La ciudad, la nación y el cuento

La ciudad de Buenos Aires tiene que ser gobernada. No hay vuelta. Hay que elegir a uno de los candidatos. Entre los que encabezan las encuestas, Mauricio Macri, Daniel Filmus y Pino Solanas, está el tema. Por lo tanto, hay que prestar atención y estudiar lo que tenemos delante.
Mauricio Macri es lo que es. No se puede pedir mucho más. Los cuatro años de mandato son su testimonio. Ninguna de sus promesas vale lo que muestra su gestión. Apostó a sí mismo y perdió. La invisibilización de sus desaciertos no los hacen menos reales. Ahora intenta resguardar un distrito. Creyó que Buenos Aires era una plataforma para su ascenso en la carrera presidencial, descuidando lo verdaderamente importante, aquello para lo que se le había elegido.

Hay signos elocuentes en su mandato que dejan patente ese afán de protagonismo y falta de responsabilidad. La renuncia de Gabriela Michetti no fue un dato menor. La vicejefa se fue para convertirse en legisladora con el sólo fin de allanar el camino del presidenciable. El resultado: una ciudad por momentos acéfala, y la certeza de que los porteños estaban siendo utilizados como moneda de cambio para el crecimiento personal del “pibe” con bigote y sin bigote. Lo dijo él mismo cuando le preguntaron para qué quería ser presidente. Contestó: “Cuando termine voy a dedicarme a viajar por el mundo dando conferencias en las grandes universidades”. La cita no es textual, pero ese fue el espíritu de su respuesta a la pregunta de su entrevistador.
Los problemas de los que debían salvarnos los eficientes caballeros macristas se han escondido bajo falsas soluciones que amenazan convertirse en trampas mortales para el futuro. Macri no hace política, hace negocios en la ciudad. Toda su gestión muestra que sus decisiones son coyunturales o miran a largo plazo en función de negocios futuros. Como señaló una funcionaria macrista recientemente: la cuadrilla de gestores privados que ahora llevan la ciudad no saben nada de política. Confunden la municipalidad con una empresa y atienden a los ciudadanos como si fueran clientes. Ojo: lo dijo una funcionaria macrista.
Además de las inmoralidades de la campaña (es el único candidato que ha desmerecido los debates con el resto de las minorías, ha recibido advertencias de los tribunales electorales por el mentiroso contenido de su campaña en cuatro ocasiones), Macri insiste con cierta desfachatez que hay que votarlo por sus valores. Lo repite la candidata a vicejefa y la montonera de candidatos a la legislación porteña que los acompañan. A esta altura, o bien los valores que promueven son una risa o es una risa que digan que promueven valores. La suficiencia moral desde la que hablan los muchachos de PRO es más ofensiva que la actitud canalla de algunos delincuentes comunes. El pragmatismo PRO hace del oportunismo virtud y de la preocupación pública ingenuidad. Durán Barba se ha encargado de recordárnoslo una y otra vez. Lo importante es el corazón de la gente, no su sapiencia e inteligencia. Hay que decirles lo que quieren escuchar. El porteño que vota a PRO es por lo general cínico, no cree en la política, se desliza con facilidad al “que se vayan todos”, refiriéndose a los otros, y no cree un ápice en las instituciones. Mauricio es lo que ellos mismo querrían ser, un oportunista suertudo, con una mina buena y mucha guita. En ese sentido, el macrismo es semejante al berlusconismo de una manera alarmante. No está de más recordar cuánto le cuesta a la sociedad italiana del espectro amoral que ha fabricado el poderoso magnate. La sociedad italiana, en ese sentido, no es muy diferente a la nuestra. Aunque el tipo sea un corrupto, inmoral y delincuente, lo siguen apoyando porque representa a los valores. También la iglesia italiana, pese a la evidencia de su deficiencia moral, le ha dado su apoyo, como aquí hacen algunos religiosos que adoran la aparición mediática. Bergman y Hotton son dos ejemplos, un poco siniestros y otro poco caricaturescos, de lo que es esta política mundial de conservadurismo barato y oportunismo grandilocuente.
Pino Solanas ha sido y sigue siendo una figura importante simbólicamente entre los candidatos opositores. Es, a quien le cabe duda, la voz de la consciencia pública en el corazón de algunos votantes. Sus denuncias cinematográficas y políticas forman parte del acervo de nuestra época. Sin embargo, ha fallado con rotundidad en el modo de manejar las presentes circunstancias. Primero, fracasó en el tramado de una alternativa nacional. Luego, protagonizó diversas escaramuzas dentro de su propio partido y con sus aliados coyunturales. Llega debilitado por mérito propio. No parece apropiado cederle la responsabilidad de uno de los distritos más importantes del país habiendo sido incapaz de gestionar el poder partidario.
Queda Filmus. Un hombre de la ciudad. El candidato que le disputó al fracasado Macri su primera administración. Vuelven a encontrarse. El vencedor de antaño, con el fracaso de su gestión a cuestas. Y el otro, que ahora regresa pidiendo una oportunidad para mostrar su habilidad política. Sus propuestas son interesantes. Nadie que se haya tomado el trabajo de leer sus proyectos se sentirá decepcionado. Además, el modo en el cual se perfila el traspaso de poder es de una ordenada transición. y el modo en el cual su fuerza se perfila en la ciudad es a través de una ordenada transición. Filmus no es un comediante del Gran Cuñado, ni un aventurero de último momento. Independiente de las arbitrariedades del gusto de cada cual, cabe reconocerle una extensa trayectoria académica y política en la cual ha demostrado su preocupación e interés por lo público.
Permitir que Macri continúe gobernando exclusivamente para evitar que los K ganen en el distrito es comprensible entre las franjas ciudadanas que son fácilmente movilizadas con la pirotecnia de los prejuicios que suscita el asco o exacerba la indignación. Entre los resentidos que el malversado discurso opositor ha construido, no hay duda que el sentimiento antiK resulta clave para entender el persistente macrismo que aún tiene la ciudad. Sin embargo, en vista a lo dicho y lo mostrado en estos últimos años, Filmus parece una opción más respetable para los porteños. En el ámbito legislativo, ha hecho honor a su responsabilidad. Como ministro de educación, ha tenido una gestión decente. Ha acompañado los proyectos nacionales sin despilfarrar retórica, sabiendo justificar con acertados argumentos cada una de las decisiones que ha acompañado explícitamente.
Frente a ello, Macri y algunos de los suyos parecen adolescentes caprichosos. No saben lo que quieren, excepto que lo quieren, como decía Luca Prodan, y que lo quieren ya. Eso, en política, no está bien.