Lo imposible

El shock

Estas últimas semanas han sido, para muchísimos argentinos, un «shock», en el sentido político que le dio al término la periodista canadiense Naomi Klein.
Primero fue la sorpresa del fracaso electoral del FpV en la primera vuelta.
A continuación, el balotaje que trajo consigo el triunfo de Cambiemos, aunque barajada la derrota desde la primera convocatoria electoral, fue experimentada por quienes apoyaron al kirchnerismo como un mal sueño (para no decir una pesadilla).

Luego vinieron, (1) la despedida de Cristina, que regaló a una parte de la ciudadanía algunas horas de consuelo y esperanza. A otros la presencia de la entonces mandataria les produjo el resquemor habitual, la rabia y el asco reiterado con fruición durante los últimos años.
Después, (2) vino la asunción presidencial, enmarcada en una pugna escandalosa que opaco el traspaso simbólico en la Casa de Gobierno, la presidencia fugaz de Pinedo (quien asumió interinamente a través de una cautelar y una orden judicial).
La siguiente escena trajo las primeras palabras y gestos del nuevo presidente. Sus seguidores interpretaron las mismas como el comienzo de un nuevo ciclo político en la Argentina, marcado por la esperanza de un consenso cordial entre su simétrica participación electoral. Para otros, la cínica manifestación de la derecha tradicional aggiornada a la medida de la posmodernidad.
Luego empezó la danza de los anuncios.
Primero fue el descubrimiento del famoso «equipo» del Ingeniero Macri, quien fue generoso a la hora de repartir los diversos estamentos del Estado entre los representantes de las grandes multinacionales, sazonando su gabinete con figuras polémicas en el ámbito de la cultura. Recordemos que todos estos nombres se mantuvieron en secreto durante la campaña para no crear suspicacia entre los votantes
Las primeras medidas apuntaron a la línea de flotación de la resistencia popular: los ataques fueron dirigidos sin miramientos a blindar los poderes en los que el macrismo juega con holgada ventaja: la justicia y la corporación mediática (ambos poderes «impermeables» a la voluntad democrática).
Los nombramientos a dedo de dos jueces de la corte (pese a la estridente crítica de propios y ajenos), acompañado de presiones a la Procuradora General del Estado, Gils Carbó. La disolución del AFSCA como organismo autárquico, junto a los ataques casi personales al funcionario que la dirige, Martín Sabatella. Además, la «feliz» coincidencia de varias sentencias que en tiempo y forman favorecen a los grandes medios (condonando deudas históricas y suspendiendo la adecuación que legalmente se les exige). Todo esto auguro una política judicializada y mediatizada, en contraposición a una política parlamentaria y con la tan añorada división de poderes en la que tanto insistieron los adalides del club del teléfono rojo.
Arreados al matadero
Con la difusión de las tan esperadas (y previsibles) políticas económicas, el escenario anímico de una parte importante de la población comienza a ser una resaca desoladora.
En shock todavía por el «acontecimiento» que supuso la asunción de un presidente neoconservador y neoliberal en nuestras latitudes (incluso entre muchos de quienes acompañaron con voto y discurso al presidente electo), Prat Gay y compañía nos dieron la buena nueva: retenciones 0 en algunos casos, reducción generosa en otros, política fiscal regresiva, mega-devaluación, liberación de la política cambiaria, endeudamiento, reducción o quita de subsidios, emergencia energética y de seguridad.
Los garrotazos han superado las expectativas de los más pesimistas. Pero el sacudón no afecta exclusivamente a los que preferían la continuidad del modelo nacional de inclusión social, desendeudamiento y crecimiento del mercado interno. La sorpresa afecta por igual a aqueos y troyanos.
Ha ocurrido lo imposible, aunque el escenario es de manual «neoliberal». Una parte importante de la ciudadanía ha sido arreada hacia su propio sacrificio.
Ahora bien, la pregunta es cuánto tiempo necesitaran para reconocer su error y prevenir mayores males quienes ha sido condición de posibilidad de esta catástrofe, y si acaso serán capaces de responder al desafío del día después.

Las emociones destructivas

Es bien sabido que las emociones son como el alcohol. Envalentonado, el borracho suele ser un peligro para sí mismo y para quienes lo rodean. Si asume una responsabilidad (conducir un automóvil, por ejemplo), el peligro aumenta proporcionalmente al grado etílico que tenga su organismo.
Con las emociones negativas ocurre algo similar.
Ni el deseo obsesivo, ni el odio compulsivo son signos de lucidez. Cuando la lujuria nos desborda, tomamos decisiones de las cuales, en muchas ocasiones (sino en la mayoría de ellas) acabamos arrepintiéndonos.
Un jugador compulsivo pone en peligro la estabilidad de su familia. La infidelidad produce víctimas. Las víctimas son personas amadas, seres que confiaban en nosotros, que son postergados para satisfacer cueste lo que cueste nuestro deseo.
Algo semejante ocurre con el odio desbocado. Borrachos de ira, decimos cosas hirientes que no pueden ser desdichas sin dejar una herida. Rompemos un objeto o golpeamos a un ser querido con el fin de quitarnos de encima la sensación desagradable que nos produce aquello que se interpone con nuestra satisfacción.
Algunos votantes de Cambiemos lo hicieron por convicción. Creen en el libre mercado, asumen una visión caníbal de la realidad social y están dispuestos a correr los riesgos. Están asociados a las grandes fortunas o sirven a los afortunados con la esperanza de ser como ellos. Sea como sea, más allá del antagonismo, su voto es fruto de una convicción ideológica.
La mayoría, sin embargo, votó contra Cristina. Prueba de ello fue el travestismo que ejercitó Macri para ganar su favor.
En estos días lo constatamos cuando escuchamos la inseguridad que manifiestan al justificar las medidas de su candidato devenido presidente de la República. En este caso, el asco y la rabia les jugo una mala pasada.
Incautos, se alimentaron con los contenidos manufacturados por las estrellas periodísticas del momento, contratados por las grandes corporaciones, justamente, para seducir e indignar a la ciudadanía y conducirla hacia sus propios objetivos. Empachados de bronca, mascullando bestialidades sin filtro, borrachos de ira, votaron a Mauricio (el presidente Mau, dice la señora Giménez).
Una semana después, la borrachera se acabó. Nos duele la cabeza, se nos revuelve el alma. Un poco avergonzados observamos el desastre que hemos colaborado a producir. Una retahíla de vanas justificaciones es hilvanada sin demasiada convicción.
¿Qué hacer? Para empezar, tomar nota del engaño al cual hemos sido arrastrados. No es inteligente seguir justificando nuestro traspié. A continuación, hacer un listado mental de quienes nos engañaron. Efectivamente, no son confiables. Lo lógico sería dejar de prestarles nuestro beneplácito.
Eso al menos es lo que haría una persona inteligente. Vos sabrás.