Estamos instalados de modo impensado en una visión mecanicista y atomista de lo real. Concebimos la realidad, aún cuando nuestra articulación filosófica pueda ir en contra de dicha concepción, como un entramado de causas y efectos combinados de forma azarosa que dan como resultado la apariencia del mundo.
Incluso cuando imaginamos oscuras voluntades complotadas en la conformación del mundo, dicha aprehensión de la marcha de la historia concuerda a fin de cuentas con la afirmación de un cosmos neutralizado y sinsentido a la espera del azar o de la inteligencia (ambigua moralmente) que haga de ella lo que le plazca.
Nuestro atomismo se ve reflejado en la ontologización que hemos hecho de nuestras encomiables aspiraciones morales a la libertad. Hemos acabado creyendo que nuestra libertad ética y política no era otra cosa que la traducción de nuestra última constitución existencial.
O para decirlo de otro modo, nuestra aspiración a convertirnos en agentes responsables y, por tanto, libres, se ha convertido en la afirmación ontológica de que somos átomos individuales,es decir, que son nuestras actividades individuales, exclusivamente, las que dan forma a las colectividades en las que participamos (accidentalmente). Que dichas colectividades son meros epifenómenos de sus parcialidades.
En vista de esto, la pregunta acerca de lo político toma una dimensión inesperada. Porque lo político no tiene cabida en este relato. Lo político sólo puede ser articulado a partir de la convicción de que los humanos existen constitutivamente en lo social. Y esto no puede ser reducido a una confirmación empírica de que sin los otros seríamos incapaces de sobrevivir, sino que sólo existimos como humanos en cuanto somos parte de una comunidad humana. La política parte de esta convicción.
A partir de allí se puede decir que la primera preocupación que concierne a la comunidad política como tal es el hecho de su propia subsistencia. Lo que la política tiene como primera finalidad es la continuidad existencial de las comunidades de pertenencia donde la consciencia política ha tomado forma.
De este modo, lo que estamos diciendo es que lo que hace posible la política es la existencia de una comunidad que se imagina a sí misma como tal comunidad y que, tomando consciencia de su existencia, es capaz de comprender la posibilidad de su desaparición.
Quisiera, por lo tanto, apuntar dos cuestiones.
En primer lugar, cabe recordar que la visión mecanicista-atomista en cualquiera de sus versiones (voluntarista o ciega), en su proceso de individuación lleva, inexorablemente, después de un proceso de división y distinción intermedio, a una fragmentación radical que acaba en la desaparición de lo comunitario, que a su vez puede traducirse (1) en la coincidencia paradójica de las identidades con la esfera totalizante de lo global; o (2) el retorno a un caos mítico primigenio.
En segundo lugar, de acuerdo con nuestras premisas, en uno y otro caso, la desaparición progresiva de la comunidad (de lo político de la comunidad) tiene como consecuencia última la desparición de lo humano, al enajenar a los individuos humanos de sus trasfondos de significación, o reduciendo dichos trasfondos a un conjunto de discursividades vaciadas de sentido, de concreción.
La posibilidad de la trascendencia (de pervivencia) de la comunidad se funda en la memoria y en la esperanza. La memoria es la recuperación de lo dado en la forma de la articulación histórica, del relato acerca de cómo hemos llegado a ser quienes somos.
La esperanza es la sombra proyectada de nuestra libertad sobre el futuro, (1) en la forma de la donación (entregamos nuestro presente a las generaciones aun no nacidas); o (2) en la forma de la maldición (hipotecando el futuro de los nuestros a fin de lograr nuestro caprichoso presente).
Nuestras comunidades han estado sometidas a las fuerzas erosionantes de las concepciones atomistas desde hace mucho tiempo, hasta el punto de ser empujadas en un pasado reciente al abismo de la desaparición.
Algunos discursos, pese al descalabro planetario de los últimos años, insisten en ofrecer sus recetas imbatibles de aséptica eficiencia pragmática, vuelven los administradores, el espíritu gerencial, la técnica de «las calles límpias», como si la mejor opción a la pregunta de quiénes somos sea la pura nada, la neutralidad absoluta, para que el azar o «la voluntad de ellos» acabe de dar forma a nuestro futuro. Lo que concierne a la comunidad política es resistirse al olvido y al miedo. La supervivencia, como hemos dicho, tiene la forma de la memoria y la esperanza.