Las calles en disputa
Las calles de Catalunya se llenaron de senyeras, banderas españolas y estandartes europeos. La estampa fue inesperada. Las esteladas reinaban en Catalunya de manera rotunda. Después de semanas de manifestaciones independentistas, la sensación era que el 50% de la población que en las urnas no acompañó a los partidos independentistas que forman la coalición Junts pel sí + la CUP, ni participó del referéndum convocado por el Parlament el 1 de octubre, no tenían nada que decir. Muchos creíamos que esa mitad del país era indiferente a la suerte echada por el independentismo, o simplemente era una ficción que repetían los políticos para justificar sus fracasos electorales y la soledad que acostumbra rodear sus intervenciones públicas. Como afirmaba hace algunas semanas Iñaki Gabilondo, la mención a la “mayoría silenciosa,» un tropo habitual de la prensa españolista, no tiene relevancia política alguna.
Hoy, una nutrida multitud que dice representar ese otro 50% (o reclama ser esa «mayoría silenciosa» mentada por los políticos) salió finalmente a la calle, acompañada de un contingente de españoles venidos de otros rincones del territorio para asistir a la manifestación, y mostró su músculo amenazante al gobierno exigiéndole en ocasiones respuestas de mano dura frente a la crisis, y un repudio sin cortapisas a las pretensiones de los líderes independentistas de acelerar el proceso de independencia la próxima semana.
La manifestación de hoy estuvo precedida por una movilización anterior convocada para mostrar el disgusto de la sociedad civil con la falta de diálogo entre las partes en disputa. La movilización vestida de blanco y con la única consigna de “hablar” para resolver el disgusto mutuo y salir del enroque autista que han asumido Madrid y Barcelona, llenó las plazas más importantes de la península.
La suma de estas marchas modifica hasta cierto punto la cartografía de estos últimos días, especialmente si se suma a esas manifestaciones sociales la creciente incertidumbre económica junto a algunas decisiones del empresariado. El gobierno de Rajoy puede mostrar apoyo popular en Bruselas, y atemorizar a la ciudadanía catalana con el descalabro económico, relativizando de ese modo la hegemonía en las calles de la que ha gozado el independentismo, y minando la certeza de sus adherentes de lo que el periodista Enric Juliana llama una «indepdendencia low-cost».
La encrucijada de Puigdemont
A estas horas es difícil saber qué hará el independentismo en los próximos días. Quedan solo 48 horas para que el President Carles Puigdemont asista al pleno del Parlament desde donde sus seguidores esperan se declare unilateralmente la independencia.
Pablo Iglesias, invitado por la TV pública catalana, señaló anoche que una declaración unilateral resultaría contraproducente y asomaría a Catalunya al abismo de un retroceso institucional que será difícil de remontar. De acuerdo con el líder de Podemos, el Partido Popular parece “entusiasmado” con la posibilidad de que se le brinde una excusa que le permita aplicar los artículos 155 o 116 de la Constitución que autorizaran la suspensión de la autonomía y su intervención.
Sin embargo, hay que ser precavidos, la marcha de los llamados “unionistas,” junto con la exigencia tímida de los dialoguistas, y el claro mensaje de una parte del empresariado, agregan elementos hasta ahora imprevistos en el imaginario político de quienes defienden la vía rápida del independentismo.
La fotografía de una Barcelona inundada de banderas españolas tiene peso y disminuye el impacto comunicacional que supuso para el independentismo a nivel internacional las vergonzosas imágenes de la guardia civil y la policia nacional pegándole a manifestantes pacíficos la semana pasada. Las decisiones corporativas de mover sus sedes administrativas a otras capitales de España alimenta los titubeos de quienes abogan por la confianza y la seguridad en los negocios.
La amenaza de ulsterización de Catalunya
Los organizadores de la manifestación, Sociedad civil catalana, cifran la asistencia en 1.000.000 de personas. La Guardia urbana en 350.000.
Cualquiera sea el número, la imagen televisiva resultó imponente. El ejercicio simbólico que permite la calle convierte ahora en problemática cualquier pretensión de las «facciones» en pugna de apropiarse de la totalidad de eso que llaman “el pueblo catalán.” Hay al menos dos Catalunyas, cada una de allas compuesta a su vez por otra multiplicidad de Catalunyas en pugna, que se aferran a representar la totalidad. Sin marco representativo legal aceptado por todos, estamos sujetos a la voluntad poder y a la capacidad de producir «hechos consumados.» La anunciada declaración de independencia «unilateral» es expresión de ese complejo trasfondo.
La tentación de una “ulsterización” de baja intensidad de Catalunya por parte del PP es hoy una realidad palpable. Enric Juliana lo advirtió hace unas semanas. La división dentro de la sociedad catalana es hoy una evidencia. Solo una salida dialogada puede evitar la tensión creciente que ha logrado empujar a la calle a muchos individuos hasta ayer indiferentes frente a la lucha política, aun cuando estuvieran en desacuerdo con el rumbo del país. Una declaración unilateral sedimentará la división convirtiendo el proceso en un doble hito: el que marca el quiebre (retórico-simbólico o efectivo) con la unidad histórica de facto de España, junto con la invención efectiva de un enemigo interno en el seno de la misma sociedad catalana.
La manifestación unionista no se dirigió en sus alocuciones y en sus gestos a la Catalunya independentista,solo se mostró en sus gestos: lo que se pretendía era romper la ilusión de una hegemonía absoluta. Ni unos ni otros podrán reclamar una mayoría absoluta que, de todos modos, las urnas demuestran falaz, pese al gravedad simbólico de las movilizaciones de masa.
Los oradores
La proyección internacional de los principales oradores elegidos por los organizadores para transmitir el mensaje no puede disimularse.
Mario Vargas Llosa, un Premio Nobel de literatura que, pese a su reconocido sesgo ideológico neoliberal y neoconservador y su sospechoso encono antipopulista que esgrime en sus intervenciones periodísticas como lobbista (además de sus notoria esgrima antidemocrática a la hora de enfrentarse a sus «enemigos»: alentó el golpe a Hugo Chávez que el expresidente Aznar animó y festejó), mantiene incólume la popularidad internacional que le otorgó su membresía entre el abigarrado grupo de escritores que formó el llamado «boom latinoamericano,» y su reconocimiento Nóbel «sospechosamente político» a su obra literaria.
En un encendido discurso en el que tuvo tiempo para destacar su experiencia biográfica y exaltar de su pedigrí intelectual, el peruano acusó veladamente al independentismo de «racista» y, más abiertamente, de ser heredero de un nacionalismo que «sembró de cadáveres el continente.»
Menos recalcitrante, pero igualmente inflamado, el ex ministro socialista y expresidente del Parlamento europeo Josep Borrell, fue más allá. Reivindicó una Europa sin fronteras, una Europa solidaria a la que contrapuso el proyecto secesionista, que – según dijo – es la antítesis de esa europeidad del derecho y la solidaridad. Tuvo tiempo de denunciar a la televisión pública catalana por su aparente sesgo y arbitrariedad, y llegó a calificar su servicio informativo como una “vergüenza,” abogando a continuación por tomar el control de los servicios públicos de información autonómicos para romper el cerco ideológico que, según explicó, mantiene cautiva a la población catalana con sus mentiras.
Europa, presente
Las banderas europeas resultaron un acierto para la construcción del relato unionista. La semana pasada, el independentismo se ganó el favor de la opinión pública internacional al viralizarse las brutales imágenes de represión que llevaron a cabo las fuerzas de seguridad del Estado decididas a evitar un referéndum que estaba llamado a discurrir pacíficamente, pese a la ilegalidad de la convocatoria dictada por los tribunales. También contribuyó a la simpatía de esa opinión pública el ridículo que sufrió el gobierno de Rajoy, el cual padeció la habilidad táctica del independentismo, cosechando con ello una imagen de negligencia, inoperancia policial y desorientación ejecutiva.
En este caso, sin embargo, al identificarse abiertamente con la Unión Europea, el unionismo envío un mensaje claro a sus socios continentales de que España es una salvaguarda de los valores de la Unión frente al aventurismo catalán, lo cual dificulta aún más la posible aceptación de una medida unilateral como la declaración de independencia por parte del Govern.
El embrollo ideológico
Como señaló acertadamente Enric Juliana en La Vanguardia, el actual procésindependentista tiene su origen en una explícita estrategia de la antigua CIU por frenar el avance de una coalición de izquierda en Catalunya debido a los desgarros de la crisis económica a partir del 2012.
Ayer, Pablo Iglesias le recordó a la periodista y lobbista Pilar Rahola (defensora acérrima de los gobiernos de extrema derecha en América Latina, y enemiga consumada de la República Bolivariana de Venezuela y otros gobiernos progresistas de la región como el de Lula, Correa, Morales o los Kirchner) que CIU – el actual PdeCat, que hoy conduce el procés desde la presidencia del Govern – no solo fue el soporte explícito de todas las políticas regresivas implementadas por el gobierno español, apoyando las iniciativas más retrógradas en términos sociales del Partido Popular durante la época pujolista y la de su delfín, Artur Mas, sino también, un socio de hierro, aun en medio del procés, en la estrategia por frenar el avance vertiginoso de Podemos como alternativa frente al bipartidismo a nivel estatal, y su amenazante ascenso en la propia Catalunya.
Rahola en Buenos Aires, Vargas Llosa en Barcelona
La periodista Pilar Rahola es una ilustración, por un lado, del embrollo ideológico del independentismo y, por el otro, de los vasos comunicantes entre los actores en pugna. Ambos comparten un eurocentrismo agresivo e intervencionista, e igualmente reclaman un respeto para sí mismos, sus pertenencias y sus símbolos, lo que jamás conceden a sus contrincantes.
Rahola viajó a Buenos Aires en 2015 para apoyar la candidatura de Mauricio Macri. Sus viajes han sido parte de una abultada agenda combativa en América Latina en su cruzada antipopulista, en la que no ha tenido prurito en defender a los líderes que promueven en el Latinoamerica las políticas de sus contrincantes en España.
El caso de Mauricio Macri, sin embargo, es especialmente ilustrativo. El presidente argentino, quien saltó a la fama mundial gracias a las filtraciones periodísticas conocidas como «Panama Papers,» es un estrecho socio político e ideológico de Mariano Rajoy. Miembro de la Sociedad Mont Pelerin, a la cual pertenecen el propio Vargas Llosa, Albert Rivera y José María Aznar, el elegido por Rahola en su imaginario geopolítico es un implacable implementador de las políticas promovidas por Popper, Hayek, Von Mises, y Friedmann – los llamados «Masters of the Universe» del neoliberalismo.
Macri es un representante consumado de las élites corporativas en América Latina que ha prometido acabar «a sangre y fuego» con el populismo en la región. Después de dos años al frente del Estado, el presidente está en la mira de las organizaciones y organismos internacionales de derechos humanos (ONU, CIDH, Amnistía Internacional, etc.) por su política concertada de detenciones ilegales, negacionismo del genocidio perpetrado por la dictadura, una agenda antiinmigratoria que imita en tono local las vociferantes humillaciones de su amigo Trump en los Estados Unidos, y lo que es aún más triste: el regreso de las desapariciones forzadas en la Argentina. Todo esto acompañado de la ejecución de un brutal ajuste de corte neoliberal auspiciado por los mercados financieros que ha empujado a millones de ciudadanos a la pobreza y la indigencia.
Identidad e ideología
Desde el punto de vista ideológico, por lo tanto, el parentesco entre Pilar Rahola y Mario Vargas Llosa es estrecho. Ambos son fervientes enemigos de los llamados populismos y promueven sus agendas con desparpajo contra las mayorías excluidas del continente latinoamericano, promoviendo el libre mercado y la formalidad del «Estado de derecho» liberal, como tenazas contra los reclamos de justicia social de las mayorías postergadas, mientras en Europa promueven sus propias agendas identitarias.
Esta sola ilustración prueba que la pugna identitaria no se traduce necesariamente en un desencuentro ideológico entre las partes. Los catalanes tienen derecho a decidir. Nosotros lo suscribimos y creemos que las urnas son el único camino decente para resolver el conflicto. Por otro lado, denunciamos la represión violenta del gobierno español y exigimos una investigación que deslinde las responsabilidades, establezca con claridad los excesos cometidos e identifique a quienes cometieron abusos.
Dicho esto, como señalaba ayer el líder de Podemos, Pablo Iglesias, habrá que sopesar nuevamente la actual distribución de fuerzas en la contienda, y volver a barajar, poniendo en juego, no solo las aspiraciones identitarias, sino también las convicciones ideológicas arbitrariamente distribuidas bajo el color de las diferentes banderas.