Veo caer la nieve a través del ventanuco de mi estudio. La Argentina veraniega me queda muy lejos. Un encuentro familiar en la pantalla de Skype me recuerda que mientras aquí temblamos, enfundados en nuestras “cazadoras” y pasamontañas, en Argentina se cuecen los que aún permanencen en sus apartamentos citadinos o se asan bajo un sol abrazador los que tienen la fortunda de disfrutar de sus vacaciones al aire libre.
Estoy releyendo un libro de Kwame Anthony Appiah sobre la ética de la identidad que compré en Buenos Aires hace tres años, en mi última visita. La discusión de fondo es antiquísima. Nos cruzamos con ella en cada instancia de nuestra existencia pública y privada. Se trata de responder a una pregunta que no sólo aqueja a los filósofos, sino a todos, en diferentes circunstancias. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando en el contexto de su rol laboral se ve azotado por un repentino cambio de fortuna. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando llega o se aleja de una cita clandestina con su amante. Se lo pregunta el político cuando saluda a las masas que lo llevan a lo más alto de su gloria pública o cuando en un helicóptero escapa a la rabia de sus conciudadanos. ¿Somos realmente libres? ¿Somos nosotros los hacedores de lo que somos? ¿Somos realmente responsables de nuestra vida? ¿O acaso nuestra existencia es el producto indecible del destino, la confluencia de causas y condiciones que nos son enteramente ajenas, pero que nos determinan? ¿Somos libres? ¿O acaso somos un nudo, un punto en la confluencia de líneas de fuerza en una estructura impersonal que nos trasciende y ejecuta?
Appiah propone que la aparente dicotomía entre libertad y determinación es una ilusión. Cada uno de estos términos pertenece a órdenes diferentes del discurso. Y recurre a Kant para ofrecer su argumento en el que renueva la distinción clásica entre la esfera de la naturaleza, de la determinación mecánica, y la racionalidad, que de acuerdo con Kant, es lo que ofrece al hombre la dignidad de la libertad moral.
Por lo tanto, nos dice Appiah, todo depende de lo que deseamos explicar. El alto ejecutivo o el político de turno, responsables de las estructuras burocráticas y corporativas de nuestro sistema, enfatizan la libertad cuando quieren hacer valer su individualidad y sacar provecho a situaciones ventajosas. “Son ellos – nos dicen – lo que han logrado beneficio o estabilidad, los que han ofrecido crecimiento o renovado la institucionalidad política con su habilidad o genio.”
Pero cuando las papas queman, cuando la responsabilidad los abruma, cuando se ciernen sobre ellos la acusadora verdad, hacen bien en recordarnos que son víctimas del destino, que su actividad no es más que una instancia neutra de un sistema malvado que no les ha dado otra alternativa. El ejecutivo y el político, pero también el marido o esposa infiel, el periodista vendido, el médico negligente y el intelectual berreta sabemos pendular nuestro discurso entre las instancias de autocongratulación e impunidad. Somos héroes y víctimas dependiendo de los interlocutores y circunstancias a los que nos enfrentamos.
Las olas y el viento, y el relativo éxito veraniego que anuncia cierta bonanza para la economía argentina, no disminuye la virulencia del coro opositor. Se acabaron las fiestas, y con la prisa que los buitres muestran ante una presa agonizante, se han apresurado muchos a lanzar sus candidaturas. Cuando todavía le quedan por delante dos largos años de gobierno a la presidenta Cristina Fernández, el anuncio no parece acertado, ni augura prudencia. Algunos de los candidatos han dejado entrever con bastante mal gusto, que la carrera presidencial se reduce a poner a prueba sus habilidades y no la aspiración a dar respuesta inteligente a algunos persistentes males de nuestra vida política, económica y social.
Si a esto se suma la “rebelión” de los machos, esos que salen al ruedo a hacerse un nombre cuando la patota acompaña, parece que el año entrante nos depara un escenario de renovados engaños y traiciones a la verdad y al respeto.
Es sabido que la memoria mediática es breve. Sin embargo, deberíamos hacer acopio de fuerzas y resistir la tentación de la moda en los asuntos importantes. No cabe duda de que hay poco tiempo disponible en la vida cotidiana para realizar análisis exhaustivos de la realidad, pero al menos deberíamos prevenirnos de hacer alianzas tácitas con los más cobardes, con los que apuñalan por la espalda, esos que acaban siempre dejando su huella de indignidad en la historia.