Nos enteramos que el presidente Obama va a tener algunos problemas (reales o dramatizados) con la banca en vista a su decisión de efectivizar parte de la regulación prometida durante su campaña. Dicen que dicen que le espera un afiebrado combate con los poderosos del sector financiero que no quieren que dichas políticas se expandan a la comunidad europea.
Mientras tanto, la prensa internacional ha puesto un grito al cielo para defender el derecho a la libertad de expresión en países como Venezuela y Bolivia. Lo que se pone en entredicho es la legitimidad de los gobiernos democráticos a implementar códigos reguladores que pongan coto a ciertas prácticas informativas desestabilizadoras en manos de los poderes corporativos que ponen en jaque la soberanía popular.
Puede que resulte extraños a algunos que equiparemos estas dos circunstancias. Quienes se extrañan tienen, cuanto menos, una muy breve memoria histórica. A modo de ilustración, recordemos que la primera guerra de Irak se caracterizó, entre otras cosas, por la importancia que concedió la Administración Bush a eliminar de las pantallas de sus conciudadanos cualquier referencia explícita a la muerte de sus propios soldados. Hasta hace bien poco, la prensa norteamericana había aceptado obedientemente la consigna de no mostrar los cadáveres de los soldados llegados a territorio estadounidense a fin de minimizar el derrotismo de la nación.
Otro dato interesante es el que nos regaló Donald Rumsfeld cuando promocionaba su “guerra contra el terror”. Descarado, el poderoso personaje ofreció a los periodistas e intelectuales del mundo importantes recompensas pecuniarias por sus esfuerzos por mejorar la imagen esdaounidense en el mundo.
En vista de esto, no nos queda más remedio que reconocer que el terreno donde debatimos la cuestión de la llamada libertad de expresión se encuentra muy embarrado. Las denuncias sobre el depotismo blando (y no tan blando) de las democracias occidentales es tan antiguo como Tocqueville. Por lo tanto, blandir un principio abstracto a la cara de nuestros contrincantes políticos resulta absurdo si lo que deseamos es alcanzar algún acuerdo en torno a las situaciones que nos incumben.
Recordemos que hace bien poco se produjo un golpe de estado en Honduras. Que pese a las muchas apariencias de indignación, la comunidad internacional acabó aceptando y promoviendo el status quo. Nadie piensa en invadir Honduras para reestablecer a su legitimo presidente e investigar la violación de derechos humanos. Recordemos que desde la clausura de la base militar en Ecuador, que siguió al ataque perpretado por el ejercito Colombiano, se han instalado y reforzado en Latinoamérica 12 bases militares que amenazan a Venezuela. Recordemos que el congreso de los EEUU ha otorgado más de 100 millones de dólares a grupos opositores del gobierno de Chávez para financiar sus actividades antigubernamentales (imaginemos que el gobierno iraquí ofrece a sus organizaciones 100 millones de dólares para financiar campañas en los EEUU en contra de la política antiterrorista del gobierno de turno).
Una actitud crítica necesita de un doble movimiento:
1.Lo primero es generar una suerte de “extrañamiento” ante el mundo en que vivimos. Eso significa que enfrentamos las circunstancias históricas que nos tocan vivir con ingenuidad, haciendo preguntas incómodas, preguntas similares a las que realizan los niños cuando se enfrentan a las contradicciones de sus padres.
2.Una vez hemos puesto en evidencia dichas contradicciones, volvemos a la realidad en posesión de una mirada renovada, que nos permita pensar el mundo por nosotros mismos.
Con respecto a la banca y la prensa. Puede que en otros momentos históricos fuera extremadamente importante proteger a la opinión pública, protegiendo los medios de comunicación (periodiquitos de muy baja circulación, por ejemplo) que tenían a su disposición para enfrentarse al poder soberano del rey o al poder burocrático-estatal militarizado. Pero las circunstancias han cambiado.
Las grandes corporaciones mediáticas no sólo se encuentran plenamente comprometidas con intereses que no nos conciernen como ciudadanos de a pie, sino que ellas mismas resultan el principal peligro para la libertad de expresión. En buena medida, parte del deterioro de las democracias occidentales tienen en su raíz el modo en el cual el capital ha colonizado, como diría Habermas, el mundo de la vida y acampado sobre el sistema burocrático-estatal.
1.¿A quiénes representan estas corporaciones mediáticas? No a la verdad, tan desprestigiada, la pobre, después de décadas de postmodernismo emancipador/silenciador.
2.Después de la crisis y el saqueo de los fondos públicos, acompañado del consabido costo social, ¿qué legitimidad tiene la demanda de los bancos financistas a exigir que el Estado contenga sus ánimos regulatorios ahora (dicen) que la crisis de crecimiento ha comenzado a menguar (lo cual no quiere decir que la crisis social que vive el planeta esté a la vista de desaparecer, sino todo lo contrario)?
Ofrezcámosle al mundo la mirada ingenua que se merece, y volvamos renovados para enfrentar estas preguntas.