La transvaloración de los valores: apuntes sobre Obama, el feminismo y la ‘refundación del capitalismo’.

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Hubo una época en que un hombre negro sentía vergüenza de su origen. Su origen estaba reflejado en el color de su piel. Un buen día el hombre negro comprendió que era absurdo sentirse avergonzado por ello. Se miró en el espejo y comprendió que no había razón alguna para sentirse de ese modo. Sin embargo, tuvo que luchar para superar las voces interiores que una y otra vez le tildaban de inferior debido a un largo pasado de sometimiento y opresión; y la perversa actitud de sus conciudadanos blancos que intentaban mantenerlo atado a un pasado de humillación. Un buen día, comprendió que ciertas características que se le adscribían a su raza y que habían sido objeto de mofa por parte de los blancos, como su tosudez, podían al fin y al cabo resultar una virtud. Ahora su tosudez es el signo de su tenacidad y fortaleza.

Durante un tiempo, las voces interiores continuaron menoscabando al hombre, pero con disciplina y esa misma tenacidad que antaño había sido su vergüenza, el hombre fue deshaciendo las viejas interpretaciones por otras nuevas, hasta convertir el chismorreo mental referido a su insuficiencia en un murmullo prácticamente inaudible. El hombre negro había dejado de ser quien había sido para convertirse en otra cosa. ¿Dónde había quedado el esclavo, el sirviente, el humano prescindible y criminal que habían retratado otras generaciones respecto de su raza?

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Una mujer llega a su nuevo trabajo. En cuanto entra en la oficina uno de los empleados le recorre el cuerpo con los ojos desnudándola, y cuando pasa a su lado le susurra: ¡guapa! En su mesa de trabajo encuentra flores. Suena el intercomunicador: la llama su jefe. Cuando entra comprende que a él le gusta. Hay sonrisas, miradas que van y vienen. Él esta casado y ella no sabe muy bien lo que siente. Por momentos parece halagada por las atenciones que todos le brindan, pero es asfixiante lidiar cada día con los roces y las insinuaciones. Pero qué hacer, los hombres son así. Les gustan las mujeres y les gusta decir cosas y jugar a la seducción.
Un buen día la mujer regresa a casa y empieza a preguntarse por qué razón ocupa el lugar que ocupa en la oficina, el centro de empalagosas insinuaciones sexuales sin término. Esta cansada, y siente que desea ser libre de esas miradas. Ya no le halagan los piropos. Por el contrario, se siente maltratada y disminuida por ello. Esta cansada de su propia sonrisa. Lo que al comienzo resultaba agradable ahora se ha convertido en una ofensa. Decide que el lugar del trabajo debe estar libre de ese acoso continuo, que ella no va a la oficina a mostrar su cuerpo y servir como entretenimiento a sus compañeros masculinos. Además, se ha dado cuenta que su sueldo apenas llega a la mitad del que cobran sus compañeros del mismo escalafón, pese a que ha quedado demostrado en más de una ocasión que es más eficiente y responsable que ellos.
Ahora sabe que aquellas características propias de su género, que durante años fueron tratadas como obstáculos, ahora pueden ser consideradas virtudes para la labor que desempeña.

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Los dos ejemplos anteriores son procesos de transvaloración.
En el primer caso, la interpretación que un hombre de color hacía de sí mismo, fruto de una larga historia de sometimiento, es progresivamente trastocada y superada por medio de una re-descripción de su identidad. Eso trajo consigo un cambio radical de dicha identidad. Ese hombre (que son siempre muchos hombres) a través de una serie de luchas y sacrificios indecibles, generación tras generación, es considerado un igual por sus conciudadanos blancos. Como he dicho, no es el logro de un hombre en solitario, sino el resultado de un largo proceso de transformación, re-articulación y re-descripción de una comunidad racial. El hombre, esos hombres, han realizado una transvaloración de los valores que ha afectado a la comunidad en su conjunto.
En el segundo ejemplo, la mujer educada en la complacencia y la sumisión, toma conciencia del lugar secundario que ocupa y la absurda situación cotidiana de acoso que tiene que enfrentar. Re-interpreta las prácticas habituales del lugar de trabajo donde era objeto continuo de atención sexual de sus compañeros y jefes. Ahora dichas prácticas son tratadas como abusos. Esta mujer (que siempre son muchas mujeres) ha transformado su identidad por medio de una transvaloración.

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¿Qué puede significar ‘refundar’ el capitalismo?
El liberalismo político y el libre mercado, acompañados de una filosofía utilitarista, una visión instrumentalista del mundo y una moral de pretendida benevolencia universal, prometió hacer el mundo más libre y más justo. Prometió democracia para todos, aunque fuera a fuerza de fusil, y ofreció razones para creer en una epopeya de prosperidad continuada y exponencial.
Las promesas vinieron acompañadas, como toda ideología que se precie, de una exigencia de sacrificio. El progreso de mañana, necesita de nuestras sufrimientos y austeridades de hoy. De ese modo se impuso a generaciones enteras, a pueblos enteros de la tierra, recetas de expropiación y miseria en pos de un futuro que nunca ocurrió.
Hemos llegado al siglo XXI con serios problemas: por un lado, los problemas ecológicos y alimentarios; por otro, profundas tensiones internacionales y violencia debido, en su mayor parte, a la arrogante voracidad del capital y la fuerza bruta; finalmente, con signos evidentes de deterioro en las conquistas sociales y políticas surgidas en occidente, no por la propia inercia capitalista, sino debido a las luchas sociales y políticas de los grupos sindicales y los movimientos sociales que obligaron a hacer concesiones a los poderes fácticos de la sociedad.
La soberanía popular es pisoteada diariamente o distorsionada por el aparato mediático.
Esto ha ocasionado una radicalización de los fenómenos de atomización social y de alienación que esto conlleva; y un abandono progresivo de la cosa pública en las sociedades democráticas occidentales cuyos ciudadanos observan como espectadores incrédulos los aspavientos de políticos y empresarios en sus disputas por el asalto al poder.
¿Significa ‘refundar’ el capitalismo dar continuidad al fracasado modelo?
Quienes se empeñan en ello son como esos ‘buenos’ blancos de antaño que fueron pragmáticos a la hora de conceder derechos a sus antiguos esclavos, pero que en secreto hubieran mandado a asesinar al amante negro de su hija; o como esos hombres (y también mujeres) que tildan de histérica a una mujer que mira con sorna a quien le lanza un piropo meloso fuera de lugar.

¿’Refundar el capitalismo’?
Para ello habrá que renovar las nociones de justicia social; reescribir las definiciones liberales de propiedad, libertad y democracia; volver a articular lo público; y pensar la naturaleza desde nuestras capacidades de ‘serenidad’ y no desde nuestra habilidad instrumental.
Para entonces, habremos refundado nuestras sociedades, pero la palabra ‘capitalismo’ habrá pasado a la historia, porque eso que han dado en llamar ‘capitalismo ético’, en el cual ahora pretenden hacernos creer, es un contrasentido en sus términos.