.El problema central de la política argentina en este momento es que el debate gira de manera desencaminada y casi exclusivamente alrededor de cuatro cuestiones:
- El carácter regresivo del modelo distributivo (los pobres hacen más ricos a los hiper-ricos).
- El carácter represivo del modelo institucional (lo cual incluye, no solo la represión de la protesta social, sino también la persecución de los opositores políticos y el escarnio jurídico-mediático).
- La corrupción sistémica que afecta al entramado funcionarial de Cambiemos, con vinculaciones con los intereses corporativos que suponen mucho más que meros “conflictos de intereses”.
- El exponencial reendeudamiento del Estado argentino, acompañado de una masiva fuga de capitales, el exorbitante déficit fiscal y el preocupante desequilibrio de la balanza comercial.
Estos cuatro temas, que a la opinión pública aparecen como los más importantes de la agenda de discusión, son en realidad exclusivamente sintomáticos. El acento debería estar puesto en otro sitio, la raíz última de los problemas que enfrentamos: el proyecto político que encarna el macrismo.
Eso no significa que estos temas no sean importantes. Obviamente, la preocupación que suscitan está plenamente justificada: la gente no llega a fin de mes, hay asesinatos a sangre fría cometidos por la fuerza de seguridad, cada día se descubre un nuevo caso multimillonario de corrupción, y el porcentaje del presupuesto dedicado al pago de los intereses de la deuda es cada día más abultado. Sin embargo, ni la pobreza y la indigencia, ni la represión, ni la corrupción, ni el reendeudamiento, por sí mismos, deberían entenderse como «pruebas suficientes» para condenar al gobierno de Macri o, para el caso, cualquier otro gobierno. Una guerra, una catástrofe medioambiental, un desastre financiero, podrían hacer comprensibles en parte esta situación.
Por lo tanto, visto el síntoma, tenemos que ir a buscar el problema en otro sitio. Para ello comenzaría preguntándome: ¿Qué proyecto de país nos ofrece Cambiemos? Es cierto, llegó a la presidencia insistiendo en estos tres asuntos (más bienestar, más seguridad y orden público, y más transparencia), y efectivamente, en ningún caso cumplió con lo prometido, e incluso ha empeorado estas áreas notoriamente. No obstante, repito, esta no parece ser la cuestión de fondo.
Y continuaría preguntándome: ¿Qué Argentina nos propone el macrismo que imaginemos? ¿Cómo sería un país en el que los objetivos del macrismo se lograran? ¿Qué tipo de sociedad y qué tipo de relaciones políticas tendríamos los argentinos entre nosotros? ¿Qué tipo de gente nos propone que seamos? ¿Qué clase de compromisos sociales y a qué tipo de proyectos globales pretende que nos sumemos?
¿Qué tipo de mujeres y de hombres habitarán el ideal mundo macrista? ¿Cómo se educará un niño argentino modelado en la utópica macrilandia del futuro prometido? ¿Acabará como Esteban Bullrich, el ministro de educación ilustrado? ¿Queremos que nuestros hijos hablen como Peña? ¿Qué traten a sus empleadas como Triaca? ¿Cómo queremos hablar los argentinos? ¿Cuáles serán nuestras diversiones? ¿A qué seremos fieles? A la patria no parece el caso. ¿»A Boca» – como dijo el presidente?
¿Cuál será la definición de la justicia y del bien que promoverá la hipotética república macrista? ¿Qué haremos con la crueldad, por ejemplo? ¿Condecorarla? ¿Con los derechos humanos? ¿Mofarnos de ellos? ¿Con la justicia social? ¿Dibujarla?
¿Nos gusta de verdad una política hecha a golpes de coaching y encuestas telefónicas? ¿Somos tan burros los argentinos? ¿Queremos ser como nuestros periodistas estrella, como Lanata, Longobardi o Leuco? ¿Ese es el modelo de honestidad periodística a la que aspiramos? ¿Queremos que todo el mundo se reduzca a lo que encontramos en las páginas de los diarios Clarín y La Nación y lo que nos dicen las radios y programas televisivos del «monopolio»? ¿Qué tipo de inteligencia admiramos? ¿La «chabacana inteligencia» de los comunicadores que nos propone la «política-entretenimiento» que alienta el gobierno con sus tertulianas y tertulianos de moda?
Esta es la utópica república que nos propone Cambiemos, una república gobernada por la tecnocracia de la comunicación y otras delicias de la asesoría política.
Prestemos atención a los modelos que tienen para ofrecernos.
Una imagen del «mejor equipo de los últimos 50 años» reunido en Chapadmalal dice más que mil palabras: ¿Queremos de verdad que nuestro gobierno haga “retiros espirituales”? ¿No nos da un poco de vergüenza? ¿Es razonable tener a una Ministra de Seguridad como Bullrich? ¿A un CEO como Aranguren en energía? ¿A un propietario y asesor de fondos buitres como representante de nuestras finanzas? ¿Queremos ser un país de idiotas? ¿De verdad, estos son los líderes políticos, los ejemplos ciudadanos que, esperamos, nos conducirán de regreso a Ítaca?
La oposición al Frente Cambiemos, a horas de una marcha de protesta que promete ser multitudinaria, tiene que empezar a pensar si se conforma con jugar con las reglas de juego que nos impone el “modelo Durán Barba”, que consiste en reducir la política a la promesa del mal menor, o si de una buena vez por todas se atreve a permitirnos que imaginemos otra cosa. Eso significa que como pueblo nos reapropiemos de los restos de las tradiciones utópicas y rebeldes que aun corren por nuestras venas, para imaginar otra cosa: una sociedad buena y justa.
La distopía macrista exigió el sacrificio de los más vulnerables y las clases medias para hacer más ricos a los super-ricos. La utopía de una sociedad buena y justa, por supuesto, también exige sacrificios. La oposición al Frente Cambiemos tiene que ser clara y explicitar sin ambigüedades quienes pagarán los platos rotos, y pelearles la batalla para iniciar un nuevo ciclo de gobiernos al servicio de los intereses populares.