¿Existen los duendes?

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Hace unos días vino a visitarme una amiga alemana. También me visitó un amigo budista. Mi amiga alemana es una realista contumaz. Según dice, sólo se fía de aquello que hemos descubierto a través de la metodología científica materialista, que tiene los pies en la tierra. El resto son juegos de niños o el producto de sociedades más primitivas. Mi amigo budista es instructor de meditación. Al contrario que mi amiga alemana, tiene la convicción, muy persuasiva por cierto, que sólo hay un asunto que debería causar nuestros desvelos: la naturaleza de la consciencia.

Nos sentamos en el jardín. Eran los últimos días de otoño cálido antes que nos invadieran el viento helado de los Pirineos y las nevadas tempranas. Hablamos de muchas cosas mientras nos bebíamos mate cocido. Entre una cosa y otra salieron a cuento historias de duendes y otros seres no humanos que habitan los bosques. Mi amiga alemana echó una carcajada y dijo: Yo ya no creo en esas cosas, soy una realistas contumaz. Esas cosas no existen.

De este modo, mi amigo Budista para quien todo esta en la mente, y mi amiga alemana para quien todo es realidad material, coincidían en lo más fundamental. El universo está hecho de mente y materia sobre la cual los humanos proyectamos nuestras veleidades humanas.

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La filosofía cartesiana nos enseña que hay dos sustancias en el universo: La res cogitans y la res extensa. Mente y materia. También nos enseña que los seres humanos, en su tarea de comprensión, se encuentran siempre amenazados por el engaño y la ilusión. Para evitar el engaño, los humanos deben volverse reflexivamente sobre sí mismos para determinar metódicamente aquello que aparece con claridad y evidencia. De este modo, aunque las verdades a las que acceden son pocas, tienen la cualidad de la certeza. Muchas cosas valiosas quedan en el camino, pero es mejor un mundo sencillo y seguro que uno plagado de muebles desvencijados y peligrosos.

Entre los fenómenos que no son capaces de explicar los cartesianos sin caer en absurdos reduccionistas son cosas como el amor, la compasión, la dignidad (o la indignación), el honor, la vergüenza, etc. que en sus proyectos quedan reducidos a epifenómenos debido a la imposibilidad de realizar correlatos fisiológicos o neurológicos. Preguntas como ¿En que zona del cerebro está ubicado el amor?; o ¿Cuál es el gen de la compasión?; o ¿Qué combinación química produce la vergüenza?; no dice mucho acerca de los seres humanos, lo que es importante para los seres humanos, lo que hace que los seres humanos sean lo que son.

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Pero aunque estos sentimientos, aspiraciones y experiencias no encuentran cabida en el mundo de la mente pura, ni en el mundo de la materia, es indudable que existen, y es sólo a través de ellos que comprendemos lo que somos como humanos. Mente sin mundo y Mundo sin mente son dos extremos de nuestra fascinación y herencia cartesiana.

Nuestra aspiración a la bondad; nuestra indignación y determinación a poner el hombro cuando sentimos el llamado de la injusticia en el mundo; o la indignación que nos produce la crueldad y la indiferencia; dicen algo sobre lo que somos como humanos.

Nuestra herencia cartesiana se manifiesta también en el ámbito social y político. La nación, la comunidad, las clases, la justicia, la libertad, la solidaridad, la igualdad, son conceptos que no encuentran correlatos en el mundo material de las relaciones sociales. En la dimensión material sólo hay organismos, individuos en interacción.

Pero ¿Es posible entender la justicia o la libertad en términos biológicos? ¿Es posible entender la indignación y la resoluta intención de compromiso social y político en términos biológico-materiales?

Estos sentimientos dicen algo que no está a la altura de otros organismos vivos y mucho menos de las piedras y las plantas. Los humanos se indignan y aman incluso lo distante y desconocido, anhelan igualdad y libertad para sus congéneres y aspiran a proteger a otras especies de la depredación, crueldad e indiferencia que sus propios poderes son capaces de ejercitar sobre el resto de la comunidad planetaria.

Es a través de esos sentimientos, que entendemos mejor lo que somos en nuestra particularidad. La reducción del mundo a lo material o a lo mental es otra de las fuentes de confusión de nuestra obsesión reduccionista.

La vida humana no es sólo materia y no es sólo mente.
No sé que puede significar que existan los duendes, pero la poesía no es un mero programa combinatorio en la cabeza de un poeta.