A esta altura del partido, parece evidente -y sólo puede ser producto de la ceguera ideológica o el bandolerismo ponerlo en duda- que la crisis económico-financiera no ha traído consigo una revisión profunda del sistema. Los intelectuales de moda hacen agua a la hora de pensar otro mundo posible. El temor a ser acusados de herejía, de utilizar vocablos impropios, de maltratar los valores asumidos como marco inexcusable de nuestro tiempo, los silencia o los frivoliza.
Después de algunos meses de euforia negativa, las administraciones públicas han negociado a la baja un salvataje del edificio financiero por medio de una confiscación masiva de lo que en derecho y justicia pertenece a los ciudadanos. No sólo se le ha hurtado a la ciudadanía lo que le pertenece para palear las actividades delictivas de los poderosos, sino que se les ha mantenido alejados del debate gracias a la eficaz colaboración de los medios de comunicación que han blindado el proceso azuzando los temores y animando decisiones ‘arriesgadas’ para hacer frente al descalabro.
Para aquellos que creyeron que la urgencia no ofrecía alternativa, pero que el mundo tomaría otro rumbo a partir de los acontecimientos vividos, los hechos han confirmado su ingenuidad. No sólo las políticas de crisis, sino que sobre las políticas de crisis, se están forjando nuevos entramados de dominio, arbitrariedad y salvajismo depredador.
La crisis está sirviendo para muchas cosas. No hace falta mirar lejos. Los asuntos candentes de la agenda internacional que causaron un impacto público durante los últimos años como son las cuestiones ecológicas o alimentarias, han pasado a un segundo plano. Llevamos meses sin escuchar de la crisis de alimentos que prometía matar unos cuantos cientos de millones en los próximas décadas mientras las bolsas especulaban a futuro con el hambre de la gente. ¿Acaso hemos resuelto el asunto? El cambio climático, que hasta ayer era la joya informativa que se disputaban los medios, se ha visto desplazada hacia ningún lado. ¿Acaso hemos revertido el proceso?
Todo es hoy urgencia, desplazamiento, injusticia justificada y retrocesos absolutos en términos de derechos humanos, sociales y económicos.
La confusión es tan grande y las cifras tan desorbitadas que la ‘anécdota’ bursátil y las consecuencias reales para la gente del planeta, tiene la apariencia de la mejor literatura india clásica, donde las enumeraciones son ornamentales.
Pero, ¿Quiénes somos ‘nosotros’? ¿Quiénes son ‘ellos’? ¿Quiénes son ‘ustedes’ a quienes les hablo? El liberalismo nos acostumbró con su neto reduccionismo instrumental y utilitarista a pensar un mundo homogéneo sin distinciones ni clases. Las diferencias sólo se establecen cuantitativamente. De este modo, políticos como el bueno de Obama, puede hablarles a todos sin caer en desgracia. Como en un anuncio de Coca-Cola de los años ochenta, les habla a los ricos, les habla a los pobres, les habla a los beligerantes, y a los pacifistas, y a los obreros y a los empresarios y a todos deja contentos y con una esperanza.
Todos recordarán el pasaje inicial de Vigilar y Castigar de Michel Foucault, donde relata el modo en que se castiga a Damiens, acusado de intentar un regicidio. No es suficiente ejecutarlo. Se le descuartiza, se le tortura, la confesión y el arrepentimiento ante un cura no le libra de la agonía. Durante horas permanece desangrándose frente al pueblo, no sólo para dar un escarmiento, sino para reestablecer el orden cósmico que como en la noche de la muerte de Duncan, amenazaba trastocar todas las jerarquías.
Un conjunto de pequeños detalles parecen confirmar un ritual sacrificial para sostener el orden estatuido. La impunidad y prestigio de la profesión ‘gerencial’; el despilfarro del dinero público que algunas prestigiosas direcciones corporativas utilizaron para festejar a todo lo alto, el regalo público; las multimillonarias compensaciones que se otorgaron a sí mismos algunos de los responsables de la crisis, la llamada al orden que algunas corporaciones hicieron al Estado cuando intento inmiscuirse en su dirección. Todas estas cosas se hacen a la luz, como Guantánamo, como los sacrificios humanos de los Aztecas, para que el sol siga saliendo por el este cada mañana, para que el mundo siga siendo lo que es. En este caso, un parque de diversiones para unos pocos, rodeados de un basural sanguinario y violento para la mayoría.
Las lecturas unidimensionales de la crisis olvidan escudriñar en lo más jugoso de esta historia, en los horizontes de valor, los órdenes de sentido, que hacen posible nuestras identidades como agentes morales, y a partir de allí conciben definiciones sobre lo real.
Las interpretaciones reduccionistas que son renuentes a pensar la coyuntura en términos que no sean positivistas, son incapaces de ofrecer una alternativa real a la dialéctica del amo y el esclavo.
El esclavo no sólo pide clemencia. Desde su pequeñez observa a los poderosos sorprendido de sus muchos caprichos y arbitrariedades. El esclavo está fascinado con su amo. Le odia y le admira. En muchos casos quiere ser como él. No quiere la libertad, sino que desea convertirse él mismo en amo.
Necesitamos otra cosa, vencer al esclavo que somos, destronar al amo, y vencer la tentación de la Voluntad de Poder, a favor de una libertad solidaria y utópica.