La segunda tierra

La esterilidad de algunos intelectuales europeos

En los últimos días son muchos los intelectuales europeos que se han apurado a dar su veredicto sobre las potenciales consecuencias de la pandemia para el orden vigente. La prensa escrita publica, junto con los datos de muertes y contagios, y las notas de color para animar el confinamiento de la población, las sesudas interpretaciones de moralistas y filósofos políticos que, sumándose al coro pesimista de los economistas y los empresarios que representan la opinión del establishment, afirman su certeza de que  la pandemia no cambiará nada. O para decirlo de mejor manera: que nada cambiará después de la pandemia. Sabiendo, como sabemos, que la filosofía no tiene funciones predictivas, este tipo de afirmaciones no dejan de ser lo que son: articulaciones ideológicas de inclinación conservadora con un claro sesgo de clase.

Cuando se analizan las razones de fondo de estas opiniones, cuando se las despoja de las florituras acostumbras que suelen utilizarse, estas pueden resumirse en dos palabras: «el ser y la nada».

El ser es la totalidad del orden vigente capitalista. La nada es su hipotética exterioridad. Para la mayoría de estos intelectuales, esta exterioridad es, sencillamente, imposible. Como dice el filósofo argentino Enrique Dussel, para el griego Parménides, el ser es, y el no ser no es. El ser es lo griego, y el no ser es la exterioridad de la civilización griega: lo bárbaro.

Esta imagen de «imposibilidad» en la que están cautivos la mayor parte de los intelectuales europeos se ha intentado explicar de diversas maneras desde la propia tradición, pero en todos los casos, la esterilidad teórica y las limitaciones que muestra la praxis política, parecen estar relacionados con el carácter obsoleto de los instrumentos mismos de la filosofía europea en el momento actual, que no puede superar el pesimismo que embarga a una civilización agónica.

La posición del coreano-alemán Byung-Chul Han es ilustrativa en este sentido. Frente a la pandemia, el filósofo de moda se limita a contrastar al liberalismo europeo con el autoritarismo asiático, y a advertir sobre los peligros que supone el confinamiento obligado de la población para «el regreso de una sociedad disciplinaria». La reflexión es pobre, y el modo de bosquejar los imaginarios culturales contrastados, un resabio de esa larga tradición colonial e imperial europea que practicaron misioneros y antropólogos en el pasado, y que aún practican los enviados del FMI o el Banco Mundial en sus misiones.

Ahora bien, si indagamos más profundamente, lo que nos encontramos son las limitaciones de un pensamiento atrapado en una ontología del ser para la cual, como decíamos más arriba, la alteridad solo puede ser la nada.

Sin embargo, el otro (la nada, lo bárbaro) del ser (liberal occidental) no es el autoritarismo asiático. Este último comparte con el liberalismo europeo, como ya señaló en alguna ocasión Slavoj Žižek, el trasfondo imaginario y fundamento no-civilizacional del capitalismo, límite absoluto que subsume toda cultura de Oriente u Occidente. 

Por consiguiente, el otro (la nada, lo bárbaro) del ser (que incluye a ambos, el ente liberal occidental y el ente autoritario asiático) es la exterioridad imaginaria que anhela el oprimido y el excluido del orden vigente, es decir, lo otro del capitalismo en cualquiera de sus versiones.

Los dos derechos

En una nota anterior me referí a los dos derechos. El derecho de los dominadores (defendido por su cohorte de intelectuales cómplices y comunicadores serviles), y el derecho de los dominados.

La ley del dominador tiene un único objetivo: proteger la apropiación privada por parte de los dominadores de lo que es común. En cambio, el derecho de los dominados tiene por objeto proteger la vida y garantizar las condiciones de posibilidad para el cumplimiento de la plenitud de la vida de todos.

La ley de los dominadores es la ley vigente. La ley de los dominados es la imaginada por aquellos que quieren ser libres de la dominación. Es una ley aún no formulada, utópica.

Entre el orden vigente de los dominadores y el orden utópico de las futuras mujeres y hombres libres que hoy son dominados hay un tránsito que es como el que emprendieron a través del desierto los judíos guiados por Moisés para alcanzar la tierra prometida.

Los intelectuales cómplices y los comunicadores serviles creen que los dominados solo pueden ser esclavos y se indignan ante su pretensión de libertad. La indignación es comprensible, porque, en la revuelta de los dominados, la moral dominadora queda desnudada y peligra su legitimidad ante la masa disciplinada a la que Han tanto teme, sin darse cuenta que esa sociedad disciplinada es ya en la que vive, una sociedad en la que al látigo cotidiano del amo, como señala David Harvey, le acompaña la ley del «consumo compensatorio», reduciendo de este modo a la «democracia europea» a un hábil mecanismo de «palo y zanahoria».

La segunda tierra

En su Ética, el filósofo latinoamericano Enrique Dussel ilustra este tránsito entre el orden impuesto de los dominadores hacia el orden creado por los dominados (ahora liberados) como el pasaje entre dos tierras.

La metáfora mítica con la cual ilustra este pasaje, como hemos visto, es la del Éxodo bíblico: el pueblo esclavizado se rebela, desobedece la ley injusta, se lanza al desierto en busca de la tierra prometida, cruza el río Jordán, y crea una nueva ley basada en su praxis de la liberación y la fraternidad.

En nuestro caso, el punto de partida es la vida esclavizada, oprimida, explotada e incluso negada. El punto de llegada es la vida humana protegida y promocionada. Si seguimos la distinción destacada por Agamben, y tantas veces mentadas en estos días, el punto de partida es z, la mera vida biológica, el mero dato genético, el mero recurso-vida, el trabajo vivo, la vida subsumida bajo los designios del capital. El punto de llegada es bios, la vida humana sustantiva, la vida humana reconocida como condición de posibilidad de la igualdad y la libertad, del amor y la justicia, la vida humana entendida en fraternidad.

Es esa segunda tierra hacia donde nos dirigimos. No sabemos qué harán los otros. No sabemos si el sufrimiento de las guerras imperialistas que sus élites aun promueven; si la indiferencia despreciable de sus dirigentes
ante los desamparados que se aproximan a sus costas; si la desprotección creciente a la que someten los gobiernos a sus propias poblaciones vulnerables para garantizar la acumulación y la ganancia infinita; si el desprecio a la fraternidad que ha dejado patente la pandemia; si todas estas y muchas otras aberraciones moverán la consciencia de los ciudadanos y los empujará a la lucha por «otro mundo posible». Lo cierto es que nada está decidido de antemano.

Por consiguiente, esta es mi respuesta a los filósofos «acomodados» (en su doble acepción) que anuncian que las cadenas de esclavitud no pueden romperse: la filosofía no manufactura predicciones para el agrado del establishment de turno. Y a mis lectores, les recuerdo la consigna que nos enseñó Marx: «interpretamos el mundo para transformarlo».