El fútbol: totalitarismo, pureza estética y autenticidad

Me gustaría darle una vuelta de tuerca al post anterior. Esta vez no voy a hablar sobre el Maradona “meramente” futbolístico, ni el Maradona “heróico”, voy a intentar articular lo que hay detrás del comportamiento maradoniano, “filosóficamente”. Reconozco que la cuestión puede parecer más o menos absurda, incluso ridícula, pero me atrevo. Para ello voy a hacer alusión, como señala el título, al totalitarismo, la pureza estética y la autenticidad. Cada uno de estos extremos merece un fragmento más largo que dejo para otra ocasión.

Hace unos días me enviaron un video en el que aparecen dos filósofos argentinos, Tomás Abraham y Juan José sebreli, tirándose contra el fútbol. Abraham es un futbolero de toda la vida. Hace unos años, Alejandro Medina me escribió recomendándome un artículo que aparecía en la página web del filósofo, y en ella pude constatar que Abraham le dedicaba al fútbol muchas horas y muchas páginas de escritura. Sin embargo, en estos días está preocupado porque piensa que si a la selección argentina le va bien, eso puede resultar peligroso. Su preocupación gira en torno a la noción de “patrioterismo”. El caso de Sebreli es más complejo. Para sebreli, el fútbol es una actividad esencialmente totalitaria en nuestras sociedades.

Creo que los dos filósofos apuntan a cosas importantes en las que debemos reflexionar con esfuerzo. No cabe la menor duda que el fútbol, como toda manifestación práctica de nuestras sociedades capitalistas y postcapitalistas conduce a un cierto tipo de experiencia de homogenización blanda que conjuga otras prácticas sociales que también ponen en peligro los bienes de autogobierno que inicialmente constituyeron a las sociedades liberales. La corporación del fútbol fusionada con la prensa y la burocracia política están detrás de la degradación de la salud cultural de nuestras sociedades. A quién puede caberle alguna duda al respecto.

Pero otra discusión es aquella que tiene que ver con los protagonistas puntuales y lo que hacemos dentro del marco convencional de nuestro discurso.

La posición de sebreli es una posición última, habla con la intención de poner en cuestión ciertos trasfondos de significación, los marcos referenciales globales, la totalidad de nuestros imaginarios sociales, aquello que nos nutre desde el subsuelo inarticulado de lo que somos.

Podemos o no estar de acuerdo, lo importante es reconocer que se trata de un orden del discurso que no debe mezclarse con el orden del discurso convencional al que se refiere Abraham. Abraham es futbolero, no pone en cuestión el fútbol. Lo que le molesta es que el fútbol pueda ser utilizado para otra cosa. La pregunta es ¿qué otra cosa? A esa otra cosa la llama “patrioterismo”.

No voy a entrar en esta cuestión, y es probable que el modo en el cual he resumido las posiciones de estos dos pensadores argentinos sea más o menos arbitraria. Lo que me importa, como decía, es desplazar la discusión a otro nivel del discurso que nos permita entender de manera menos polarizada la cuestión planteada el otro día en el cual adelanté implícitamente las posiciones de estos dos filósofos, de manera combinada, cuando hablé de Maradona.

Desde cierto punto de vista, Maradona es el mejor jugador del mundo de esa práctica social extendida globalmente que es este deporte de masas que representa el fútbol. Esto es una descripción más o menos digerible de un aspecto de la cuestión. Por otro lado, Maradona es un personaje que, aún participando de dicha práctica, pone en cuestión de manera brutal, los trasfondos de dicha práctica, primero, a través de la autoridad que le ofrece su propia excelencia en esta práctica, y ubicando dicha práctica en un contexto socio-político más amplio. Pero todo esto lo realiza sobre la base de cierta noción de autenticidad, de libertad individual, que se nutre del mito del “haberse hecho a sí mismo”, de haber salido de la miseria para convertirse en un héroe, de hacer las cosas desde el corazón, de ser fiel a sí mismo, etc. Todas estas expresiones son interesantes y, como decía, creo que deberíamos atender a cada una de ellas de manera particular. Por el momento, sigamos dando forma general al problema.

El tercer nivel de análisis se posiciona críticamente frente a:

(1) la posición adoptada por Sebreli, de rechazo absoluto de la práctica del fútbol, achacándole a ésta una supuesta esencia totalitaria;

y con precaución ante:

(2) la observación de Abraham de que el fútbol puede convertirse en instrumento del “patrioterismo”.

No voy a extenderme sobre (1). Creo que he dicho muchas cosas al respecto en artículos anteriores. En resumidas cuentas, la posición de sebreli parece presuponer que toda actividad colectiva resulta siempre y en toda circunstancia un atentado a la individualidad. La posición de sebreli, en última instancia, descansa sobre el presupuesto liberal de un individualismo radical. El rechazo del intelectual frente al fútbol, en este caso, es análogo a la posición “extrafutbolística” de Maradona. Sólo que, en el caso de Sebreli, su crítica se realiza desde un rechazo radical que lo convierte en un outsider, alguien ajeno a la práctica. Su crítica es semejante a la crítica de Frazer sobre la magia que Wittgenstein se ocupó en su momento de refutar, o , en general, a la crítica atea radical sobre la creencia religiosa. Hay muchas cosas cuestionables que no vienen al caso que desarrollemos en estas líneas respecto a la adopción de posiciones de este tipo. La más importante es que, como pretensiones descriptivas/explicativas de los fenómenos humanos, fallan al posicionar su objeto de estudio en una perspectiva de tercer persona que no toma en consideración las motivaciones y bienes que inspiran las prácticas, que sólo pueden ser abordadas desde la experiencia de los participantes.

Maradona, en cambio, sostiene que pase lo que pase, “la pelota no se mancha”. La pelota no es, evidentemente, la pelota material, sino los «bienes» que inspiran el fútbol, los bienes que hacen atractiva su práctica.Eso significa, en breve, que el fútbol no puede reducirse a ninguno de los factores que causan malestar. Estos tienen que ubicarse siempre en el contexto de esa amalgama de orientaciones, práctica e instituciones que la constituyen, siempre de manera tensionada y sujetas a contradicción. Quizá no haga falta decirlo, pero esos bienes que hacen atractivo al fútbol no son, como nos quieren hacer creer, meramente o exclusivamente deportivos.

Ahora bien, el caso de Abraham responde a algo similar. Pero es más difícil de desentrañar. Tiene como fuente un individualismo diferente, que no se nutre del liberalismo clásico, pero que es heredero de dicho individualismo, aunque se posiciona críticamente ante el mismo. La crítica al individualismo de Abraham se articula poniendo en cuestión el contenido de dicho individualismo. Lo que le molesta a Abraham es el carácter instrumental de dicho individualismo, sea en la forma rousseauniana o benthamiana que adopte. La apuesta de Abraham es por un individualismo estético. La crítica de Abraham al fútbol “patriotero” es análoga a la crítica maradoniana a la mafia del fútbol, que a su vez se inscribe en un marco de crítica social más comprensivo.

Ahora bien, lo que diferencia a Maradona es que, pese a su crítica a las estructuras institucionales que sostienen el fútbol, pese a la actitud desafiante que sostiene frente a la autoridad institucional futbolística, en modo alguno pone en cuestión la práctica en sí (“la pelota no se mancha”).

Para Maradona la colectivización de una emoción, la construcción de una identidad colectiva a través de una práctica, no representa necesariamente un atentado contra la individualidad. Más bien es una faceta de la individualidad. Pero además, en contra de lo que piensa Abraham, el fútbol no debería aspirar a desvincularse del mundo, no debería pretender convertirse en una práctica ajena a otras cuestiones extradeportivas. El deporte no debe ser preservado de la política por la sencilla razón de que la política es inherente al deporte. La pretensión de hacer del deporte una práctica extrapolítica es una modo sutil de hacer que la autoridad política que se ejercita en su seno sea más efectiva debido a su invisibilidad. Por lo tanto, para Maradona, el fútbol contiene, ineludiblemente, un aspecto agonístico de confrontación política.

Creo que nuestra tarea no consiste en negar el fútbol (absurda pretensión debido, como bien señala Sebreli, a su omnipresencia), ni a intentar hacer del mismo una práctica inmaculada exclusivamente deportiva, sino más bien en llevar a la luz lo que nos jugamos en el fútbol, y en todo caso, como bien apunta Maradona, en insertar nuestra lucha social, política, económico y ecológica, en el seno de lo futbolístico.

Por supuesto, hay muchos otros temas dignos de ser estudiados en relación con el fútbol. Hay que considerar el tema de lo carnavalesco, el rol de antiestructura que están llamados a cumplir dentro del orden disciplinario los domingos futboleros, etc. Pero dejemos esto a los especialistas.