Mauricio Macri quería bailar y cantar, eso fue lo que dijo. Era su oportunidad para mostrar sus cualidades en estos rubros. Sin embargo, tuvo que hablar, y dijo en Hamburgo lo que difícilmente pueda defender en Buenos Aires. Habló de la educación y de la pobreza como si fuera un líder progresista, y como respuesta a su cinismo recibió una ovación por parte del ejército de privilegiados que generan riquezas alegrándole la vida a los más ricos entre los ricos, y manteniendo a raya con su cultura parlanchina a las masas empobrecidas y estresadas.
Arropado desde el día 1 por los representantes más encumbrados del neoliberalismo europeo, quienes lo tildan aún como «una esperanza para América Latina» para enfrentar el «cuco del populismo», Macri recibe en Europa por parte de políticos y economistas, de empresarios y banqueros un espaldarazo, y la dulce melodía de los representantes de una cultura afiebrada y enclenque que se mofa de los antagonismos y espera pacientemente recuperar el privilegiado acceso al capital originario que rindió su colonialismo de antaño en el nuevo mundo, o la fabricación de sus propias favelas en el propio continente donde manufactura su excepcional plusvalía.
Después de haber creado, en apenas año y medio de gobierno, más de 1.500.000 nuevos pobres y 500.000 nuevos indigentes (según las estimaciones más simpáticas), lo cual contrasta con sus arengas apasionadas durante la campaña en pos de la «Pobreza 0»; después de haber causado despidos masivos en el Estado, estigmatizando a funcionarios y trabajadores a través del aceitado aparato mediático que lo secunda; después de haber promovido y protegido el despido masivo de trabajadores en el sector privado con números que rondan los 600.000 trabajadores, y haber atacado de manera bochornosa las paritarias (los convenios colectivos) para manufacturar una flexibilización laboral, acompañada de una completa transvaloración de la justicia en este rubro (convirtiendo a los empresarios en víctimas de los trabajadores, blindándolos ante el costo que supone para ellos los despidos o los accidentes laborales); después de haber logrado en solo 1 año y medio de gobierno aumentar el desamparo de las familias más vulnerables hasta niveles ominosos, pateándole el tablero a los jubilados, pensionados y discapacitados que se han visto del día a la noche convertidos en lacras sociales; después de haber causado estragos en el sistema de salud y la educación; y estigmatizado a los jóvenes, como delincuentes o desechables (estudiantes e investigadores); después de haber convertido las calles del país en una confrontación social permanente, militarizando a la policía y reprimiendo salvajemente a los grupos más desfavorecidos por su política económica y social que legítimamente protestan ante la embestida sin freno de un gobierno de ricos, para ricos y por los ricos; después de haber dinamitado el consenso en torno a la inmigración y nuestro encaje regional y haber regresado a la Argentina al rol de capataz de los poderes globales; después de todo esto, Macri viaja a Hamburgo y aprovecha el circo mediático para manifestarse a favor de la justicia social mientras baila el conga-conga con Shakira y otros «Global Citizen(s)», delincuentes fiscales habituales, que se desviven para ofrecer al capitalismo salvaje la cosmética que necesita para seguir sometiendo a las mayorías a sus políticas de injusticia, inequidad y completa ausencia de verdadera solidaridad. Recordemos que Shakira, por esas carambolas del destino, tiene con Argentina curiosas conexiones. Hoy baila y canta con Mauricio Macri. En el pasado lo hacía con el hijo y jefe de campaña del expresidente Fernando de la Rúa, el que huyó en helicóptero de la Casa Rosada debido a la rebelión del mismo pueblo, entonces enardecido, que lo había llevado a la presidencia. De la Rúa había impuesto un brutal programa neoliberal, era aplaudido por las élites globales, tenía en su gabinete al maestro de los actuales responsables económicos, y como su antecesor, Saul Menem, se jactaba de ser parte de la crema de la sociedad global. De la Rúa llevó a la Argentina a una crisis terminal y a un abismo institucional.
La Europa de los bancos (la Europa «real» y «realista» que hoy padecen los europeos); la Europa de los ajustes y las condonaciones masivas de deuda a la banca financiera; la Europa de la troika y de la represión; la Europa de la falsa democracia manufacturada en Bruselas; la Europa que mete miedo con el populismo, pero modela a fuego lento a la xenofobia y a la derecha retrógrada como alternativa al retorno de una pequeña cuota de redistribución de riqueza y reconocimiento; la Europa que mira con cara de perro las reivindicaciones ciudadanas; esa Europa engalanada y neocolonial está feliz con Macri y sus políticas de ajuste y reendeudamiento que el presidente de los argentinos asume con gusto, sin contraprestación alguna por parte del Bundesbank o el Fondo Monetario Internacional, esas mismas políticas que la Europa del norte impone a sus neocolonias bárbaras y «perezosas» (Portugal, Irlanda, Grecia y Spain – los famosos «PIGS»).
Con su bandera de «Global Citizen» y sus 50 cuentas offshore, y su mujer elevada al trono de la frivolidad mediática, acusada de promover el «trabajo esclavo» en sus talleres de ropa para niños (Cheeky), Macri es un emblema de lo que defiende y promueve el G20, un emblema del cinismo de una globalización dispuesta a terminar con la democracia y los derechos humanos si estos ideales se convierten en un obstáculo para su agenda corporativa.