Un joven de 21 años fue asesinado a sangre fría por las fuerzas de seguridad del Estado. El hecho rememora el reciente incidente en el cual murió Santiago Maldonado, el joven desaparecido durante casi tres meses, cuyo cadáver (muchos aun lo creen) fue plantado por la misma fuerza de seguridad que mató a Rafael Nahuel durante un operativo similar.
La Vicepresidente de la Nación, Gabriela Michetti, hizo declaraciones a propósito del incidente. También las hicieron los Ministros de Seguridad y Justicia. En todos los casos, el propósito de sus intervenciones fue blindar el accionar de las fuerzas represivas, en algunos casos con notorias distorsiones o incluso mentiras respecto a lo sucedido, algo habitual entre los funcionarios macristas.
Michetti alegó que los mapuches parecen terroristas – lo cual los hace sospechosos de serlo -, (algunos periodistas sostienen, sin temor al ridículo, que los mapuches organizados en la RAM son semejantes a las Farc o al Isis, una amenaza a la integridad de la República Argentina, su constitución y su gente).
En una intervención televisiva Michetti vituperó a un periodista que cuestionó la versión oficial, y le pidió decencia y sentido común. Lo acusó de defender a los grupos criminales (que parecen terroristas) y le exigió que dejara de hurgar en las acciones de las fuerzas de seguridad. Las razones de la vicepresidente son sugerentes. Recuerdan las peores prácticas homicidas perpetradas por los Estados en épocas recientes: «Ellos (las fuerzas de seguridad que acaban de ejecutar un joven con un tiro por la espalda) están aquí para servirnos». Por lo tanto, debemos otorgarles el beneficio de la duda, «porque nos cuidan» – concluyó.
La Ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, cuyas acciones le han valido ridículos memorables desde el primer día de su gestión, volvió a reiterar que ella (el gobierno) es un solo corazón con las fuerzas de seguridad, y expuso las circunstancias del caso en conferencia de prensa. Las aseveraciones de la ministra fueron desmentidas enteramente por los investigadores judiciales posteriormente.
Entre las más graves mentiras de Bullrich, la afirmación de que los mapuches involucrados llevaban consigo armas de fuego fue la más flagrante. Por lo que sabemos, sus armas no pasaban de boleadoras, lanzas y puñales. Las fuerzas de seguridad, en ventaja desproporcionada en términos de efectivos presentes y armamentos, dispararon, ellos sí, con armas de fuego. El joven asesinado fue ejecutado con un tiro por la espalda.
La prensa argentina oficialista reaccionó con histrionismo. Por un momento, creímos que se trataba de indignación, pero pronto los funcionarios macristas y los editores de los programas radiales o televisivos oficialistas lograron lo inaudito: traducir el asesinato a sangre fría en error de cálculo, y los excesos en el producto de la dificultad inherente de la seguridad en nuestro país; la violación a los derechos humanos se tradujo en meros daños colaterales en la lucha por hacer de nuestro país (repiten como un mantra) «un país serio».
El imaginario de ese país para pocos, cuya seriedad aparentemente nos beneficiaría a todos, exige todo tipo de sacrificios. La vida de Nahuel es insignificante, como el bienestar de los ancianos, discapacitados, niños hambrientos, familias abandonadas a su propia suerte en el contexto de una crisis terminal manufacturada por el propio gobierno, o los laburantes reconvertidos en esclavos de la nueva dispensación neoliberal que el presidente y su equipo impone a la Argentina a pasos acelerados.
La sociedad argentina está desquiciada. El macrismo, que tiene la piel muy fina cuando se lo critica, ejercita el poder de manera chabacana y autoritaria. Una parte de la población está cautiva y desconcertada ante el desbarajuste y la ofensiva mediática, pero otra parte (numerosa y patotera en sus expresiones), observa con entusiasmo notorio la avalancha de violaciones flagrantes a los derechos básicos, y con perversión festeja la mano dura, o mira para otro lado, con la esperanza de participar en la repartida del botín que el gobierno está logrando arrancarle a la población a golpe de ajuste, reendeudamiento, alza de tarifas, exención impositiva a los más ricos y bicicleta financiera.
La Argentina macrista es un genuino ejemplo de la Argentina de siempre. El macrismo no es una anomalía, sino la rutina golpista que caracterizó nuestros doscientos años de historia, que ahora llega al poder a través de un proceso electoral y confirma lo que supimos siempre: los militares nunca estuvieron ni actuaron solos. Muy por el contrario, fueron una genuina expresión de una parte nada despreciable de la población nacional.
Ayer hubo cómplices, fueron largas porciones de la población las que justificaron o practicaron la indiferencia ante los brutales ataques a la vida y dignidad de las personas. Hoy Argentina renueva su tradición autoritaria con el beneplácito de una cuota electoral considerable y la aquiescencia cotidiana de sus bases.
Algunos momentos “anómalos” nos hicieron creer que Argentina era otra cosa: un pueblo decente y bienintencionado cooptado por la maldad de élites espectrales. Pero el pueblo argentino es lo que todos los pueblos, nada más y nada menos, una mezcla de mediocridad y perversión notoria, con destellos excepcionales de valor y compromiso ético y político.
Esto explica la presente dispensación de sobradas maneras. El electorado convirtió en presidente a quien hoy conduce el ejecutivo sin miramientos y evidentes intereses de clase, y le volvió a dar la victoria, dos años después, confirmando las complicidades del pueblo argentino con los horrores de antaño y los crímenes que sus gobernantes perpetran en el presente.