La maquinaria mediática no descansa. Los medios hegemónicos a un lado y al otro del Atlántico han convencido a una porción importante de la población de sus respectivas áreas de influencia que la cruzada contra Nicolás Maduro y la izquierda populista latinoamericana lanzada por parte del denostado Donald Trump es justa y necesaria. La tragedia se repite, otra vez, como farsa. Solo que esta vez Europa aprendió la lección y no está dispuesta a quedarse fuera del negocio.
Las encuestas de los principales periódicos españoles, por ejemplo, demuestran que un porcentaje elevadísimo de sus lectores creen que el auto-instituido Juan Guaidó es ya el legítimo presidente de los venezolanos. No quieren oír hablar de «golpe de estado», «soberanía», «estado de derecho», «no intervención», «orden internacional», ni están dispuestos a realizar análisis crítico alguno acerca de lo que ha venido pasando en Venezuela desde el frustrado golpe contra Hugo Chávez en 2002. Tampoco quieren escuchar las lecciones de la historia reciente. Se han olvidado de la política de «cambios de régimen» que han marcado la agenda imperialista estadounidense y europea a lo largo de toda la historia contemporánea. Lejos quedan en las nebulosas memorias de los civilizados ciudadanos europeos y estadounidenses las manifestaciones contra la Guerra de Iraq, las escandalosas consecuencias del intervencionismo Occidental en Siria, la catástrofe humanitaria producida por el empeño guerrero sobre Libia.
En este contexto, como otros líderes denostados por el poder corporativo, Maduro es retratado por la prensa hegemónica de manera sistemática como un dictador criminal que merece justamente lecciones análogas a las que recibieron Sadam Hussein , Gadafi, o que hubieran merecido también Kim Il-Sung y Kim Jong-Un sino hubieran contado con un arma de destrucción masiva para disuadir a sus enemigos.
El panorama es tan grotescamente evidente que los periodistas y comentaristas políticos privilegiados por el poder corporativo deben hacer verdaderos malabares para relativizar el golpe en marcha. La información acerca de las sanciones unilaterales emprendidas por los Estados Unidos contra Venezuela, la concertada financiación de los opositores, el bloqueo de sus cuentas soberanas se transmite a cuentagotas sin producir sorpresa alguna. Mientras tanto, hacen fila los codiciosos emprendedores que la «libertad» prometida por la oposición al «régimen» ha puesto en movimiento, recordando las celebraciones de los contratistas que en los día de la «reconstrucción» de Iraq competían por su trozo del pastel en la fiesta del saqueo.
El petróleo venezolano y sus reservas minerales lo son prácticamente todo. En definitiva, se trata de otro capítulo anunciado de desposesión imperial que permitirá sobrellevar o soliviantar la nueva fase de recesión que anuncian con bombo y platillo los expertos en estos días, y que hasta los humanistas de papel maché hoy reunidos en Davos reconocen secretamente.
Ante un nuevo ciclo de acumulación originaria, «Globalización 4.0», otra marca registrada, otro eslogan de justificación como la «alianza para el progreso», los «derechos humanos transnacionales», o el «capitalismo con rostro humano», para maquillar con los cosméticos de la civilización la pasión bárbara del capitalismo en su etapa desencarnada del fundamentalismo financiero.
Las periferias juegan ese rol desde el comienzo. Como señalaba Jason Moore sobre el capitalismo industrial: «Detrás de Manchester, está Mississippi», la condición necesaria que es la esclavización, el saqueo, la expropiación y la desposesión violenta de la periferia que hace posible el desarrollo del centro.
El mundo está lleno de maldad. El respeto por los derechos humanos no es precisamente una prioridad en el mundo en el que vivimos, y es posible que no lo haya sido en las décadas pasadas, cuando los países del centro se afanaban por mantenerlos en el candelero de las mesas de negociación internacional como carta triunfadora frente a sus oponentes geopolíticos. Sin embargo, hoy la retórica de los derechos humanos transnacionales, los discursos de la libertad y el progreso que articulan los poderosos del centro, son claramente cáscaras vacías que esconden el caballo de Troya del imperialismo.
Hay quienes celebran el renovado impulso de los hábitos imperiales de Estados Unidos y Europa en América Latina y lo justifican ante la evidencia de la nueva Guerra fría. Nos dicen que Rusia y China representan fuerzas mucho más peligrosas que las del Occidente aliado por la libertad. Sin embargo, la historia real nos cuenta algo muy diferente cuando nos atrevemos a quitamos las anteojeras ideológicas.