Los premios

No quería escribir sobre Vargas Llosa. Me daba pereza y no tenía muy claro qué era lo que quería decir. Sin embargo, ahora mismo creo que hay que decir dos palabras sobre el aparato mediático y hacia donde nos dirige la campaña que han lanzado los medios del establishment planetario para continuar hundiendo en el olvido el fracaso del modelo neoliberal.

Pero el asunto es tan complicado que voy a hacer referencias cruzadas, cortocircuitadas, como diría Zizek, para que el asunto se vea como lo que es: una jugada de marketing para sostener el modelo del horror y del terror.

Vamos a comenzar por lo primero, por Vargas Llosa. Un tipo al que dediqué muchas lecturas en mi juventud. Un tipo que me permitió soñar con esos mundos imaginarios que se encontraban en la tangente de la realidad, y al que no podemos dejar de honrarle en cuanto escritor de ficción. No cabe la menor duda que disfrutamos con su pasión onírica y artística, con sus reconstrucciones históricas, con los extraordinarios bosquejos sociales de su primera época.

Sin embargo, muchos de sus más fieles lectores de la primera hora, todavía ignorantes del giro político que había ocurrido en su vida, nos sorprendimos cuando descubrimos en quién se había convertido el peruano.

Recientemente, Ignacio Ramonet desvelaba, en Le Monde Diplomatique la manera en la cual se produjo ese giro. En 1967 declaraba el eximio novelista sobre la revolución cubana:

“Dentro de diez, veinte o cincuenta años, habrá llegado a todos nuestros países, como ahora a Cuba, la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y la reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y de nuestro horror”.

Sin embargo, poco después, Vargas Llosa va a sufrir una mutación que corre por los mismos senderos de las mutaciones políticas y sociales que se estaban viviendo en el escenario público. No hay nada original en su nuevo arrebato de pasión, como no había nada original en su alabanza a la revolución cubana en aquellos años del 67, entre Berkeley y París, cuando el hilo de la tensión revolucionaria que tiraba a un mismo tiempo por los derechos de la autoexpresión individual y la justicia social definitivamente se rompió. El artista Vargas Llosa decidió exclusivamente por la libertad individual, como muchos de sus contemporáneos, olvidando el componente social de su compromiso de transformación.

Como un camaleón taimado (adjetivo que le propinó a Evo Morales al que acusó de criollo mentiroso en una nota del siempre puntual periódico El País), Vargas Llosa supo apurar su propia mutación con la vista puesta en los nuevos ideales de su tiempo. Dos obras, nos cuenta Ramonet, están detrás de la articulación de su nueva cosmovisión: Camino de servidumbre, de Friedrich Hayek, y La sociedad abierta y sus enemigos, de Karl Popper.

Me acuerdo de esos libros. El libro de Popper fue el primer libro de filosofía que leí en mis años mozos. Debía tener trece o catorce años cuando lo extraje de su lugar en la enorme biblioteca de mi padre y devoré los dos volúmenes en los cuales Popper, con una literatura afilada y una argumentación retorcida rastreaba los totalitarismo del siglo XX en las obras de Platón y de Hegel. También me acuerdo del libro de Hayek, que también ocupaba un lugar en la biblioteca de mi padre, junto a las obras de Milton Friedman, en aquel tiempo en el cual las odas a la libertad radical la entonaban los carceleros y los asesinos de todas las dictaduras de nuestro continente. Curiosa epopeya la de Vargas Llosa que supo olvidarse de su pasado libertario para enfundarse la vestimenta de la libertad del mercado, militando junto a aquellos que habían sido sus enemigos.

Desde entonces, los reconocimientos políticos y literarios de Vargas Llosa se han multiplicado. Ha sido consagrado por la prensa corporativa, ha sido fotografiado junto a los literatos de moda, ha sido galardonado por nobles y eximios a todo lo largo y ancho del planeta, y en cada ocasión ha quedado claro, como en el último anuncio de los premios Nóbel, que el galardón no está dedicado únicamente al creador de ficción, sino también a la posición militante que ha adoptado desde su giro copernicano hacia la derecha política. Como el propio Vargas Llosa puso de manifiesto recientemente: “Si mis opiniones políticas han sido tenidas en cuenta, pues en buena hora. Me alegro”.

Mientras tanto, la Universidad San Pablo CEU, una universidad católica con claras tendencias ultramontanas, han obsequiado a José María Aznar de España, y a Álvaro Uribe de Colombia (dos amigos personales del novelista) con el premio internacional titulado “La Puerta del recuerdo” por la “decidida lucha (que ambos mandatarios han realizado) contra el terrorismo y por sus compromisos con las víctimas.”

Recordemos brevemente a quiénes se condecora. José María Aznar, uno de los promotores más inflamados de la guerra de Irak en Europa, tiene el honor de la complicidad con una operación militar promovida por razones extraordinariamente ambiguas a las que se opusieron, no sólo la mayor parte de los Estados soberanos del mundo, sino también una inmensa mayoría de la ciudadanía planetaria en manifestaciones directas. Una guerra que ha dejado, según cuentan los más optimistas, entre 600.000 y 1.200.000 víctimas, y en la historiografía los ejemplos edificantes de Abu Graib, Guantánamo y los vuelos secretos (vuelos que recuerdan al anecdotario de horror de la Argentina dictatorial en los años 70, demostrando de ese modo la continuidad del imperio del terror).

El señor Álvaro Uribe, a pesar del triste apoyo ciudadano que el presidente colombiano ha recibido en las urnas en retieradas ocasiones, posee un prontuario de desapariciones, ejecuciones y complicidades criminales de una extensión de la que pocos mandatarios en el mundo pueden presumir. Recordemos que el expresidente Uribe recibió un premio semejante de manos de la corona española con motivo, según se dijo, de ser un promotor de la libertad. También recibió de George W. Bush la medalla de honor por razones análogas: ser un paladín de la justicia y la libertad, por su lucha contra el terrorismo y a favor de las víctimas.

Mientras tanto, permítanme que les recuerde el escenario en el cual nos estamos moviendo. Después de una oleada de privatizaciones en los años noventa en la periferia del primer mundo, que contribuyó a la pauperización de las economías locales y lanzó a la miseria a cientos de millones de personas en todo el mundo, la década que siguió nos recibió con una crisis financiera profunda en el corazón de la metropoli.

Dos años después de declarada formalmente la crisis (hasta entonces negada por todos pese a haber sido anunciada por aquellos que los tertulianos/voceros del establishment desprecian) la prensa corporativa y la cultura vuelven a rendirse a las exigencias de eso que hemos dado en llamar «neoliberalismo», e inicia en Europa una operación a gran escala de privatizaciones, después de (1) socorrer a la banca con dinero público y (2) ofrecer al sector privado la seguridad de que, sea lo que sea que ocurra en la próspera negociación que se avecina en sectores claves como la educación, la salud y la seguridad, presa apetecida durante largo tiempo por el capital privado, el marco estará servido para facilitar los masivos despidos que se necesitan en el hasta entonces sector público, para reiniciar los procesos de reestructuración empresarial, que de seguro, además, estarán respaldados con subvenciones «inteligentes» que acabarán por llevar al Estado a la bancarrota. Lo cual, a su vez, facilitará la expansión de las operaciónes privatizadoras, so pretexto de dinamizar la economía e impulsar el pleno empleo, etc., etc.

Las subjetividades europeas están siendo colonizados a una velocidad vertiginosa. Por medio de un aparato bien engrasado de información que fragmenta la resistencia ciudadana, haciendo ininteligible las protestas que ocurren a un lado y otro del continente para los ciudadanos de a pié que no se sienten solidarizados con lo que ocurre en Francia, Grecia, Reino Unido o España, y un aparato de creación de opinión que ha borrado del vocabulario las nociones esperanzadoras que hace apenas dos años nos hacía creer que era posible un cambio de rumbo, los ciudadanos europeos, como en otra época ocurrió con argentinos, brasileros o mexicanos, asisten boquiabiertos al remate/saqueo que ha emprendido el capital corportivo fusionado con la burocracia estatal.

En estas circunstancias no es alocado sospechar que los aparatos e instituciones culturales y educativas forzados a redefinirse en función de la integración economicista europea, sirven perfectamente (como nunca antes) a las exigencias del capital, trastocando los espacios de pensamiento que pudieran problematizar y desafiar las operaciones que se están llevando a cabo.

Los premios son una parte del tinglado que estamos montando para este nuevo cambio de rumbo, este giro copernicano, al cual la ceguera de los pueblos, la irresponsabilidad de los técnicos y la complicidad de sus dirigentes, artistas y comunicadores, nos están llevando. Un cambio de rumbo que significa un cambio de identidad que resultará irreconocible a la luz de nuestros ideales aun vigentes.

China nos ha mostrado (para la felicidad de algunos y la distracción de la mayoría) que el capitalismo no necesita ya de la democracia como socia en su itinerario hacia el fin de la historia anunciada por Fukuyama.

Esto debería ayudarnos a comprender la naturaleza de los premios. Palabras como «libertad» y «justicia» son equívocas. También «democracia» y «verdad». Hay que preguntarse en cada caso concreto: ¿Qué libertad defienden los Vargas Llosa, los Uribe y los Aznar? ¿La libertad de quién? ¿Qué significa su justicia? ¿Justicia definida y administrada por quiénes y para quiénes? ¿Y qué dicen cuando dicen democracia? ¿Qué pueblo hay detrás de sus campañas libertarias, qué intereses dicen representar? ¿Cuáles son las verdades a las que atienden? ¿las verdades de las armas de destrucción masiva o las verdades del asesinato político sistemático promovido desde el Estado durante el mandato de Uribe? ¿Cuál es la verdad de Vargas Llosa, a cual de los dos Vargas deberíamos creerle? ¿Al Vargas que anticipó y denunció una operación continental de aniquilación que se extendió desde Guatemala hasta Tierra del Fuego y que costó la vida a medio millar de personas? ¿O al que defiende un modelo que llevó a ese mismo continente a la miseria más absoluta durante los 80 y los 90?

En fin… quería decir dos palabras sobre la naturaleza de los premios y la naturaleza de los premiados de moda.