La ambición es buena

El debate en torno a la noción de persona en occidente ha enfrentado a dos grandes tendencias. Por un lado, aquellos que a partir de la revolución científica del siglo XVII consideraron que era menester eliminar del análisis toda referencia a las cualidades subjetivas de la personalidad, y centraron sus esfuerzos científicos en ofrecer una lectura objetiva, neutral, absoluta de esta cosa entre otras cosas que es el ser humano.

La respuesta tomó fuerza siglos después, durante la erupción romántica de la cultura alemana. Lo que se pretendÍa era recuperar un concepto de la humano desde dentro, desde la particularidad del lenguaje y la significación que el mundo tiene para nosotros.

La herencia de la confrontación entre ilustrados y románticos tiene sus ecos en la sociedad contemporánea en todos los ámbitos de la cultura. Hay psicólogos, por ejemplo, que se apuntan a las modas post-conductistas o experimentan con los modelos computacionales de la conciencia, y hay otros que otorgan relevancia a las actividades de auto-interpretación de los agentes humanos.
Líneas paralelas encontramos en la sociología, la ecología y la política entre otras.

Puede que el ámbito en el cual sea más evidente la disyuntiva, sea en la mal llamada ‘ciencia económica’.
Durante los últimos meses, muchos se han preguntado por qué razón los grandes gurús de las finanzas fueron incapaces de reconocer los signos de la crisis. El diario El país, por ejemplo, publicó hace pocas semanas una nota de opinión en la que el autor ofrecía algunas claves para justificar el fracaso estrepitoso de los analistas. El asunto ha sido tan bochornoso, que se han multiplicado los chistes a costa de economistas y asesores de finanzas. El autor de la nota cita a Karl Popper, quien en cierta ocasión señaló que la predicción de la invención de la rueda, era equivalente a inventarla. La cita del autor es completamente inadecuada, porque lo que aquí se ha puesto en evidencia en todo caso es que el paradigma económico hasta ahora utilizado ha resultado erróneo para comprender adecuadamente lo que significa esta esfera existencial que llamamos ‘lo económico’. ¿Dónde estuvo la falla?
No tengo espacio para desarrollar esta idea, pero ofreceré dos detalles que pueden servirnos para ver hacia adonde apunto.
En primer lugar, para cualquiera que haya hojeado la sección de economía de su periódico de elección, o haya escuchado a un analista económico y financiero en la radio o la televisión, habrá notado sin esfuerzo, que el lenguaje con el cual se pretende comunicar ofrece una imagen absoluta y neutral de la esfera económica y comercial. El vocabulario es decididamente técnico, con pretensión de cientificidad. No hay referencias a las motivaciones y emociones humanas, y cuando las hay, ocupan un lugar de variable incómoda, como cuando se habla de estampida bursátil.
Esta imagen corresponde, sin duda, a la línea de las ciencias humanas surgida de la urdimbre de aspiraciones que dieron lugar a la revolución científica del siglo XVII, que pretendía desvincular todo elemento subjetivo humano del análisis de la realidad, para ofrecer lo que Thomas Nagel dio en llamar, una “perspectiva desde ningún lado”, es decir, una perspectiva absoluta. Las motivaciones para adoptar una perspectiva de este tipo son diversas: morales e instrumentales.
En segundo lugar, muchos han pretendido que la razón fundamental del descalabro financiero, ha sido la intervención ‘irregular’ de algunos actores irresponsables y la falta de previsión en el sistema para controlar esas irregularidades que han puesto en aprietos el sistema, y que por tanto, lo que ahora toca, es llamar al orden, sin más. Eso significa, en otras palabras, silenciar cualquier reflexión sobre la naturaleza inherente, los presupuestos subyacentes, que han atraído y empujado a la sociedad a entregarse a una noción de lo social que gira en torno a la convicción de la primacía de lo económico por sobre lo ético-político, que es lo que en última instancia ha promovido la ideología neo-liberal.
Si ahora volvemos nuestra atención a la vertiente ‘romántica’ de nuestra cultura, caeremos en la cuenta de la relevancia de su postulado: lo que la lectura cientificista olvida es que la esfera económica no es un ámbito neutral, absoluto, sino que se trata de una actividad humana en un doble sentido: Es una actividad y por tanto, (1) está marcada por las metas y motivaciones de los sujetos que la realizan; (2) esas metas y propósitos se expresa en forma de instituciones y prácticas sociales.
La economía no es una ámbito puramente natural o biológico que podemos observar con una mirada objetiva, prescindiendo absolutamente de los agentes humanos, sino que es una actividad que llevan a cabo los seres humanos y por lo tanto es una actividad moral en el sentido más amplio del término. Forma parte del horizonte de sentido en el cual los seres humanos intentan interpretar el significado de lo que implica ‘una buena vida’.
Por lo tanto, si no juzgamos, si no explicamos las motivaciones subyacentes, los horizontes morales, los bienes significativos que dirigen la actividad económica y a quienes participan en ella activamente, seremos incapaces de comprender un fenómeno como la crisis que tenemos delante, por la sencilla razón, de que habremos convertido la actividad económica en un ámbito puramente natural en el que la subjetividad (y eso implica fundamentalmente, la moralidad en sentido amplio) no ocupa lugar alguno en nuestra explicación de la realidad.

Creo que vale la pena recordar el famoso discurso de Mr Gordon Gekko en la película de Oliver Stone Wall Street de 1987. Mr. Gekko se dirige a una junta de accionistas:

“No soy un destructor de compañías. Soy su liberador. La cuestión, Damas y Caballeros, es que la ambición, a falta de mejor nombre, es buena, es necesaria y funciona. La ambición clarifica y capta la esencia del espíritu de la evolución. La ambición, en todas sus formas: ambición por la vida, por el dinero, por el amor, el conocimiento ha llevado a la humanidad a lo más alto, y la ambición -recuerden mis palabras- no sólo salvará nuestra compañía, sino a esa corporación ineficaz que son los Estados Unidos de América”.

Les recomiendo que se den una vuelta por su video-club y vuelvan a ver la película, y escuchen las proféticas palabras de Gekko, que prometió llevar al mundo a lo más alto de la evolución, pero que ha acabado trayéndonos miseria.