¿El regreso del “pensamiento único”? La crisis del libro en Argentina

Hace unas semanas, un editor español me contó en Barcelona que había decidido cancelar su producción editorial en Argentina debido a los obstáculos que supone la nueva política económica para la producción local. Este importante editor me comentó que durante diez años la producción de sus libros destinados a la venta en toda la región se realizó en Argentina, convirtiéndose en un negocio rentable que le permitió dar trabajo a profesionales del sector en el país, a los que hoy les une una estrecha amistad. Apesadumbrado me confesó que el negocio ya no era sustentable, y que por ello estaba obligado a mudar su producción a un país asiático.

Ahora tenemos datos oficiales reconocidos por la prensa afín al gobierno que el presidente de la Fundación Libro, Martín Gremmelspacher, había anticipado durante la inauguración de la feria del libro de Buenos Aires hace unas pocas semanas.
En su discurso frente al ministro Avelluto (quien protagonizó un escándalo en aquel evento) Gremmelspacher señaló que la caída en la edición de libros en Argentina rondaba el 25% en el último año, y que habían dejado de imprimirse alrededor de 20.000.000 de ejemplares.
Ahora tenemos un dato oficial aún más preocupante. Desde el 2014 se ha dejado de producir la mitad del volumen de ejemplares impresos entonces. Un dato devastador que a todos aquellos que nos interesa la cultura debería preocuparnos. Una situación análoga se vive en el teatro y el cine de producción local.
Como soy un usuario habitual de las librerías de Barcelona, he visto durante los últimos años de qué manera las editoriales argentinas se han ido posicionando en las mesas de novedades de las librerías de la ciudad condal.
Pero no únicamente desde el punto de vista comercial el fenómeno resultaba admirable. Como la lectura en Argentina transita por otros registros y tradiciones de lectura y reflexión, el resurgimiento de la industria editorial argentina permitió reestablecer la influencia mutua de los lectores e intelectuales de ambas orillas del Atlántico. Una influencia que se había interrumpido durante la época menemista debido a la apropiación monopólica de la industria por parte del capital español que inundaba las librerías con escasa variedad de títulos, apilando como montañas a tres o cuatro autores de venta masiva, como el peruano Mario Vargas Llosa, hijo predilecto de la prensa española de derechas, como el grupo multimedia PRISA, cuyo éxito de ventas en Latinoamérica durante los años 90 se debió (también) a esa pobreza editorial que lo posicionó en soledad, a desmedro de una pluralidad de géneros y voces locales, y rodeado de un desierto de perspectivas ideológicas alternativas.
Por lo tanto, la noticia nos obliga a pensar la crisis desde una doble perspectiva. Por un lado, el desgraciado efecto inmediato en la vida de todos aquellos que participan de la cadena laboral que hace posible un libro: escritores, editores, traductores, corrector, impresores, distribuidores, comerciales, libreros, etc. Por el otro, la amenaza del peligroso regreso de eso que, en la década de los ’90, llamábamos «el pensamiento único».