La neolengua

-Tú no aprecias la neolengua en lo que vale –dijo Syme con tristeza-. Incluso cuando escribes sigues pensando en la antigua lengua. He leído algunas de las cosas que has escrito para el Times. Son bastante buenas, pero no pasan de ser traducciones. En el fondo de tu corazón prefieres el viejo idioma con toda su vaguedad y sus inútiles matices de significado. No sientes la belleza de la destrucción de las palabras. ¿No sabes que la neolengua es el único idioma del mundo cuyo vocabulario disminuye cada día?

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-¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? Al final, acabaremos haciendo imposible todo crimen del pensamiento. En efecto, ¿Cómo puede haber crimental si cada concepto se expresa claramente con una sola palabra, una palabra cuyo significado esté decidido rigurosamente y con todos sus significados secundarios eliminados y olvidados para siempre?
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Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño.
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La revolución será completa cuando la lengua sea perfecta.

ORWEL, George, 1984, Barcelona: Editorial destino, 2005.

Las extensas citas que encabezan la edición del día han sido utilizadas para todo tipo de cosas. Yo haré uso de ellas para dar otra vuelta de tuerca a una idea que todos compartimos. Se trata de volver a pensar la necesidad que sentimos de hacer el mundo «simple», y hacerlo simple para hacerlo disponible.

En el Génesis se nos dice que el dominio sobre el mundo por parte del hombre comienza cuando éste le da nombre a las cosas: «Este es el sol, esta es la luna, y esos son los animales a los que darás nombre y sobre los que señorearás». El dominio, como se anuncia en el Génesis, comienza con el dar nombre a los objetos.

Confucio ofreció su propia interpretación de la decadencia del Imperio en el cual le tocó vivir: «la equivocidad de los vocablos y la confusión de los roles.»

Los medios de comunicación son un ejemplo cotidiano del concertado empeño por confundir para triunfar, vender, dar prestigio infundado y difamar gratuitamente.

Siendo este asunto tan mentado por todos, quería traer a colación otro aspecto de esta guerra de significados que ha hecho imposible el diálogo fructífero entre las facciones en pugna en nuestras sociedades. Esta vez, la imposibilidad del diálogo se debe en buena medida a la convicción de todos de que lo único que cuenta es el dinero, el beneficio propio. Puede que la razón que subyace a esta convicción sea que el único lenguaje que todos compartimos es el del dinero

No creo que esto sea cierto. La gente no se mueve únicamente por el ‘vil metal’. Hay otras cosas importantes en nuestras vidas: el honor, el amor, la paz, el goce estético, la compasión, el anhelo de conocimiento, la justicia, la benevolencia universal.

La dificultad, en todo caso, es ofrecer relatos, narraciones, articulaciones, que nos movilicen comunitariamente a lograr los bienes a los que aspiramos.

Para ello hay que resistir la neolengua, aquella que ha convertido nuestro horizontes moral en un espacio monocromático y desértico, ese lenguaje aprendido para facilitar la inserción laboral y el desempeño burocrático en las grandes corporaciones donde la neolengua impera y desde donde se exporta a todas las dimensiones planetarias.

La neolengua simplifica el universo en términos de crecimiento a través de la maximización de beneficios, una especie de hiper-Bien que reina en las alturas de nuestro firmamento ético post-moderno.

Todo debe ser sacrificado para su logro: individuos, familias, naciones, ecosistemas, el propio planeta es únicamente un instrumento para la actualización de la fe de estos profetas, que como bien muestran muchas películas de ciencia ficción, están listos para instalar sus colonias en otros escenarios no contaminados una vez que nuestra tierra haya caído en la perdición absoluta, para continuar su aventura de poder.

La neolengua nos ha convencido que el arte, la literatura, el yoga, la justicia, la benevolencia universal, incluso la oración y la meditación, son ornamentos de una vida exitosa en los negocios.

Ha convertido estos objetos en valiosas imágenes para endilgar a nuestros productos, sacando provecho de los anhelos inarticulados de una población embrutecida por la propia neolengua, que acaba descreyendo de todo, excepto del dinero… el dinero que es, al fin de cuenta, la única realidad, la última realidad, frente a la cual parecen hacer silencio todas las conciencias.

La neolengua ha reducido nuestro inmenso y variado mundo donde aun hay cumbres impolutas y profundidades inexploradas, a las variaciones de los índices bursátiles y los datos macroeconómicos.

La neolengua mide la política en términos de inversión extranjera y tasas inflacionarias, déficit y política fiscal.

Sin embargo, los grandes pueblos, como los grandes hombres y mujeres de la historia, han sabido resistir los más grandes desafíos, no gracias a las cifras de sus cuentas bancarias, sino a las convicciones descubiertas e inventadas en sus narraciones de búsqueda de identidad y sentido.

Habiendo visto esto con claridad, uno se pregunta, ¿qué hacer con aquellos que insisten en rechazar toda ideología en nombre de la gran ideología del fin de las ideología que es la neolengua?

¿Qué hacer con aquellos que a un mismo tiempo nos confunden con la multiplicación de las palabras cruzadas de antónimos y sinónimos barajados a su gusto e interés, y al mismo tiempo nos obligan a pensar con la lengua perfecta del único valor y el único criterio?