Huelga general frente al World Economic Forum

El 10 diciembre de 2015…

… asumió la presidencia de Argentina Mauricio Macri, quien ganó las elecciones con la Alianza Cambiemos, heredera del MENEMISMO UCEDEÍSTA (el peronismo aliado a un partido arraigado, paradójicamente, en el antiperonismo más recalcitrante, defensor acérrimo del libre mercado y continuidad evidente de la política-económica de la dictadura genocida) y el DELARRUISMO (el viejo partido radical de corte popular, reconvertido en arma política de los promotores del consenso de Washington en la región) cuyos imaginarios neoliberales conquistaron a la sociedad argentina durante los noventa.

Sobre esa asunción presidencial quiero recordar dos hechos:

El primero es la decisión por parte del presidente electo de radicalizar la confrontación con la presidente saliente, Cristina Fernández de Kirchner, haciendo asumir a Federico Pinedo como presidente interino durante 24 hs.

En aquel momento no entendimos lo que significaba ese gesto institucional en toda su magnitud, aunque lo sospechábamos. Macri optó con aquella decisión por escenificar una ruptura con el período anterior que le permitiera legitimar una suerte de refundación del país. Eso explica la exorbitancia retórica con la cual el gobierno de Macri y sus seguidores tratan todo lo realizado en los años previos.

Para los argentinos este tipo de rupturas son significativas. Por un lado, recuerdan de manera ineludible a las dictaduras militares que caracterizaron la historia de nuestro siglo XX. Todas ellas se fundaron en rupturas semejantes que se ensalzaban como un borrón y cuenta nueva, para organizar, reorganizar, refundar o recuperar una patria descarriada, pérdida, mancillada o lo que fuera. Por otro lado, el gesto parece querer re-significar ciertas circunstancias históricas muy dolorosas: el fin traumatizante del alfonsinismo a través de un golpe financiero que permitió el ascenso de Menem al poder; el trágico final del gobierno de De la Rúa, que acabó en el 2001 con el corralito, decenas de asesinatos cometidos por las fuerzas represivas del Estado, y una seguidilla de presidentes interinos que llevaron, finalmente, a la presidencia de Eduardo Duhalde y al comienzo posterior del ciclo kirchnerista.

El segundo aspecto que me interesa destacar de aquella asunción es que aquel momento marca un punto de inflexión de lo que se ha dado en llamar “la fabricación de una crisis” (la cual había comenzado mucho antes, a través de una aceitada maquinaria periodística que fue definida por una de sus plumas más influyentes, Julio Blank del diario Clarín, como «periodismo de guerra», en clara alusión al propósito destituyen del gobierno de Cristina Fernández).

La idea de «fabricar una crisis» retoma los sabidos argumentos de Naomi Klein en La doctrina del Shock, donde se advierte que la implementación de las políticas neoliberales solo pueden realizarse en un estado de desorientación traumática de la población, fruto de una guerra, una catástrofe medioambiental, o como ocurre en Argentina actualmente, a través de la «fabricación de una crisis» que justifique los «ajustes» que caracterizan el imaginario de la razón neoliberal cuya finalidad es una transformación (entiéndase bien) no solo económica, sino también social, cultural, política e incluso espiritual de la Argentina.

El año que vivimos peligrosamente

Desde el comienzo mismo de su mandato, y a lo largo de todo el 2016, el gobierno rediseñó el campo de batalla donde desplegaría su estrategia política.

La devaluación de la moneda primero; seguida por el fin de las retenciones agropecuarias y mineras que des-financiaron al país; los despidos masivos de empleados del Estado (que dieron rienda suelta a despidos y suspensiones en el ámbito privado); la fuerte suba tarifaria de los servicios básicos de energía y agua potable; (todo ello acometido en el primer cuatrimestre de su mandato), llevaron a la ciudadanía a una crisis profunda, caracterizada por la desorientación y la incertidumbre.

El gobierno acompañó esta operación sobre el nivel socio-económico de la sociedad con una brutal acometida contra sus imaginarios político-culturales. Atacó los símbolos e instituciones que legitimaron las bondades del ciclo anterior: derechos humanos, inclusión e igualdad.

Las organizaciones y organismos de derechos humanos fueron ninguneados, perseguidos y estigmatizados. Las relatos significativos de la historia argentina fueron puestos en cuestión para remover los resquemores morales de una población anestesiada por el miedo y por la ira ante la implementación de un proyecto político-económico que suscita notorias remembranzas del proceso cívico-militar que costó la vida a decenas de miles de personas y arruinó la vida de otros cientos de miles de familiares y amigos y conocidos de la víctima, además de dañar profundamente el tejido social, ahora contaminado por la desconfianza, la práctica sistemática de las traiciones y la sospecha.

Mientras los derechos humanos se convirtieron en «un curro» (según la infeliz expresión del presidente) y sus referentes volvieron a ser tildadas de «locas y corruptas», el ideal de inclusión y justicia social fue refigurado.

Ahora el ideal de la inclusión se entiende como signo de una política que promueve una moral de la vagancia y el oportunismo de las clases bajas, y una política cínica disfrazada de progresismo, que utiliza la pobreza para acceder al poder y sostenerse en él.

La igualdad, por su parte, fue rechazada como un signo de mediocridad o debilidad moral. Los pobres no solo son débiles socialmente, sino que son culpables moralmente por su pobreza. La delincuencia tiene olor a pobre, pero la pobreza no es fruto de la explotación y la desigualdad que fabrica un sistema injusto de distribución de riquezas, sino el resultado de una patología individual por parte de los individuos y sus líderes políticos.

El pobre que elige el «cambio», elige una suerte de salvación. En este sentido, la meritocracia se convirtió en el signo de la nueva época para los simpatizantes del nuevo gobierno, lo cual ha dado lugar a una retórica arrogante que infecta los platós de televisión y las columnas de opinión.

La justicia maldita

A este cuadro se sumó la campaña mediático-judicial contra el kirchnerismo y otros referentes asociados al imaginario kirchnerista, cuyo propósito consiste en manufacturar la figura de un «enemigo interior» que justifique la implementación de “excepcionalidades”.

Esas excepcionalidades son elocuentes:

– Detenciones ilegales como la de Milagro Sala (estigmatizada por la prensa y el propio presidente quien la condenó por vox populi);

– Los juicios políticos a jueces que se consideran “desviados” del nuevo catecismo (recordemos la persecución lanzada contra Gils Carbó desde la primera hora, y también la dirigida a los jueces que fallaron contra los tarifazos decretados por el Ministerio de Energía, más recientemente, la persecución a quienes fallan contra la gobernación de Buenos Aires en el marco del conflicto docente);

– O la más diseminada imposición de un nuevo orden que recategoriza a la sociedad, cancelando la división tradicional de clases sociales para transformarla en una división de “castas morales»: de un lado están los delincuentes y vagos; del otro lado, los trabajadores y puros (categoría que contiene, tanto al trabajador de las clases bajas y medias bajas recalcitrante que pide mano dura contra sus semejantes, asumiendo junto a ello una actitud xenófoba  y discriminadora contra inmigrantes o compatriotas «extranjerizados» por su apariencia, como también las categorías pretendidamente apolíticas de las clases medias que asumen una espiritualidad excarnada que milita por una transparencia cuyas opacidades están a la vista de todos, como un rey desnudo que nadie quiere mentar; o, finalmente, el especulador financiero o el rentista que sacan pecho autodenominándose «trabajadores» cuando no hace otra cosa que vivir de la renta del dinero o de la tierra).

A través de un entramado mediático denso en términos cuantitativos, acabó de triunfar un lenguaje basado en dos principios: la frivolización de la política, ahora convertida en un rubro de las prensas rosa y amarilla; y la invisibilización concertada de los temas más calientes para el nuevo gobierno nacional.

Pese a la relevancia de denuncias contra el presidente y sus funcionarios en casos tan sonados como Panama Papers, Correo Argentino, Oderbrecht, además de los escándalos relacionados con las licitaciones y contrataciones directas con amigos y familiares del presidente, el gobierno sorteó sin mayores dificultades causas merecedoras de juicio político gracias a la domada resistencia de una oposición legislativa silenciada mediáticamente, desorientada ante el cambio de paradigma y los aprietes notorios que supuso la instalación de un nuevo sistema de inteligencia basado en la impune fabricación de causas y la revelación concertada de secretos jurídicos que pone en jaque y atemorizan a todos los hombres y mujeres públicas de la Argentina.

Sindicatos y pymes

Marzo dio comienzo a una lucha popular encarnizada ante el avance arrogante del gobierno en la implementación de su agenda neoliberal. El núcleo de esa agenda es convertir a la Argentina en un mercado competitivo. La traducción de esa competitividad es la flexibilización salarial, que se explica fácil del siguiente modo: reducción del salarios, y recorte de los derechos laborales. No hay más.

El caso testigo (los docentes) puso en la calle a cientos de miles de trabajadores conscientes de la amenaza, y sindicatos y organizaciones combativas que exigieron un plan de lucha para frenar al gobierno antes que sea demasiado tarde. La CGT, a regañadientes, llamó a paro general para el 6 de abril entre insultos y gestos que pusieron en cuestión su legitimidad si el triunvirato no asumía la peligrosidad del momento que viven los trabajadores y actúa en consecuencia.

El gobierno, envalentonado por la demostración del 1 de abril de sus bases caceroleras de antaño, esta vez movilizadas (dicen) para apoyar una república que nadie cuestiona, y que paradójicamente mantienen viva los piquetes y las marchas opositoras, en un contexto en el cual el Congreso Nacional parece silenciado, y la Justicia da muestras claras de comportamientos ilegítimos, decidió confrontar con la protesta de manera agresiva.

Sin embargo, lo más significativo de la protesta no es la brutalidad del gobierno, sino que los sindicatos no fueron solos a la huelga general del 6 de abril. Las confederaciones de pequeños y medianos empresarios se adhirieron al paro bajando las cortinas, lo cual deja patente que el plan de ajuste y reconversión que propone el gobierno reedita para el siglo XXI las expropiaciones de tierras que Marx categorizó como acumulación originaria.

En este caso, la expropiación es la de un mercado, que es como la tierra fértil donde crece la industria nacional, donde el trabajador argentino gana su sustento, que ahora se ve amenazado por la invasión de mercancías importadas, fabricadas con salarios de esclavos y desprotección laboral, que obliga al ciudadano argentino a convertirse en un recurso poco valuado, empujándolo indefectiblemente a la pobreza y a una vida de incertidumbre e indignidad.

World Economic Forum en Buenos Aires

La coincidencia de la huelga general con la inauguración del World Economic Forum en Buenos Aires es ilustrativa. Mientras los trabajadores expresaban con el lenguaje sindical su descontento con el rumbo del país, y otros trabajadores más combativos invadían las calles ejercitando su genuino derecho a la protesta (la cual fue reprimida brutalmente) el presidente argentino abría la reunión mofándose de los trabajadores y afirmándose en su estrategia de sordera sistemática ante el sufrimiento colectivo que ocasiona su política aparentemente errática (en lo que se refiere a estrategias puntuales), pero consecuente y rotunda en sus fines.

Las élites, atrincheradas en el Hilton, aplaudieron al presidente con entusiasmo cuando este les repitió su objetivo a largo plazo. El cambio que Macri propone no es superficial. Se trata de hacer una nueva argentina. Como Mao Tse Tung, el ideal de Macri es una «Revolución cultural» que se implementará arrancando de cuajo del alma de los argentinos aquello que consideramos el ADN de nuestra identidad colectiva.

El conservadurismo sindical 

En una muestra de estrecha perspectiva histórica, el triunvirato dejó al descubierto los extremos del desencuentro, y con ello puso de manifiesto que a la Argentina no le sirve una salida dialogada.

Ante las críticas de izquierda que acusan a la CGT de «conservadora», Juan Carlos Schmidt contestó:

«Si, somos conservadores. Queremos conservar nuestros convenios colectivos”.

Y su compañero en la frágil fórmula de Unidad, Héctor Daer, decoró la visión del peronismo cegetista con una ingenuidad que desnuda sus limitaciones. El gobierno, decía Daer, no se da cuenta que el pueblo argentino tiene una larga historia sindical, que los argentinos son gente solidaria y que no puede imponer un programa como el que promueve por estas razones.

Pero la historia reciente del mundo en el que vivimos ha demostrado que la política corporativa, cuando se adueña del Estado, como lo ha hecho en Europa o en los Estados Unidos, no tiene miramientos con los sindicatos. Gremios mucho más poderosos e históricamente más relevantes que el sindicalismo argentino fueron arrasados por políticos menos atrevidos que Mauricio Macri.

Conclusión

El mundo agro-corporativo y financiero le exige a Mauricio Macri un pueblo postrado, rendido a la lógica del mercado neoliberal. Macri les ha vuelto a prometer (mientras los trabajadores y los empresarios locales hacían una huelga general) que no hay vuelta atrás.

El conservadurismo autosatisfecho de la CGT no parece el camino para atajar el mal que nos acecha.