La «anti-chavización» de la oposición

En esta entrada voy a referirme a dos cuestiones. Por un lado, me gustaría refrescar nuestra memoria acerca del rol que ha jugado la oposición política, mediática y la dirigencia agroindustrial durante los últimos años, y el giro que han suscitado los recientes resultados electorales en algunos eminentes representantes del sector que han debido reconocer la “facticidad” de la presente hegemonía kirchnerista como punto de partida ineludible para avanzar en cualquier dirección imaginable.

Visto y considerando el estruendoso fracaso analítico que ha provocado la ceguera ideológica alimentada por los grandes hacedores de información y el abúlico seguidismo de la clase política alternativa, ha sido inteligente en estos pocos sincerados de última hora, aceptar la realidad ineludible que las PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias) han dejado en evidencia.

Sin embargo, no estamos para hacer sonar las campanas de la reconciliación nacional. Las operaciones político-mediáticas de las últimas semanas, que tuvieron su epicentro en un asunto de enorme trascendencia institucional como es la transparencia eleccionaria; el explícito o velado soporte de la llamada “prensa libre” a la hipótesis de fraude generalizado (la expresión es de ADEPA en su último comunicado condenatorio a las expresiones del Ministro Randazzo); junto a las desafortunadas afirmaciones de muchos periodistas y analistas “estrella” de la corporación mediática que han salido a pegarle al gobierno bajo la impostura de una indignación que tiene más de ocultamiento de su propio espíritu destituyente, que a auténticas preocupaciones republicanas, da como resultado de la ecuación una tipología que nos lleva a asemejar la oposición local con el radicalismo militante de la oposición al gobierno del Presidente venezolano Hugo Chávez.

Recordemos un fragmento ilustrativo de nuestra historia reciente y comparémosla con otra de más próxima hechura que nos permita extraer las continuidades de la retórica opositora.

En una filmación televisiva de la época “campestre” en la que se discutía la 125, el periodista Mariano Grondona y el dirigente rural Hugo Biolcatti, entusiasmados con el etéreo apoyo ciudadano, coquetearon con la posibilidad de destituir a la presidenta para que la sucediera el vicepresidente Cobos, elevado en el podio gracias a su indiscutida traición. La escena esta filmada y se ha reproducido hasta el hartazgo en los últimos años. En un bien ensayado intercambio, Grondona le dice al ruralista que dos años son mucho tiempo, que hay impaciencia entre la gente, y entre risotadas dejan en el aire la conveniencia de una interrupción del mandato constitucional de Cristina.

Quienes recuerdan ese programa grotesco, también deben recordar lo que los sesudos intelectos de la oposición mediática anunciaban sin mayor sustento. En un guiso cocinado con anhelos sin condimento, hablaban del “partido del campo” y llamaban a la oposición a rendirse ante la evidencia de la patria auténtica que volvía desde su época fundacional a reclamar lo que le pertenecía para bien de todos. Fue la época en la que todo simpatizante del gobierno en el rubro que fuera era considerado un “ultra-K”, viniese de donde viniese. Fue también la época en la que se anunciaba el fin del kirchnerismo o el principio de un postkirnerismo que, como todo post, prometía una restauración.

Desde entonces ha corrido mucha agua debajo del puente. Las últimas elecciones contradicen de cabo a rabo las profecías de los indignados y ponen en evidencia la debilidad que en las actuales circunstancias transitan los mecanismos de construcción político-cultural en nuestro país. Eso es un signo inequívoco de madurez ciudadana. Mucha gente inteligente, ante la noticia ruinosa que se le impone, apaga la televisión; ante el título mentiroso hace una mueca y putea. El descrédito es generalizado. Exceptuando algunos palurdos, se ha hecho pública y notoria la desinformación que fomentan los grupos de intereses a través de sus medios para sacar tajada de las coyunturas.

Pero el tono opositor va adquiriendo una modulación espeluznante que recuerda a muchos opositores de Chávez que en su radicalización han cortado amarras con la realidad para instalar un discurso que no le hace asco a las comparaciones más desopilantes. De los miles de comentarios que el diario La Nación atiende en sus foros, uno de cada cuatro compara los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández con el nazismo o el fascismo, llama a la presidenta montonera o sigue haciendo referencia a la tiranía o dictadura K. Esos comentarios son acompañados por otros muchos comentarios que son denigratorios hacia la población que ha depositado su confianza en Cristina como dirigente. Se la acusa de ignorante, de bruta, de negra y se resiente el que este país esté habitado por quienes lo habitan. Dando cuenta, de este modo, a la herencia retórica de los anunciantes.

En un programa reciente, el mismo periodista del que hablamos más arriba, Mariano Grondona, les decía a sus invitados, convidados para hablar del hipotético fraude – después desmentido con rotundidad por la justicia electoral -, que las razones coincidentes entre todos ellos en aquel conciliábulo televisado, le recordaba una cita evangélica en la cual Jesús les hablaba a sus apóstoles de “los hijos de las tinieblas” y “los hijos de la luz”. A lo cual agregaba con descaro: “Ya sabemos quiénes son los hijos de las tinieblas. Pero ustedes…” Ninguno de los presentes dijo un pero. Asumiendo la paternidad de quien fuera, asomaron gestos de aprobación y continuaron despotricando contra la dictadura eleccionaria y profetizando futuras indignidades por parte del ejecutivo.

Dejemos para otra ocasión la cuestión de la paternidad que esta oposición maltrecha nos reclama resolver. Lo importante es captar el ánimo que recogen las escenas. Por un lado, tenemos a un periodista de larga trayectoria que ofrece su pluma, su rostro y su palabra a una de las más importantes empresas comunicacionales del país. Por otro lado, juntos y revueltos, representantes del radicalismo, del duhaldismo, de la coalición cívica, del socialismo y de eso que han dado en llamar “peronismo federal” en sus dos variantes. Finalmente, un representante estatutario del negocio agroindustrial ahora llamado a la cordura por sus propias huestes, y la feliz estrategia gubernamental que ha sabido mostrar los intereses contrapuestos dentro del sector.

El rechazo de este rejunte radicalizado que llamamos “la oposición” ha sido contundente. Pero eso no amaina la indignación que produce el desprecio que concitan en sus intervenciones, ni el peligro latente que sus arrebatos ponen de manifiesto.

Recordemos, finalmente, que no hay mal que por bien no venga. En cierto modo, la oposición radicalizada contribuye a su manera al éxito de este proyecto, porque en su «anti-iluminismo» militante, en su apuesta reaccionaria a todo o nada, ha dejado patente que la única opción inteligente es la que a todas luces vencerá en octubre, la cual sabe matizar sus utopías con un aceitado realismo político que mide las oportunidades y rectifica cuando hace falta, sin necesidad de traicionarse en sus compromisos fundamentales.