Mientras redactaba este post el Senado de la Nación Argentina aprobó la modificación al Código Civil que autoriza el matrimonio a las parejas homosexuales.
Empecemos, como anunciamos en el post de ayer, hablando un poco acerca de la historia del surgimiento de la esfera pública como forma de nuestro imaginario social moderno. Esto nos servirá para encarar en los días que vienen la tarea de reflexionar sobre las manifestaciones de las que hemos sido testigos en éstos días y poder tomar una posición más reflexiva acerca de por qué razón la pretensión de autoridad última de la Iglesia católica necesariamente se encuentra en tensión con el orden moral moderno y, eventualmente, si es posible encontrar una escapatoria a la encrucijada que ese orden moral supone no sólo para la Iglesia, sino para la sociedad secular moderna en general, obligada a lealtades muchas veces contrapuestas.
Lo primero: nos referimos a la esfera pública como un espacio común, compartido, donde los miembros de la sociedad se relacionan a través de diversos medios interrelacionados (medios impresos, electrónicos, etc.), con la intención de discutir ciertas cuestiones de interés común, con el fin de formarnos una opinión común acerca de dichas cuestiones.
De acuerdo con Habermas, la noción de «esfera pública» surgió en el siglo XVIII, a partir de la constatación de que era posible que dos personas estuvieran en contacto, pese a estar distanciadas fisicamente, a través de «medios de comunicación» y llegar a conclusiones conjuntamente Por supuesto, el surgimiento de este espacio dependió materialmente del llamado “capitalismo de imprenta”, pero además, fue necesario cierto contexto cultural.
Ahora bien, la esfera pública no es un mero lugar de encuentro, sino más bien un conjunto de lugares puntuales de encuentro que se entretejen para dar forma a un «metaespacio no presencial» que los incluye a todos.
Por supuesto, el Estado y la Iglesia también eran entonces y siguen siendo fenómenos metaespaciales, pero la diferencia es que la esfera pública se caracteriza por el hecho de ser independiente de la estructura política, aun cuando sus conclusiones son, de algún modo, mandatorias para el gobierno, en el sentido de que lo que en ella se determina tiene un carácter cuasiprescriptivo para el gobernante. De este modo, la esfera pública, en la cual participa potencialmente toda la sociedad, tiene la función de dar forma a una suerte de “mente común” respecto a los temas importantes sirviendo de este modo como guía a la acción gubernamental.
Por lo tanto, señalemos dos aspectos claves:
1.La esfera pública se entiende como un espacio exterior al poder. De ello se desprende que el poder político debe ser supervisado desde el exterior.
2.Debido a la multiplicación de los debates, la antigua idea premoderna de una sociedad sin divisiones ya no es posible. Las sociedades modernas están abocadas ineludiblemente al conflicto y la diferencia.
El antecedente de la esfera pública del siglo XVIII es la llamada “República de las Letras”, que era la expresión con la cual se reconocían a sí mismos los miembros de esa asociación internacional de sabios durante el siglo XVII que se caracterizó, a diferencia de lo que había ocurrido en la polis o la antigua república, por el hecho de haberse entendido a sí mismo como autónomos frente a las estructuras institucionales, dando pie de ese modo a una noción de “pueblo” como una entidad independiente de dichas estructuras.
Por supuesto, esta idea de internacionalidad y extrapoliticidad no es nueva. Ejemplos premodernos son la cosmópolis estoica y la Iglesia cristiana. Pero en el caso de la esfera pública lo novedoso es su secularidad radical.
Es muy importante entender que significa “secular” en este contexto. Se refiere a cierto comprensión de la relación entre la humanidad y el tiempo.
La concepción premoderna era que la sociedad se encontraba fundada en algo que trascendía el tiempo meramente humano, la acción común de los seres humanos. Esa trascendencia podía ser una entidad metafísica (Dios, la Eternidad, las Ideas platónicas, etc.) ; o algo ocurrido en el Tiempo inmemorial en el que los «héroes» habían constituido la sociedad. Un tiempo que era ontológicamente diferente al tiempo profano.
Ahora, en cambio, la acción común no necesita de una dimensión trascendente que la legitime. En ese sentido es radicalmente secular.
Lo peculiar de las sociedades seculares, por lo tanto, es que lo que las constituye es la propia acción colectiva. Esto, por supuesto, choca de lleno con la concepción premoderna para la cual, en dependencia de la visión que las personas tenían de sí mismas, sólo resulta inteligible una colectividad en la medida en que ésta es constituida por algo trascendente.
Por lo tanto, eso es justamente lo novedoso de la esfera pública moderna. Se trata de una agencia fundada puramente, exclusivamente, en sus propias acciones colectivas.
Finalmente, para darle otra vuelta de tuerca, veamos lo que diferencia a las concepciones del tiempo en la modernidad y en la premodernidad.
En el segundo caso, el tiempo profano existe en relación con un tiempo superior o primordial. La función de este tiempo superior o primordial es:
1. o bien ofrecer una referencia inmutable, y con ello una cierta unidad a la fragmentariedad y diversidad del tiempo profano
2. y/o permite una recuperación recurrente (litúrgica) de los acontecimientos fundacionales de la agencia (la sociedad colectiva) desplegada en el tiempo profano.
En cambio, la secularización moderna, entendida como rechazo del tiempo superior, y a favor del tiempo puramente profano, precipita una concepción de simultaneidad que sustituye la unidad trascendente (en cierto sentido “causal”), por la mera concurrencia en un punto de la línea del tiempo profano de una diversidad de eventos enteramente desvinculados (el periódico o el informativo es el artefacto moderno que ilustra de mejor modo esta simultaneidad)
En síntesis, la esfera pública es una forma del imaginario social moderno que se caracteriza por ser un espacio extrapolítico, secular y metatópico.