Hoy quiero referirme a la dimensión de la esfera pública. Lo voy a hacer tomando en consideración el actual debate sobre el matrimonio homosexual en Argentina. La batalla política, social y cultural que allí se está librando presenta el siguiente panorama:
1. El Cardenal Bergoglio y otras autoridades de la Iglesia, han declarado que el intento de modificar el código civil es parte de la “guerra contra Dios” que se está librando en la sociedad argentina y en el mundo en general.
2. Algunos sacerdotes “rebeldes”que han adoptado posiciones favorables al matrimonio civil de personas del mismo sexo han sido suspendidas “cautelarmente” de sus oficios y separados de sus comunidades.
3. Hemos visto, además de las manifestaciones a favor de la aprobación de la ley, numerosas marchas en contra de la misma. En la última manifestación frente al Congreso de la Nación abundaban menores, estudiantes de colegios católicos que han optado por dar asueto a nivel nacional a sus estudiantes para promover dichas manifestaciones. Algunos púberes y adolescentes sostenían pancartas del tipo: “Queremos una mamá y un papá”, y otras por el estilo.
4. Hemos asistido a la sorpresiva alianza entre evangelistas y católicos, que han reiterado con empeño los argumentos sobre la función procreadora del matrimonio, categorizando de enfermedades o desviaciones contra natura a las preferencias sexuales homosexuales y abundando en la pretensión de que la modificación de la ley de matrimonio civil igualitario representa una violación por parte del Estado de la obligación de proteger a los menores que ahora podrían ser adoptados por dichas parejas, con el consiguiente peligro de violación o perversión de sus propias tendencias naturales.
5. Se ha citado abundantemente a la ONU, a UNICEF y otras instituciones internacionales. Se han sacado a relucir estudios científicos, en la mayoría de los casos, de dudosa credibilidad.
6. Hemos sido testigo de una sociedad palpablemente prejuiciosa. Los foros de internet ardían al ritmo palpitante de las pasiones que despiertan estas cuestiones en las cuales (creemos) nos jugamos lo más esencial de nuestra identidad, nuestras orientaciones morales fundamentales, nuestros modos de vida más arraigados. Pero también hemos sido testigos de crueldades indecibles, frutos del miedo, del dogmatismo a ultranza y de la incapacidad de un sano raciocionio.
7. Se ha dicho mucho sobre la decadencia moral de nuestra civilización y, en un batiburrillo, se ha puesto a la homosexualidad, el aborto, la inseguridad ciudadana, la corrupción de Estado, el juicio a los militares, el autoritarismo K y el mal gusto de la pareja presidencial en una sóla frase, poniendo en evidencia en este caso el nivel de los argumentos esgrimidos y la “calaña” de quienes los profieren.
Todo esto me ha hecho pensar que es necesario dar un paso hacia atrás (por decirlo de algún modo), con el fin de analizar, no sólo el contenido, sino también el contenedor de todas estas opiniones, argumentaciones, exhabruptos, calamidades e hidalguías. Por ello quiero que hablemos de la esfera pública, de lo que implica participar en la esfera pública, de lo que se espera de nosotros en ella, a qué tenemos que resistirnos, etc.
En lo que sigue, y en los post que iré colgando durante los próximos días, voy a seguir muy de cerca a HABERMAS, Jürgen, Historia y Crítica de la opinión pública (Barcelona: Gustavo Gili, 2004) y a TAYLOR, Charles, Los imaginarios sociales modernos (Barcelona: Paidós, 2004).
Como he dicho, en vista de que el tema es muy amplio y exige un debate pormenorizado, voy a presentarlo en varios post. Lo que puedo adelantar es que tengo la sensación de que es posible abrir un campo de argumentación que nos permita discernir cierta ética comunicacional en lo que se refiere a la participación en la esfera pública. Esta ética podría estar justificada tomando en consideración la naturaleza misma de la esfera pública. Lo cual nos obliga a considera su origen histórico, lo que nos permitirá, por su parte, discernir su naturaleza y función. Por supuesto, el asunto está aun muy verde. Veremos si podemos dar con las palabras y la ordenación adecuada de las ideas.
Más o menos, la reflexión irá por esta vía:
Vamos a comenzar ofreciendo algunas indicaciones acerca de la historia del surgimiento de la esfera pública y algunas clarificaciones respecto a su peculiaridad. En especial, vamos a centrar nuestra atención en lo que implica el hecho de que la esfera pública sea considerada fundamentalmente “extrapolítica” (lo cual en modo alguno significa “apolítica”)
En segundo término, me gustaría explorar la posición eclesiástica en el tema de la homosexualidad a partir de dos ideas que, me parece, muchas veces no se toman suficientemente en cuenta.
1. El hecho de que la institución eclesiástica pertenece, originalmente y estructuralmente, a un orden moral que es ajeno, e incluso opuesto imaginariamente, al orden moral moderno surgido a partir del siglo XVII.
2. El hecho de que la pretensión de participación de la Iglesia en la esfera pública (una dimensión que sólo resulta inteligible en el marco de emergencia del orden moral moderno) se trasluce en su discurso en una tensión inherente que resulta imposible de soslayar y en buena medida, insuperable con el presente imaginario eclesiástico institucional.
En breve, las idealizaciones originales que fundan la sociedad política en lo prepolítico y que la justifican como defensa de ciertos derechos como la libertad son las que están detrás del surgimiento de la dimensión de la esfera pública moderna. Estas idealizaciones ponen en entredicho, justamente, la noción eclesiástica de sociedad y su justificación.
En tercer lugar, quiero saber si es posible, y en qué medida, y de qué modo, sostener un discurso religioso en el marco inmanente que impera en la actualidad, tanto para creyentes como no creyentes, y cuáles son las consecuencias de la asunción de esas mutaciones fundamentales en lo que respecta a la participación del poder eclesiástico en la esfera pública.