El título de este artículo se lo «birlé» a Rubén Amón, quien publicó la nota en el diario El País, con una bajada que dice “La tregua de la Navidad multiplica el estrés de la dicha y dilata los límites de la hipocresía”.
Después de leer el título y su bajada, dejé descansar la nota en su pantalla, abrí un documento en blanco de Word y me puse a teclear lo que el título me había traído a la mente, que no es otra cosa que algo que llevo tiempo pensando acerca de la imagen publicitada del presidente, la cual en estos días ha pasado, del “estrés de la dicha” a hacer explotar los ya muy dilatados límites de su hipocresía.
Pero antes de continuar, quisiera recordar una definición memorable de Beatriz Sarlo a poco de comenzar su mandato el actual presidente: «Macri no tiene densidad moral» – decía. Y yo agrego: «Y en eso consiste justamente su éxito». Como otros personajes de su calaña (pienso en Berlusconi o en Trump), lo que sostiene su liderazgo es el éxito económico y el desparpajo con el cual abusa de su poder y exhibe su desprecio.
Mientras en Argentina se desata una ola sin precedentes recientes de represión, ataques indiscriminados y detenciones arbitrarias a magistrados, legisladores y líderes sociales que no son afines al actual gobierno; al tiempo que el gobierno impulsa una política económica y social que se ensaña con los más pobres para devolver a los más ricos los despojos que el «populismo» le hurtó a las clases privilegiadas para mejorar (aunque sea mínimamente) las condiciones de vida de las mayorías, la prensa oficialista se encarga de transmitir lo que piensa el presidente de estas cosas:
“Al presidente de los argentinos, Mauricio Macri, le importa un carajo lo que les pasa a esos argentinos de a pie que en estas navidades vivirán con una mano en la garganta, ahogados por la angustia de la incertidumbre y la indignación que suscita la injusticia”.
El texto está escrito con un lenguaje cifrado, que las rotativas empapelan y los medios audiovisuales retransmiten en vivo y en directo con el comentario de contertulios y chimenteros encantados de participar en la alta política nacional con sus recursos para ensalzar a las divas y hacer tropezar a los famosos.
En las fotografías aparece Mauricio (el presidente) Juliana (su cónyuge) y Antonia (su hija) como protagonistas casuales de una publicidad escenificada en una Argentina de ensueños que les es enteramente indiferente. Ellos viven en su mundo, de espaldas al dolor, a los asesinatos, a las prisiones preventivas injustificadas, las detenciones ilegales, el astronómico reendeudamiento, el sufrimiento de los viejos, la pobreza inconcebible de los niños, el hambre de una población diezmada por la violencia y el espectáculo de una justicia corrupta al servicio de la persecución política.
Sabemos que el día de la represión salvaje frente al Congreso, en el cual durante 9 horas la Gendarmería tiroteó a los manifestantes que protestaban contra el recorte feroz a jubilados, niños y discapacitados para llenar las arcas de los ricos, Macri apagó la televisión para evitarse el disgusto de las imágenes.
Sabemos que su falta de autoridad moral la suplanta el presidente con el extremismo de la violencia institucional. Se regodea abiertamente con la mano dura de sus gendarmes y la obsecuencia enloquecida de su ministra de seguridad frente a las cámaras. No tiene reparos a la hora de estigmatizar de manera recurrente a sus oponentes políticos, animado por el coro mediático que le sigue la corriente, consciente, quizá, de que su colectiva complicidad con el gobierno los convertirá en responsables en el futuro próximo, cuando la historia finalmente dé su veredicto sobre el saqueo que justifica el republicanismo anti-K que con tanto empeño promueven.
Sabemos (gracias al cualificado periodismo de investigación que ejercita el diario La Nación cuando se trata de sacar los trapos sucios al gobierno) que Macri recibió 433 regalos estas navidades (todo un récord según citan, esta vez sí, sus fuentes), e incluso se nos informa con detallado esmero, en qué consistieron los presentes de su fotogénica compañera y su hija (sobreexplotada por el equipo de marketing del presidente, que la arrastra como premio frente a las cámaras para compensar la insensibilidad que transmite su figura).
Sabemos también que, mientras todavía resonaban los balazos de goma, los estruendos de los gases lacrimógenos, las pedradas y el repiquetear de las cacerolas de los indignados, el presidente de los argentinos se marchó al sur aduciendo que su presencia en Buenos Aires no tenía sentido, dejando en manos de Patricia Bullrich y sus inquisidores judiciales el trabajo sucio, y en manos de Marcos Peña y sus periodistas amigos, la tarea de propaganda.
Llega navidad, el exhibicionismo de la felicidad, las sonrisas de los funcionarios, y las listas de sus regalos. Del otro lado de las pantallas, los viejos despojados de sus míseras pensiones apenas tienen para acabar el mes, los discapacitados temen por los remedios y tratamientos a los que no podrán acceder, los padres miran a sus hijos con la tristeza que el bestial recorte del presidente les regaló antes de marcharse a descansar en un lugar paradisíaco que La Nación, otra vez, se encarga de publicitar para encanto de las señoras y los señores que animan al presidente a matar «kukarachas» y «zurdos», y la tristeza de quienes, a esta altura, ya han perdido la esperanza.
No hay duda que el cuadro bosqueja numerosas formas de violencia que no justifican, pero explican, eso sí, por qué razón somos muchos los que tenemos ganas de tirarles cascotazos a los macristas y sus gendarmes. Y, parafraseando a Amón, autor del título de esta nota, concluyo diciendo que «el estrés de su dicha navideña (la del presidente y su gente), convertida en estas horas en portada de felicidad de un país hundido en la miseria, es un signo inequívoco de esa hipocresía sospechada y denunciada muchas veces por nosotros, que Macri y sus macristas expresan con especial esmero frente a las cámaras, endulzando su veneno para que nos mate suavemente».