¿El fin(al) de los derechos humanos?
Hace algunos meses, cuando aún se vivía entre los votantes del Breixit el triunfalismo que exigía “mano dura” para enfrentar a los “burócratas de Bruselas,” la primera ministra británica Theresa May afirmó que «cambiaría las leyes que protegen los derechos humanos si se convierten en un obstáculo a la hora de luchar contra los sospechosos del terror.”
Recientemente, el Secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, haciéndose eco de declaraciones anteriores de su Presidente, Donald Trump, señaló de manera análoga que la promoción de “valores (inspirados en los derechos humanos) crea obstáculos a nuestra habilidad para lograr cumplir con nuestros intereses en términos de seguridad nacional y desarrollo económico.”
Las declaraciones de Macri, sus ministros, funcionarios y voceros mediáticos van en una dirección análoga. Las declaraciones pioneras de Macri son replicadas produciendo un efecto “derrame” en la sociedad que se derechiza aceleradamente asumiendo como propios los discursos que empoderan a las fuerzas de seguridad y a la justicia de los tribunales para enfrentar con creciente indiferencia hacia los derechos básicos a aquellos señalados como hipotéticos enemigos interiores.
El color de tu piel
La “extranjerización” del pobre y del delincuente es una figura común en nuestro espacio público que incluye a quien efectivamente delinque, pero también a quien defiende sus derechos portando de manera desvergonzada un rostro cuya coloración no condice con el imaginario de quienes detentan el poder o se identifican con el mismo.
También es habitual tratar delitos como el narcotráfico como maldiciones que nos vienen de fuera, especialmente de otros países de la región que sirven de contraste a la marcada preferencia del votante medio del PRO por los especímenes del Norte Global. En el colmo de la tergiversación histórica y la tomadura de pelo, la figura del indio tehuelche como indio de estirpe nacional, y el mapuche como terrorista internacional se hace eco de este imaginario perverso.
En este sentido, la distancia entre (i) los supremacistas blancos que despliegan su violencia en las calles de Virginia, o (ii) los activistas xenófobos que hoy impiden los salvatajes marítimos de los migrantes africanos “musulmanes” en las costas del Mediterráneo, con (iii) la persecución física y mediática de los pueblos vulnerables que los herederos de Roca han convertido en el nuevo objetivo que embandera al gorilismo argentino, es solo circunstancial. En el fondo se trata de una misma herencia colonial, imperialista y neoliberal que impone a sangre fuego el status quo sobre los pueblos y los individuos que no se acomodan a los intereses e imaginarios que las élites promueven.
Programas políticos
Algunos periodistas insisten en la siguiente interpretación. El éxito electoral deCambiemos debe atribuirse a la visión del país que ha sabido articular para sus seguidores. Nos dicen: es el futuro que promete el que alimenta su caudal electoral. En contraposición, señalan que el kirchnerismo y otras fuerzas opositoras de izquierda solo tienen para ofrecer a la ciudadanía una épica de resistencia que se ha demostrado incapaz de colmar nuestros anhelos de convertirnos en un «país serio», un «par inter pares».
Dice esta interpretación: es cierto, el kirchnerismo y otros actores que conformaron su “alianza” inarticulada, supieron ilusionar al electorado, pero el erotismo político se ha perdido y ahora solo quedan los restos de una pasión dormida que se alimenta con símbolos que rememoran sus mejores días de manera caricaturesca.
Dos elementos parecen desmentir esta lectura. Para empezar, más allá del cotillón mediático sobre el cual Cambiemos construye su “felicidad” futura, el estado de ánimo del país en su cotidianeidad se asemeja a una resistencia pasiva o «mero aguante» ante una realidad económica y social que paraliza, entristece y desespera.
A ese decidido deterioro de la ilusión, el macrismo duro responde exacerbando el conflicto para ponerlo en punto de ebullición, donde el revanchismo y el odio cobran forma. La violencia política es parte de nuestra realidad nacional. Las detenciones ilegales y desapariciones forzadas ya no forman parte de nuestra imaginación desbordada, son un hecho de la realidad. Y la negación por parte del Estado de estos crímenes y abusos es una prueba fehaciente de su efectividad.
En segundo término, aunque semioculta por la exacerbación del simulacro mediático-institucional, el kirchnerismo y otras fuerzas políticas de izquierda que articulan la oposición real en la presente coyuntura, tienen tras de sí una destacable y valiosa tradición nutrida en una centenaria historia “progresista y revolucionaria”: la de los derechos humanos.
Los derechos humanos de los de abajo
Con ello no me refiero a los dispositivos habituales que utilizan los poderosos para perseguir y estigmatizar a sus enemigos en el plano internacional, sino a los derechos humanos de los de abajo, los cuales son, ni más ni menos, que un programa político de resistencia, pero también de futuro, una confluencia de visiones que asumen la libertad, la igualdad y la solidaridad fraterna como horizonte de sentido político, y en el plano internacional, contra la vergonzante apuesta por estimular nuestras relaciones carnales con un régimen xenófobo como la actual administración Trump, una globalización alternativa a la que pretende el 1%, con la complicidad de amplios sectores de la población cooptados por la frivolidad y el simulacro de eso que hoy se anuncia o se denuncia como la “posverdad.”