Libertad, igualdad y fraternidad

Recordemos alguna instancia en nuestras vidas en la cual hayamos estado en un dilema moral del siguiente tipo: En nuestro horizonte de valores, concedemos una enorme importancia a los logros de autoexpresión y triunfo personal. Eso significa que dedicamos muchas horas y esfuerzos al logro de nuestro éxito profesional o artístico. Al mismo tiempo, en ese mismo horizonte de significación, consideramos de enorme importancia nuestras relaciones íntimas, familiares y sociales.

Un buen día, nuestro trabajo profesional se ve amenazado por las demandas de nuestra pareja, nuestros hijos o amigos. Parece que no dedicamos suficiente tiempo a nuestros allegados, que reservamos toda nuestra energía a nuestro trabajo y los mantenemos a distancia ofreciéndoles migajas de nuestra atención.
Las razones pueden ser variadas. Lo cierto es que el momento nos exige hacer frente a un desafío profesional o artístico determinado, y no podemos evitar nuestra concertada atención en estos asuntos. Intentamos explicar a nuestros amigos y familiares que no es que no los valoremos, pero es algo que ‘debemos’ hacer, que tengan paciencia y que no interpreten nuestra desatención como falta de cariño o interés.
¿Qué significa en este caso ese ‘debemos’? En principio, que hemos tomado una decisión respecto una cuestión importante de nuestro dilema moral. Nuestro horizonte o perspectiva moral nos presentaba con dos bienes fuertes a los que nos adheríamos sin dificultad: nuestros logros profesionales, individuales; y los bienes que están unidos al compartir y alimentar nuestros lazos sociales y comunitarios. En el caso que nos concierne, el ‘debemos’ implica el jerarquizar uno de esos bienes sobre el otro, en un momento o circunstancia particular, es decir, prudencialmente, o como regla o axioma permanente de nuestra vida.
Lo importante, en todo caso, es que los dos bienes son considerados bienes, y que en la elección de un extremo, sabemos que estamos faltando al otro. La elección del bien del logro profesional, conlleva necesariamente, el alejamiento de otro bien también valioso, que es el de la convivencia y atención familiar y social.
La persona que vive ese dilema, lo articula y reconoce, no es capaz de resolver el problema, pero su existencia esta marcada por cierta humildad intelectual y emocional que no tiene quien se encuentra abotagado por el fanatismo.
El fanático, para darse ánimos y fuerzas, prefiere negar valor al bien ‘menor’ relativo. Si su elección es que debe realizar su trabajo, sea como fuere, lo dice acompañando su decisión con frases desdeñosas respecto al bien de la convivencia familiar. Se mofa de ella, o argumenta su falta de coherencia o su nimiedad.
Lo contrario sería reconocer: Es cierto, lograré mi objetivo profesional, pero eso implica que he perdido ocasión de estar con mis hijos. O para el caso, lo contrario: He dedicado muchas horas cuidando a mis hijos, pero no he podido realizar una carrera profesional. O también, he dedicado mi tiempo al cuidado de los hijos, y a la profesión, y no he logrado hacer ninguna de las dos plenamente. Cualquiera sea nuestra elección, siempre hay una perdida.
Esto en lo que respecta a la ética individual. Pasemos al ámbito político.
Tres bienes fundamentales: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Los fanáticos se mueven en los extremos. Los neo-liberales de cuño, se ríen de los bienes de la igualdad, los consideran engendros o como mucho los conceden como caridades estratégicas para salvar los obstáculos, como un padre desatento ofrece dinero a sus hijos para que lo dejen en paz con sus asuntos. Del otro lado, en su época que no es la nuestra en modo alguno, los comunistas inspirados en similares aunque contrapuestas ideologías, se reían de la libertad burguesa y la condenaban como decadente.
La dialéctica Libertad-Igualdad esta esperando una superación. Puede que un primer atisbo lo encontremos en el tercero en discordia: la Fraternidad.
La libertad sin igualdad es una perdida absoluta. Sólo queda el individuo desvinculado, en un mundo que se ha convertido en un destierro poblado de amenazas. La gente se encierra en sus casas, y los beneficios se los llevan las empresas de seguridad.
La igualdad sin libertad es un consuelo vacío.
La fraternidad implica un reconocimiento íntimo de nuestra finitud, de nuestra soledad con los otros. No hay solución final, pero hay un compartir nuestros destinos emparentados y disímiles.