Ganamos

Alguien puede pensar que lo que sigue a continuación es puro voluntarismo, puro idealismo utópico. Puede ser. Pero dejó para otra ocasión los argumentos para rebatir una objeción de este tipo. Lo que quiero, en cambio, es explicar qué es lo que hay en esta derrota argentina que merece ser capitalizado. Digo “capitalizar”, pero por supuesto, no es eso. Es otra cosa. Pero ya se me entenderá a medida que avance.

Hace unos días, un amigo argentino me envió una nota de Mariano Grondona en la que hablaba del fútbol, del nacionalismo, de las olimpíadas griegas, de Aristóteles y de Churchill, para acabar con una de sus admoniciones habituales. En el último párrafo nos decía: no se atrevan a adueñarse de los goles para hacerse dueños de nuestro destino.

El asunto planteado por Grondona es algo que se viene repitiendo con insistencia en las últimas semanas por casi todos los comentaristas de los diarios Clarín y La Nación: ¡Cuidado! El gobierno K quiere capitalizar el triunfo de la selección para «llevarnos al huerto». Grondona con aquella útlima frase no hacía más que dar otra vuelta de tuerca a la intención de disociar algo que se ha insistido mucho en las últimas semanas desde los medios próximos al proyecto político del gobierno: “jugamos como vivimos”.

En este relato, la conjunción del juego y la vida está asociada a la intención popular de reivindicar un modo de ser denostado dentro y fuera de nuestro territorio. Un modo de ser que es, a un mismo tiempo, signo de lo mejor y lo peor que tenemos los argentinos.

Somos despelotados, pero creativos; arrogantes, pero encantadores; violentos en la verba que sabe con facilidad convertirse en labia poética. Somos chantas pero en nuestra lunfarda profundidad callejera.

Este relato esta asociado a un modo de ser que nos vuelve hipertensos, hiperbólicos y bipolares. Y eso significa que estamos ineludiblemente dispuestos al exabrupto, a una loca apuesta a la dislocación. Todo en nuestra historia convoca al desconcierto, a una crispación que está marcada por un individualismo exacerbado pero que, a diferencia de otros individualismos, cuyo énfasis está puesto en acentuar el monologismo, el «cada uno a la suya», al aislamiento por medio de formas bien estudiadas, el nuestro es un individualismo de una dialogicidad insoportable. Hablamos, gritamos, chillamos, discutimos como si la confusión de las palabras y las gesticulaciones estuvieran imbuidas de un erotismo soberano.

Maradona es un ejemplo desproporcionado (una caricatura, sino se tratara de un Dios caído, como suele retratarlo Galeano) que nos recuerda quiénes somos y cómo somos.

Aquí en Catalunya, un país que aprecio y admiro sin envidia alguna y sin el más mínimo intento por mi parte por parecerme a ellos, un fracaso rotundo como el que vivió ayer la selección argentina hubiera volcado a sus habitantes, de inmediato, a un vilependio del entrenador por fallar en la prágmatica tarea de ganar. Pero nosotros, «los argentinos de veras», los que sabemos que los próceres no son de bronces sino de carne y hueso, no hacemos leña del árbol caído.

Para nosotros, pese a la derrota rotunda, incontestable, absoluta, la experiencia es muy diferente. Nuestro cariño y agradecimiento hacia Maradona y el resto de la plantilla (Messi, Higuaín, Tevez, Agüero, Romero y compañía) no se ve contestado por una eliminación. Con cada gol que nos metían, con cada signo de impotencia, iba creciendo en nosotros la certeza de nuestra lealtad.

Nadie puede ganarle a los argentinos del todo cuando expresamos auténticamente lo que somos. Otros países pierden, pero nosotros no perdemos nunca del todo. Nadie puede gozar enteramente con ganarnos. Los alemanes se llevaron apenas un discreto triunfo deportivo, pero no se llevaron el triunfo definitivo. ¿Por qué? Porque hasta nuestras derrotas son monumentales, sobredimensionadas y amadas por nosotros. Porque nosotros, mal que nos pese, jugamos como vivimos, con todo el corazón, con toda el alma. Incluso perdiendo, ganamos. ¿Quién puede pensar que Hector, derrotado por Aquiles en el campo de batalla, aparentemente humillado al ser su cadáver maltratado por el vengativo griego, haya perdido del todo? Los humanos pierden, no los héroes. Los héroes viven sus momentos trágicos, que siguen mereciendo el canto de los grandes poetas que los inmortalizan. Este mundial no es una escena más, una instancia que debe ser olvidada. Como las derrotas sufridas por Odiseo en su regreso a Itaca, cada una de esas derrotas forma parte de una gran aventura. Gracias Diego.