalmente, a través de la estigmatización-represión y la corrupción clientelar que tanto denunció), sino que ha desplegado nuevos dispositivos de poder sobre la población argentina que ha entrado o se asoma tecnológica y culturalmente al siglo XXI.
Vigilar, castigar, enloquecer, humillar, banalizar
Aquí, la palabra clave es «dispositivo». Y con ello me refiero, de manera abarcadora, a los diversos artefactos que el poder utiliza para consolidarse y reproducirse, interviniendo, informando y forzando la estructura social, con el fin de ponerla a su servicio y sacarle ventaja: los discursos, las técnicas y las construcciones ideológicas.
Michel Foucault, en su famoso libro Vigilar y castigar, dio cuenta del cambio en los dispositivos de poder que trajo consigo la mutación cosmovisional durante la primera modernidad: pasamos del castigo ejemplar, entendido como teatro del horror, a un régimen de internamiento aparentemente más humano, pero igualmente efectivo. La aparente humanización del castigo, ahora caracterizado como «reinserción social» era cuestionada por parte de Foucault.
De manera análoga, la llamada «Guerra contra el terror» inauguró nuevos dispositivos de represión y control social que aun la sociedad global está intentando digerir.
«¿Podemos llamar «tortura» a las prácticas del waterboarding (submarino)?» – se preguntaban los intelectuales progresistas (hoy santificadores de Barack Obama) que escribían para el New York Times o el Washington Post hace no muchos años.
O para seguirles el juego: ¿Cómo calificar las famosas «dramatizaciones» de tortura fotografiadas en Abu Ghraib? ¿Es lo mismo atormentar a un detenido con música de ACDC en Guantánamo que someterlo a una sesión de picana eléctrica en un centro de concentración como ocurría en la ESMA durante la dictadura militar argentina con los detenidos?
La aparente «humanización» de la tortura esconde motivos instrumentales. ¿Qué resulta más efectivo en nuestra era de la información? ¿Torturar a los cuerpos (práctica costosa económica y simbólicamente y poco sostenible en el tiempo), torturar las mentes (que convierten en residuo a los torturados contraviniendo el mandato de reciclaje de nuestra era eco), o ejercer la tortura en el lugar simbólico que hoy constituye y rige nuestras vidas, posibilitando el re-formato epistémico-cognitivo de los recalcitrantes?
Naomi Klein dio cuenta de otra mutación en esos ejercicios de poder en su best seller La doctrina del shock. Describió la implantación del neoliberalismo a nivel global a partir de una exhaustiva interpretación de la sustitución parcial de la tortura corporal por la tortura y manipulación psicológica de los sujetos y la sociedad con el fin de facilitar la implantación del nuevo orden de explotación.
La tortura sobre el cuerpo simbólico
El macrismo utiliza dispositivos que, además de intervenir sobre el cuerpo de los argentinos (la represión es un ejemplo, pero también la detención de los cuerpos y la estigmatización del joven y el pobre) y la psiquis de los argentinos (el ejercicio de una salvaje violencia mass-mediática) también opera sobre el cuerpo simbólico de los argentinos.
La «implosión» que se observa en la población, de la que también habla Daniel Arroyo habitualmente (los barrios no están explotando socialmente, nos dice, pero los individuos están implosionando, «explotando hacia adentro») no se circunscribe exclusivamente a los efectos socio-económicos que viven los sectores más desfavorecidos de la sociedad, y la inseguridad que crece entre las clases medias pauperizadas, sino que es también la experiencia autodestructiva que suscita la violenta desacralización de nuestros bienes culturales y espirituales.
Por eso, cabe preguntarse si la paulatina transformación de la democracia argentina, ahora monopolizada y fusionada en un ideario homogeneizado que aglutina al poder corporativo, judicial y mass-mediático, y que opera sin limitación o contrapeso alguno, pertrechada con estos nuevos dispositivos de ejercicio del poder totalitario, no amenaza con socavar los principios fundacionales de la patria, aun cuando se atiene a la letra de la ley.