Lo que nos une es lo que nos separa

Querido amigo,
Te agradezco mucho que te hayas tomado el trabajo de escribir esta carta abierta al nuevo presidente Mauricio Macri. Sin embargo, creo que al hacerla pública no sólo la dirigís al presidente electo (en breve, nuestro nuevo Jefe de Estado), sino que con ella nos interpelas a todos. Por esa razón, quisiera contribuir con algunas ideas a tu misiva.

Comenzaré con el análisis de la situación que vive Argentina y las razones del triunfo de Macri, no porque quiera poner en cuestión dicho triunfo (el cual respeto simplemente porque es la decisión del pueblo soberano) sino porque considero tu análisis es estrecho, descontextualizado.
Como bien sabes, la descontextualización es la madre del cordero. Cuando prestamos atención a un objeto sin ver el marco en el cual se produce, generalmente fallamos en nuestro diagnóstico.
El triunfo de Macri se da en un contexto mundial particular. No es casual que las fuerzas neoconservadores y neoliberales avancen al unísono, no sólo en Latinoamérica, sino también en Europa y en los Estados Unidos. El avance de la ultraderecha en Francia que se enfunda en el marco de la hegemonía neoconservadora y neoliberal del Partido Popular Europeo, y la radicalización del Partido Republicano en los Estados Unidos que mueve todo el tablero hacia la derecha de la derecha, no son datos menores.
Mientras nosotros reabrimos la discusión sobre el ALCA, y coqueteamos con desarmar al Mercosur a favor de la Alianza del Pacífico, quienes vivimos políticamente comprometidos por la lucha de los pueblos en Europa, nos enfrentamos a las amenazas de la firma (por debajo de la mesa) del TTIP.
Por lo tanto, dudo que las razones del triunfo de Macri puedan leerse exclusivamente en términos locales. Ni los movimientos a favor de la universalización del voto a comienzos del siglo XX, ni los movimientos de masas que expresó el peronismo, ni la revolución libertadora, ni la Dictadura militar, ni el alfonsinismo, ni el menemismo, ni el delarruismo, ni el kirchnerismo, son fenómenos ajenos a los momentos históricos que vivió el mundo en cada una de estas etapas.
Por lo tanto, deberíamos mantenernos atentos a estos marcos, a los cambios en nuestros imaginarios locales y globales, a los avances del poder corporativo en el planeta, a las diversas resistencias que se articulan en el mundo, y ser conscientes que nuestras decisiones nacionales y regionales tienen una dimensión global ineludible.
En segundo término, el país no es sólo un terreno «fértil», como en repetidas ocasiones te escuché afirmar, sino plenamente productivo. Las condiciones con las cuales se encuentra el macrismo son excepcionales (si pensamos en ellas en su contexto, por supuesto). No nos olvidemos: estamos viviendo una recesión global. La crisis de las sub-prime y sus secuelas no se ha difuminado en el aire. Los programas de ajuste son tremendos.
Aquellos que vivimos con los «ojos abiertos» en la Europa del ajuste y los atentados terroristas, del desempleo, los refugiados y la xenofobia, sabemos que el nivel de sufrimiento social es extraordinario y que las polarizaciones políticas e identitarias que esto suscita desborda a la ciudadanía, la cual se encuentra confundida y paralizada frente a la debacle que paulatinamente va desarmando los empoderamientos locales.
La confusión y la parálisis ha dado lugar al saqueo del esfuerzo colectivo, a la privatización de lo público, al desguace del estado del bienestar. Pensar de espaldas a esta situación es miope.
Un país desendeudado, que ha sabido recuperar infraestructuras cruciales, que ha tendido caminos, que ha cultivado los recursos humanos imprescindibles para el crecimiento de una alternativa económica a la mera producción de materias primas, que ha beneficiado el tendido de nuevas formas de comunicación social, que ha empoderado una comunidad y ha recuperado los valores identitarios sin caer en el chauvinismo, me parece que debe ser, no sólo valorado, sino reconocido por la actual administración.
Sin embargo, querido amigo, a algunos de nosotros nos parece que esa no es la actitud que el macrismo y la oposición ha mantenido durante los últimos años, y de ningún modo es el talante que ha transmitido a la ciudadanía en las últimas semanas.
Viví en Argentina durante cuatro años, y puedo asegurarte que no exagero cuando digo que me encontré con un país con una oposición que manufacturó su identidad recurriendo al odio y al resentimiento. De ningún modo comparto la estigmatización solapada que haces del gobierno de Cristina Fernández. Muy por el contrario, estoy convencido que es una manera sesgada de quitarse de encima responsabilidad. La grieta no la inventó el kirchnerismo. Toda la imaginería mediática opositora fue una oda a la mala educación, a la ausencia del respeto en la convivencia democrática.
Si te tomaras el trabajo de volver hacia atrás y escuchar los discursos diarios que han alimentado a la población a través de los medios de comunicación dominante, reconocerías que la lógica de la confrontación no ha sido precisamente una práctica exclusiva del gobierno kirchnerista. Todo lo contrario, la facilidad con la cual se ha insultado, maltratado, estigmatizado, perseguido a quienes piensan que los gobiernos de Cristina Fernández y de Néstor Kirchner merecían su apoyo ha sido sistemática.
En ciertos círculos muy próximos al núcleo del macrismo, el silenciamiento al pensamiento entonces oficialista ha sido la norma. Los extraños ataques a Página12 en los últimos seis días y la nula repercusión pública del asunto en los medios corporativos es una prueba que la genuina libertad de expresión no está entre los valores que defiende la fuerza política en la cual pones tus esperanzas.
Por lo tanto, me parece que no es justo decir que el macrismo entra en el juego del pasado. El macrismo se ha alimentado del odio, del revanchismo, desde el comienzo, y ha crecido a partir de esa confrontación. Y las últimas semanas han mostrado claramente que detrás del posmo-budismo que el macrismo promueve, lo que se intenta es desempoderar y borrar de la historia estos años de gigantescos logros.
Pero cualquiera que tenga una pizca de memoria sabe que esto no es un fenómeno nuevo. Ese fue el proyecto que impulsó la llamada Revolución Libertadora a partir del 55 (olvidar a Perón), y lo que pretendió el Proceso de Reorganización Nacional a partir del 76 (hacer desaparecer las revueltas populares de los ’60 y los ’70): borrar el pasado, borrar las luchas populares, refundar el país.
No es casual que se haya buscado horadar el traspaso, que hayamos tenido durante doce horas un presidente que nadie votó, tratando de repetir como en un espejo invertido el fracaso de la democracia en el año 2001.
Por esa razón, no soy de los que creen que el debate por la litúrgica de los atributos sea intrascendente. Muy por el contrario: la tiene. Porque el presidente entrante, en una democracia funcional, debería saberse un presidente normal, elegido en unas elecciones normales, que recibe normalmente los atributos del poder… Esa democracia normal podría existir.
Pese a los gritos de fraude que se han repetido incansablemente desde el primer día y en cada convocatoria electoral por una oposición suspicaz, este gobierno devolvió a la democracia su normalidad. Pero el nuevo gobierno no quiere normalidad, porque pretende una refundación del país. Tiene que hacernos creer que su administración es, como vos decís, «una oportunidad».
Todos los ejes, desde la política de los derechos humanos, pasando por la política internacional, la política educativa, económica, laboral y social, están en cuestión. Se trata de un cambio de paradigma radical.
El problema es que las elecciones se ganaron con un 2% de diferencia y en segunda vuelta, por tanto, no hay espacio político para una transformación tan radical sin producir un quiebre institucional, y es allí donde acabamos como estamos, con la manifestación clara de un país quebrado. Van a hacer lo posible por judicializar la política, por defenestrar el pasado.
No porque Macri «entró en el juego», como decía anteriormente, sino porque Macri quiere jugar ese juego, porque lo alienta y lo promueve.
Por esa razón, creo que no podés pedirle a los kirchneristas que bajen las banderas, que abandonen sus reivindicaciones y dejen de pelear por sus convicciones. Ahora el kirchnerismo es oposición.
Lo que te ofrezco por mi parte es una oposición muchísimo más digna de lo que nunca fue la oposición al kirchnerismo, pero, por lo que a mí me toca, no permitiré que nos pasen por arriba. El macrismo tiene una Corte Suprema adepta (como la tuvo Menem). Unos Tribunales cortados a su medida, los medios de comunicación lo apoyan incondicionalmente. Son parte de su aparato de campaña y de gobierno. La derecha internacional está saltando en una pata. Y los lobbies de las multinacionales ocupan puestos en los mismos ministerios.
El «posmo-budismo» macrista, el cosmopolitismo cool que combina el odio y la buena onda en las redes sociales, nos pide que nos quedemos en el molde. Nosotros les respondemos que la democracia no empieza ni termina con ningún gobierno.
La democracia no es solamente elecciones, sino la práctica cotidiana de los pueblos en la búsqueda de una justicia social que se pisotea todos los días y que estamos obligados a defender. Esa búsqueda de justicia política y social no puede ser acallada ni comprada.
Ustedes votaron a Macri.
Nosotros aceptamos los resultados y nos adaptamos a nuestro rol en esta nueva etapa: somos la oposición.
Esto es lo que nos separa.
Lo que nos une es la política
De eso se trata la democracia