Felipe VI
El discurso de Felipe VI le sonó a algunos comentaristas como una decidida y terminante defensa del status quo. Llamó a los líderes independentistas desleales y al desafío catalán lo calificó de inaceptable. No convocó al diálogo, como esperaban muchos. Tal vez, ya no podía hacerlo. Tampoco hizo gestos condescendientes con los millones de catalanes que participaron en el referéndum, quienes fueron reprimidos por las fuerzas de seguridad del Estado, y luego asistieron a las protestas masivas contra la brutal violencia policial a lo largo y ancho de todo el territorio de Catalunya.
El gesto de firmeza, en este caso, parece más un signo de debilidad. Ante el fracaso rotundo de la política nacional, el Rey dio la cara y enfrentó abiertamente el desafío, sacrificando para siempre una minoría importante de la ciudadanía a los confines de su reino. El ataque premeditado a la Constitución de 1978 por parte del independentismo es, al fin de cuentas, un ataque directo a la monarquía: el pretendido significante que enlaza en el imaginado diseño institucional la diversidad de España.
El Reino de España
Siempre he creído que el Rey es la pieza clave del edificio constitucional español, y no un hombre de paja, de escasa o nula relevancia fáctica, como creen muchos. En su discurso, Felipe VI habló de la permanencia del Reino y dibujó imaginariamente un círculo de pertenencia dentro del cual una minoría imposible de ignorar no tiene lugar. Desterrados in extremis al cementerio de la ilegalidad, Catalunya se prepara para conocer la estrategia operativa de la ofensiva del Estado ordenada por el Rey con el fin de restablecer el orden.
La monarquía que hace al Reino de España es la expresión de una aspiración compleja a la unidad indisoluble y la continuidad histórica de un imaginario colectivo. En realidad, ese imaginario, como todo imaginario colectivo, es constitutivamente conflictivo, transitorio, e in-esencial, como lo es la propia Catalunya, que ahora pretende consolidarse como una unidad histórica permanente, dotada de rasgos inherentes, definitorios, esenciales.
La frivolidad que envuelve a la casa real en la prensa rosa, y las huellas de corrupción endémica del entramado político-corporativo en la propia familia real, no es excepcional, sino un signo de época. No debería distraernos de lo importante. El jefe del Estado, pese a su (hasta ahora) aparente inocuidad, es una pieza clave, convertida en blanco de los anhelos de cambio, dormidos desde hace décadas entre los pueblos de España.
El desafío y el orden
El catalanismo independentista parece haber abierto la caja de Pandora. El desafío a la Constitución vigente es un desafío al Jefe de Estado, al monarca que sostiene simbólicamente la construcción democrática, y último garante de su unidad y permanencia. El catalanismo ha vuelto a convertir en actual el republicanismo peninsular y las objeciones históricas a la autoridad del régimen monárquico-constitucional del 78.
Las críticas aunadas del independentismo a dicho orden, junto con las rotundas críticas republicanas de los representantes de la izquierda española, comienzan a consolidar un proceso de impugnación de la investidura. Lejos queda la condescendencia de Pablo Iglesia con la monarquía que le valió las críticas de muchos republicanos hace algunos años. El propio Rey, forzado por la negligencia notoria de los políticos al mando, ha estado obligado a servirse él mismo en bandeja como blanco de la crítica al visibilizarse del modo en que lo hizo.
El gobierno del Partido Popular acabó legitimando internacionalmente lo que era ilegal de acuerdo a la normativa constitucional vigente al defender de forma acérrima y desproporcionada el status quo. Por su parte, en su comparecencia televisiva, el Rey apareció desnudo, exponiéndose de cuerpo entero, debilitado en su investidura al renunciar al diálogo y exigir medidas excepcionales para resolver el conflicto.
Siendo una «cuestión de vida o muerte» para los actores en pugna, las perspectivas para la población son desconsoladoras. Hay que mirar con mejores ojos los esfuerzos de Unidos Podemos y otras fuerzas políticas alternativas por encontrar una salida dialogada a la violencia y el sufrimiento que se asoman en el horizonte del futuro inmediato.
Mientra tanto, en la Eurocámara…
quedó al descubierto la relativa debilidad del relato independentista en el marco de la narrativa de legitimación europea: el «estado de derecho,» se repitió una y otra vez, es un límite infranqueable de la Unión. Las críticas a la operación y represión policial fueron reiteradas y duras, pero el énfasis en las conclusiones estuvo puesto en la ilegalidad de una hipotética declaración unilateral de independencia y el origen inconstitucional del referéndum convocado.
Europa exige al gobierno español un tratamiento proporcional frente al desafío cesionista. La operación policial fue, decididamente, desafortunada, torpe y merece una comisión de investigación que deslinde responsabilidades pero, dicho esto, acaba conminando al gobierno catalán a abstenerse de una declaración unilateral, invitándolo a restablecer el diálogo con Madrid en el seno y pleno cumplimiento del estado de derecho.