La disputa de los historiadores

Hoy me gustaría decir algunas cosas sobre el pasado colectivo a la luz de algunas “soluciones terapéuticas” a las que estamos acostumbrados en el ámbito privado.

Creo que no me equivoco si digo que cierta comprensión derivada del freudismo ha sabido imponer a nuestra cultura la idea de que el pasado debe ser “superado” y que esa superación pasa por enfrentar primero, y luego “aprender a olvidar”.

En este sentido, el pasado es una suerte de fantasma, de quimera, que el analista nos ayuda a confrontar con el propósito de despotenciar.

En estos días tan llenos de confusión y rabia que transita la Argentina, una parte de la ciudadanía alega argumentos análogos en relación a los juicios por crímenes de lesa humanidad que se juzgan en nuestros tribunales.

El ex-presidente y ahora candidato Duhalde ha inflamado el debate aludiendo a la extensión del tiempo transcurrido como alegato a favor de una amnistía, el perdón y el olvido que la sociedad argentina se debe a sí misma como requisito indispensable para poder encarar el futuro.

Permítanme ahora dos palabras respecto a un debate, relevante para el asunto que nos convoca, que ocurrió durante la década de los años ochenta en Alemania, que fue bautizado con el nombre de la “disputa de los historiadores”.

De acuerdo con los llamados “revisionistas” en esta disputa, entre los cuales se encontraba Ernst Nolte, el Nacionalsocialismo debía entenderse en el contexto de la necesidad del pueblo alemán de combatir el comunismo. De tal suerte, decía Nolte, que el exterminio de judíos podía interpretarse como una “copia” de las purgas estalinistas. Auschwitz, de acuerdo con esta perspectiva, no era más que un ejemplo de innovación técnica suscitado por el temor de los nazis a convertirse ellos mismos en víctimas de la agresión comunista.

Como puede comprobarse, la argumentación revisionista de Nolte guarda un estrecho paralelismo con la noción de los dos demonios con la que justifican sus crímenes quienes se plegaron a la doctrina de la “Seguridad Nacional”. De acuerdo con esta línea de pensamiento, la estrategía de torturas, desaparición de personas y sustracción de identidad acometida por la dictadura militar de manera sistemática y festejada por una parte de la sociedad civil que se benefició con dichas estrategias y aún permanece legal y moralmente impune, no sería más que el producto del temor a caer en manos de los comunistas, y los centros clandestinos donde se cometían estos crímenes horrendos contra la humanidad, no serían sino un espejo de los que los propios “izquierdistas» realizaban.

A este pasado, nos dice la mirada terapéutica, es necesario responder con el olvido o con el “perdón” colectivo.

Con respecto al perdón invocado hace algunas semanas por Diego Guelar (PRO), cabe recordarle que éste (el perdón) es un acto personalísimo que sólo está facultado a ofrecer la víctima, sin coacción alguna. El perdón no puede ser otorgado burocráticamente por la ley, porque no pertenece al orden del discurso judicial, sino al orden moral de las personas.

Al olvido o “superación” terapéutica, cabe responder como hiciera Habermas en su momento respecto a los revisionistas, recordando la deuda que la actualidad tiene contraida con el pasado en el contexto de una solidaridad entre “los nacidos después y los que los han precedido, una solidaridad con todos los que por la mano del hombre, han sido heridos alguna vez en su integridad corporal o personal.

Esa solidaridad sólo puede testimoniarse y generarse por la memoria.